A estas alturas de la película cualquier español medianamente informado estará al tanto de la increíble historia de la desdichada australiana Kathleen Folbigg y de su salvadora, la doctora española Carola García de Vinuesa.
Por si las moscas, les resumiré el caso, digno del mejor documental de Netflix, de la manera más sencilla y concisa. O sea, de la única forma que un zote como yo, tras más de tres horas de documentación sobre el asunto, ha sido capaz de comprenderlo.
Hasta hace muy poquito, Kathleen Folbigg era considerada una de la criminales más cruentas de la historia australiana. Folbigg permanecía encarcelada en una celda de máxima seguridad y aislamiento por haber asesinado a sus cuatro hijos, asfixiando un bebé detrás de otro, entre 1989 y 1999. Sobre esta madre a la que se atribuyó un complejo de hámster pesaba una condena de 30 años, de los que llevaba cumplidos dos décadas.
Como bien concluye Arcadi Espada, fue la literatura la que condenó a esta mujer. Ante la falta de pruebas evidentes, fueron unas frases sacadas de su diario personal, sumadas al 'yasca', las que hicieron caer sobre Folbigg todo el peso de la injusticia australiana. Cuando hablo del 'yasca' me refiero al "ya es casualidad": "Ya es casualidad que el padre de esta 'asesina en serie' matara a su madre cuando la niña contaba 18 meses con el supuesto fin de que no acabara con la vida de su hija".
Y esa dichosa ley, basada en el 'yasca', recibe el apellido de Meadow, un infame pediatra británico que enunció lo siguiente: "Una muerte súbita infantil es una tragedia, dos es sospechosa y tres es homicidio, mientras no se demuestre lo contrario".
Repito, "mientras no se demuestre lo contrario". Es decir, como escribe Espada, "no es el homicidio el que debe probarse sino su ausencia". Monteradas.
"Está demostrado que la causa más común y profunda de las sentencias erróneas es la funesta propensión de algunos tribunales a contentarse con la verosimilitud en lugar de exigir la certeza", dice Javier Gómez de Liaño. Todo lo que predica la Ley Montero. O sea, a contentarse con la literatura, cuando deberían aspirar al periodismo.
Y si la literatura condenó a Folbigg, fue la ciencia la que salió en su rescate. La bendita ciencia encarnada en nuestra heroína gaditana, la inmunóloga Carola García de Vinuesa, quien, con la cooperación de colegas, fue capaz de demostrar que esta madre australiana, etiquetada de saturnal, era inocente. De hecho, además de ser una víctima de la casta de los ropones era, sobre todo, una víctima de la vida: una mamá a la que se le murieron sus cuatro bebes y hubo de penar esta inenarrable pena entre rejas.
Indultada en Australia, tras 20 años en prisión, Kathleen Folbigg, condenada por matar a sus 4 hijos. Siempre mantuvo su inocencia. Una investigación coordinada por la española Carola García de Vinuesa apuntó una mutación genética como posible causa de las muertes.👇 pic.twitter.com/RjkzrYE9ep
— Despierta Andalucía (@DespiertaCSur) June 5, 2023
La doctora García de Vinuesa (miembro de la selectísima y prestigiosísima Royal Society, veraneante en la conileña urbanización de Roche y reconocida y recibida por el alcalde de Cádiz el pasado verano) consiguió el indulto (que se llevó a cabo el pasado lunes 6 de junio) de Kathleen Folbig al demostrar que tanto ella como sus cuatro hijos sufrían mutaciones genéticas (en el gen CALM2) capaces de producir las muertes.
La gobernadora de Nueva Gales del Sur, a petición de la Fiscalía, sacó el pañuelo naranja para Folbigg. Ahora, la mayor víctima de la historia de la justicia australiana espera ser declarada inocente y reparada, no ya económica, sino moralmente.
Pero lo que más me llama la atención es la fortaleza y la entereza de esta madre cuatro veces 'huérfila' y veinte años presa de la injusticia, quien nada más salir del centro penitenciario tuvo los santísimos ovarios de expresar lo que sigue: "Durante los años que he estado en prisión, siempre he pensado en mis hijos, siempre los querré enormemente. No obstante, me siento extremadamente aliviada. Estoy eufórica. Mi caso es una victoria de la verdad".
Cualquiera, después de la muerte de un hijo hubiese buscando el segundo, y después de la muerte del segundo hubiera perseguido el suicidio. Kathleen Folbigg no. Después del segundo buscó el tercero, y tras la tercera muerte buscó el cuarto. Después de cuatro niños enterrados y de penar veinte años injustamente, sólo busca la justicia. La verdad.
¡Está "eufórica"!
"Se ha encontrado la mutación gracias a las técnicas de secuenciación masiva, que permiten secuenciar un número enorme de genes en poco tiempo". "Es importante la escasa diferencia de cuando se secuenció el ADN del hombre respecto a otras especies animales: hay un 90% en común con la mosca del vinagre". Quien habla ahora es Almudena Sampalo, mi madre, inmunóloga y gaditana, como Carola García de Vinuesa.
Ella es el motivo por el que he decidido dedicar este espacio quincenal a Vinuesa y el caso Folbigg. Si la inmunóloga gaditana Vinuesa hubiese sido cardióloga y/o toledana, por ejemplo, probablemente estuviese escribiendo de la fresa de Huelva o del Tour de Francia. Pero es imposible abstraerse de un tema que te toca, aunque sea de manera tangencial, tan de cerca.
Al igual que si Vinuesa en vez de española hubiera sido neerlandesa, su hazaña, a pesar de seguir siendo espectacular, habría pasado de puntillas por nuestros medios de comunicación. Como una victoria de Djokovic. Y si la propia Carola no hubiese residido durante casi 20 años en Australia, es muy probable que viviese ajena al caso.
Así, si a mi madre no se le hubiese muerto su hermana mayor, África, víctima de un cáncer con apenas cinco años, no hubiese estudiado medicina y ejercido como inmunóloga (una especialidad, a la sazón, recién aterrizada en nuestro país), sino que hoy sería periodista, como su hijo. Con ello, quiero hacer ver cuánta influencia tiene lo personal en lo profesional y en qué medida, de manera más explícita o más implícita, decidimos en la oficina en función de lo que nos pasa en el hogar.
PD: Creo que va a haber que actualizar aquella gracieta de Twitter de ponerle Parera (en referencia al segundo apellido de Rafa Nadal) a cualquier español que lleve a cabo una proeza. Yo propongo cambiar el Parera por el Vinuesa, auténtica heroína en las antípodas, nunca mejor dicho, de Irene Montero y compañía. Aunque, para que me entienda la generación Z, dejémoslo de momento en un doña Carola García PARERA.