Si ya eran cursis como un gorrino con lazo en la victoria, imaginen el tsunami de ñoñería que van a vomitarnos en la derrota. La esclusa de las lágrimas la ha abierto Ada Colau con su mensaje de despedida a Manuela Carmena: "En estos cuatro años, en medio de la tempestad, nuestras ciudades se han querido más que nunca. Pase lo que pase, esa ternura no podrá borrarla nadie. Te quiero". Les cito en el siguiente párrafo si han logrado sobrevivir al coma diabético.
Para que se sitúen, esta Ada Colau es la misma Ada Colau que ha dejado Barcelona como una tierna novela de Jane Austen, pero con jeringuillas en vez de tacitas. Gracias a la todavía alcaldesa, Barcelona acabó 2018 como la ciudad española en la que más ha aumentado –un 17,2%– el crimen. Pero es un crimen afectuoso, delicado, casi de algodón. Tanto como ese concejal del cambio que, según cuentan en el Ayuntamiento, se pasaba el dedo pulgar por el cuello cada vez que se cruzaba por la calle con cierto exalcalde de la ciudad. Un primor de quinqui.
A Colau la siguió una de las hermanas Serra, no recuerdo si la una o la otra porque para qué gastar memoria almacenando datos inútiles cuando la carrera política de ambas ha acabado antes de empezar: "Hoy se cierra un ciclo cuya victoria más importante fueron Barcelona y Madrid gobernadas con valentía y ternura por dos mujeres". Observen la insistencia de estas mujeres en el detalle de la ternura. No le deseo yo al peor de mis enemigos la ternura con la que Carmena se ha ventilado a Pablo Iglesias utilizando ese piolet apellidado Errejón. Llámenme raro.
Poca ternura, además, parece haber en la rapidez con la que Ada Colau se despidió el domingo por la noche de sus simpatizantes tras conocer su derrota frente a ERC. La misma que demostró Manuela Carmena cuando se negó a continuar en el Ayuntamiento si no era como alcaldesa. Es una ternura, la de estas mujeres, que sólo está disponible en la opción Premium: o la alcaldía o la puta al río.
A Colau, eso sí, la poseyó de nuevo la ternura en cuanto Manuel Valls, su particular bestia negra, insinuó la posibilidad de darle sus votos para que Ernest Maragall, uno de los últimos políticos españoles en activo procedentes del franquismo, no sea alcalde de Barcelona. Así anda ahora Colau, arrebatada de amor cual adolescente primeriza, ante la posibilidad de seguir corroyendo Barcelona hasta que de ella no queden ni los cimientos.
Cuentan que el científico Wernher von Braun era un iluso apolítico y que si acabó trabajando para los nazis y construyendo el Arma de Represalia 2, más conocido como V2, el primer misil balístico de largo alcance de la historia, fue porque los nacionalsocialistas fueron los únicos que le garantizaron la financiación necesaria para desarrollar esos cohetes que tanto le apasionaban. El resultado es conocido: los nazis lanzaron más de tres mil V2 sobre los aliados, matando a más de nueve mil personas.
Algunos años después de la II Guerra Mundial, el cómico americano de origen canadiense Mort Sahl resumió la carrera de von Braun con la frase "apuntaba a las estrellas, pero a veces le daba a Londres". Algo parecido ha ocurrido con nuestras alcaldesas del cambio. Aspiraban a la ternura, pero a veces te daban con el machete. Siempre por persona interpuesta, eso sí.