Basta fijarse unos minutos en Macarena Olona para entender que es una de esas personas que se han pasado la vida esforzándose mucho para ser miradas, es decir, para ser queridas. Es histriónica, bella y contradictoria, exagerada en casi todo, una adicta a la atención. Resulta una máster en el gesto de folclórica, nuestra última tonadillera en el siglo del trap. Esa cosa suya de la mirada larga, a veces seductora, a menudo sufrida o teatralmente irónica, amarga, como deslizando un "si tú supieras" o un "¡el día que yo hable!".
La bata de cola es moral. Va barriendo con ella los suelos de España, lenta y astuta como una pantera negra, paseando su pena, penita, pena. Las cosas no son fáciles para nadie, pero sobre todo, para Macarena, eso que quede bien claro. Ella lo recuerda sólo existiendo. Está afligida. Está luchando. Es una hembra hecha suspiro.
Sonríe, sí, pero con dolor, como las matriarcas andaluzas efectistas, escénicas y melodramáticas (sólo con la boca, no con los ojos). Ella es el crío en el bautizo y el muerto en el entierro. Hay días, cuando se levanta intensa (de miércoles a martes), que se nota algo tirante apretándole desde dentro la cabeza. Entonces se toca y comprueba que le está creciendo una peineta en el cráneo, con púas rabiosas, con ansiedad de protagonista.
Antes gastaba una mala hostia en el Congreso que te metía una leche y te vestía de torero. Era beligerante, autoritaria, cruel, una arenga echada a andar. Pero todo ese tono se fue, mágicamente, después de su paseo largo a Santiago. Viene dulcificada. Viene melosa. Viene transformada como una loba en una ovejita.
Freud diría que Olona acapara el foco para restaurar en la vida adulta su auténtica herida de niña. La de las veces que no la miró su padre, al parecer un tipo bastante siniestro, corrupto y prófugo de la justicia. Un empresario arruinado por su mala cabeza, amiguito de los Pujol. De hecho, habría ejercido de cordón umbilical, a su servicio, hacia el paraíso fiscal de Panamá. Macarena se crio sola con su madre y con su hermana, ignorada por su tutor.
Quizá por eso siempre se exigió tanto a sí misma y se obligó a ser no sólo brillante académicamente (ahí su abogacía del Estado), sino feroz políticamente. Pasó a encarnar todo lo que él no era. Españolista y devota de la policía, por ejemplo.
Cuando él fue detenido en el paso fronterizo de La Fraga de Moles, en 2016, ella se dejaba las uñas trabajando en País Vasco contra la corrupción de los políticos del territorio. Su padre huía de las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado. Ella los ha abrazado siempre y ha defendido mejores condiciones para ellos. A su juicio, infravalorados, precarizados y cargados de estigma. Para más inri, el padre de su único hijo, nacido en 2019, es un joven pero avezado guardia civil. Lo dejaron hace un tiempo.
Lo explicaba con primor Félix de Azúa en una vieja columna. La mayoría de cosas que hacemos en la vida son una prolongación de aquellos "mira, mamá" o "mira, papá" que gritábamos a nuestros padres en los veranos felices en la playa, mientras hacíamos alguna pirueta chunguísima o nos tirábamos exageradamente al agua. Nuestras hazañas sólo tienen gracia, sólo tienen valor, si son vistas por los que amamos.
Eso es lo que está haciendo Olona, lo que nunca ha parado de hacer, aunque su progenitor falleciese hace unos pocos años. Olona está diciendo "mira, papá". Y también: "¿Estás orgulloso de mí?". Y también: "Soy diferente a ti". Uno se acaba siempre enfrentando oscuramente a lo que ama, pero, a la vez, no puede dejar de amarlo.
Olona está coqueteando mundialmente para compensar esa falta, es inevitable, y le da igual quién sea el interlocutor. Todos sabemos que lo importante de la seducción no es la presa, sino la caza. Luego no nos llevaríamos a casi nadie a la cama, ni, a menudo, nos tomaríamos medio vaso de agua con la gente a la que intentamos manipular en el cuerpo a cuerpo, en la jugada de la distancia corta. Eso Olona lo sabe y va a por ti.
Te clavará su media sonrisa entre intrigante y pizpireta o su pestañeo estudiadísimo de superviviente traumatizada. Hasta a Jordi Évole le ponía ojitos, eso quién nos lo iba a decir. Y Jordi cayó un poco, porque luego bien que tonteaban vía Twitter. Que si me debes una cena, que si jijí, jajá, dejándonos a todos la peluca volada. Los caminos del deseo son inescrutables. El erotismo está en todas partes, pero especialmente en los contrarios que juegan a tentarse. ¿Que Évole es progre, que son como el agua y el aceite? Qué más le da eso a Macarena. Ella quiere gustarle igual.
Hay quien por atención (porque, como decía Ortega y Gasset, el amor es un fenómeno de la atención) hace cualquier cosa. Montar un partido. Comerse una rata. Grabarse un vídeo en TikTok con una coreografía de la última de Shakira.
Porque Olona lo es todo a la vez, o lo quiere ser todo, encantadora mercenaria de los afectos, a estas alturas ya un poco alucinada. Hay esquizofrenia en este desesperado grito suyo en medio de un patio llamado España. Fuerte y débil, generosa y vanidosa, cristiana y pagana, republicana y monárquica, feminista y machista, homofobilla y LGTB. Es difícil decidirse, todo tiene su aquel, su cosilla, su morbillo, su argumento. Todo es susceptible de ser usado para encarnar el liderazgo, para camelar a alguna facción de la población, y ella puja por la transversalidad. Pobre, se ha olvidado de que existir es molestar.
Sus propios valores son lo de menos. Mutan, se adaptan. Digamos que Olona es queer, es fluida, y que ella siente que eso es una manifestación de su poderosa vitalidad, pero en realidad resulta una performance rayana en la psicosis. Con la caña que le metió al ministerio de Montero en su día, ha acabado encarnando auténticamente lo trans. Es de un bodegón sentimental que se aniquila entre sí. Caminando Juntos, su partido recién inaugurado va de eso, de todo y de nada. De tanto querer molar a todos, ha acabado perdiendo el ADN.
Ser Juana de Arco es un curro y aquí la gente no lo está valorando, parece decirnos Olona. Se ha vuelto quijotesca, se siente una elegida, una salvadora.
Olona es la España de las pasiones cambiantes. Antes decía que la violencia no tenía género y ahora dice que si eres mujer y no eres sumisa, te llamarán "puta" o "loca", y que ella es lo segundo, y que "bendita locura". No sé. Será que padeció en sus carnes el desprecio de Vox, su antigua casa, por ser una chica demasiado popular. Lo decía Jiménez Losantos: Olona le dio miedo a los chavales (entre ellos, a Ortega Smith) porque podía llegar a convertirse "en la Ayuso de Vox".
Ahora ya pasa de esos machitos tan rancios. Anda medio enamoriscada de un tal David Romero, un gallego feminista y republicano que le ha revoleado la ideología como una ola ("como una Olona", que escribió Hughes). Está más moderna que nunca. Ya mismo te llama "compañere". Anda a nada de tatuarse un pecho a lo Femen, a dos cafés de crear un alter ego drag para las nochecitas toledanas en Chueca.
El amor, ¿qué no puede?
Te vuelve alta funcionaria del Estado, te vuelve activista a pie de calle. Facha, roja, imposible. Camaleónico y españolísimo nervio alocado, nuestra Macarena Olona.
*** Figuras de la Feria Electoral es una serie de perfiles psicológicos y emocionales de los principales personajes políticos que influirán en las elecciones generales del 23-J. Inauguramos la lista con Macarena Olona.