Carlos Rodríguez Casado

Carlos Rodríguez Casado

Opinión Vísperas del 36

El diablo es una mujer

(13 de noviembre de 1935, miércoles)

13 noviembre, 2015 01:48

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Resumen de lo publicado. -En pleno escándalo del estraperlo, el embajador Bowers ve en el cine la película que ha provocado un enfrentamiento entre el Gobierno español y la Paramount.

El largometraje arranca con una larga secuencia de carnaval. Entre caretas goyescas y serpentinas, el protagonista -torera ceñida, máscara tipo Zorro- queda encandilado con Marlene Dietrich, a la que se le adivina el rostro perfecto detrás de un ligerísimo antifaz.

La Dietrich coquetea con todo ser viviente y nuestro galán la sigue a través del pueblo. Llegado a cierta casa, le ruega al portero que lo deje entrar: “Me ha invitado su señora”. Pero no hay manera. Según se aleja, la Dietrich le sopla un beso desde la ventana y le lanza un billetito, citándole al día siguiente.

Antonio se dirige al bar donde coincide con su amigo Pascual, capitán retirado del ejército. Cuando le cuenta que ha visto una mujer espectacular, de la que está a punto de enamorarse, y le explica quién es, Pascual, con un resoplido, le indica que es la mujer más peligrosa del mundo, y relata su experiencia. La conoció, según cuenta, en un tren donde la Dietrich se enfrentaba a unas gitanas malhabladas y sucias y la pelea exigió la intervención de los agentes del orden. Entre ellos Pascual, quien un tiempo más tarde se la vuelve a encontrar, mientras inspecciona una fábrica cigarrera. Entonces ella le ofrece un cigarro y le da otro, diciendo que le espere fuera.

Pascual la acompaña y conoce a la madre. Esta le explica la desgraciada situación en que se hallan desde que el casero las quiere echar. Pascual, compasivo, saca unos billetes. Ya según entraba se ha encontrado con un hombre y ha preguntado quién es. “Nadie, un primo”. Pascual, aunque mosca, no insiste, y la película continúa en la misma línea. Marlene Dietricht le va sacando dinero, sin concederle casi ni un beso. En algún momento aparece el torero Morenito, quien entra y sale de su casa a todas horas, hasta que, harto de tanta tomadura de pelo, Pascual pierde la paciencia, agarra con fuerza a la Dietrich, la golpea, la insulta, le destroza la alcoba.

Al día siguiente, ella se presenta en su casa y se hace la sorprendida: “Pensé que habías muerto. Si me amaras de verdad, te habrías suicidado”. La voz de Pascual explica que en ese momento se dio cuenta de que tenía dos opciones, o dejarla o matarla, y optó por la tercera. Siguen viéndose, y la Dietrich continúa torturándole y sacándole los cuartos.

- Así, pues, si yo fuera tú, me alejaría de ella…

Antonio dice que así lo hará. Sin embargo esa noche decide acudir a su cita con la Dietrich y le espeta a la cara que, de no haber hablado con Pascual, se habría enamorado de ella, pero que ahora ya está prevenido y, por lo tanto, marchará a París a encontrarse con otra mujer. La Dietrich insiste en que se quede. Mientras cenan y le echa los naipes, le enseña una carta en que el capitán Pascual escribe que la ama y que vendrá a verla esa misma noche. “¿Crees que si fuera verdad lo que te ha contado, me escribiría esto?” Antonio, cambiando de opinión, la besa. Pero aparece Pascual. Hay un altercado, y aquello termina en un duelo a pistola al amanecer. Para demostrar su puntería, Pascual dispara al naipe con que ha estado jugando la Dietrich, y lo atraviesa limpiamente. Con semejante puntería, está claro que al día siguiente matará a Antonio, quien se despide de Marlene, tras una noche de pasión.

Por la mañana, no obstante –una mañana pluviosa, se ha pasado toda la película lloviendo, como si Andalucía fuera Panamá- el capitán decide, en vez de matar a su contrincante, dispararse a sí mismo en la cabeza. Eso deja el camino libre a los amantes, que deciden partir juntos a París. En la última escena esperan el tren. Pero, en el ultísimo momento, la mujer fatal no sube al vagón y se despide de un incrédulo Antonio, que la mira tontamente desde la ventanilla…

- Y bien, ¿qué piensa?

Terminado el pase privado en una sala de la embajada, Claude Bowers se volvió a su secretario. Este se encogió de hombros. Bowers comprendió que compartía su impresión. Aquella era la cinta que había provocado el conflicto estúpido entre el Gobierno español y la Paramount. Un ofendido Gil-Robles había escrito a Washington afirmando que el protagonista, capitán del Ejército, era “la suma y compendio de todas las villanías” y la película, “una absurda españolada, llena de tópicos”, donde se denigraba a la Guardia Civil y al Ejército. La carta, tramitada vía la embajada, provocó un pequeño conflicto diplomático que lo había tenido en vilo durante demasiados días.

Con la película ya rodando por el mundo, Gil-Robles citó en su ministerio al representante de la Paramount en el país, al que Bowers acompañó. Allí le había comunicado el acuerdo del Consejo de ministros para exigir la retirada y destrucción de la cinta. Se hallaban incluso dispuestos a prohibir, si fuese menester, todas las producciones Paramount. Aquello llegó hasta el Gobierno de Estados Unidos. Unos días después se quemaba, en presencia del embajador español, un negativo de la película, dándose orden a la empresa productora de retirar y destruir el resto de las copias en circulación. Una gran pérdida para la Paramount, que había invertido dos millones de dólares, y también para las relaciones entre ambos países. La intermediación de Lerroux no había servido para nada. 

- Es una cuestión absurda –concluyó Bowers.

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