Dejar España por entrenar al fútbol en Ucrania: "Hay que tratar el dolor físico y emocional de la guerra"
Cuando Daniel De Castro, Curro Galán y Javier Lurueña, preparadores físicos del Shakhtar Donetsk, llegaron a Kiev, la invasión rusa hacía ya un año que había empezado. Sin embargo, poder jugar la Champions y la Europa League, dicen, era "una oportunidad" que no podían dejar escapar.
28 mayo, 2023 02:59La primera vez que Daniel De Castro y Curro Galán pisaron la ciudad deportiva que usa el Shakhtar Donetsk en Kiev todavía había restos de metralla en los postes de las porterías. En el campo, un pedazo de césped recién plantado comenzaba a florecer como recordatorio del misil que impactó en ese mismo lugar en los primeros días de un conflicto que dura ya 15 meses.
Entonces era agosto y el Gobierno ucraniano acababa de anunciar el regreso de la Liga nacional de fútbol al país tras medio año de parón. El objetivo era enviar una señal de resistencia. Hacer de este deporte de masas un altavoz para gritarle al mundo las atrocidades que Rusia estaba cometiendo en su territorio y, sobre todo, tratar de "levantar el ánimo de la nación". Darle a los ciudadanos un poco de esperanza, cierta sensación de normalidad.
Lo primero que pensó Daniel cuando vio la pared agujereada de la sala que iba a ser su lugar de trabajo no tuvo que ver con nada de eso. "¿Qué coño hago yo aquí?", se preguntó. Tras trabajar una temporada en Tanzania, a este canario de 34 años le ofrecieron ser el preparador físico del equipo ucraniano que ahora entrena el exfutbolista croata Igor Jovićević. Daniel no dudó: "Dije que sí antes de saber cuál era la oferta económica".
El Shakhtar Donetsk –originario de la homónima ciudad de la región del Donbás– es uno de los equipos del país con más historia, a pesar de que desde 2014, cuando Rusia ocupó la región del este de Ucrania, no juega en su propio estadio. Sin embargo, ser un equipo nómada es una rémora que no le ha impedido ser un habitual de la Champions y la Europa League, dos de las competiciones más importantes del mundo. "Jugar a ese nivel es una oportunidad que quizá no volvamos a tener en nuestra vida", señala Daniel.
Si habla en plural es porque con él vino Curro, compañero de la universidad y el actual entrenador de porteros del equipo. Como el canario, Curro habla de "las puertas que se abren" al trabajar en el Shakhtar Donetsk, aunque eso haya significado pasar los últimos ocho meses lejos de su Huelva natal y en un territorio en guerra. "Al principio no quería entrar en Ucrania, pero luego entendí que si lo proponían era porque había un mínimo de seguridad", explica. Y es que acabar viviendo en Kiev, aclara, no formaba parte del plan original.
"En un primer momento nos dijeron que viviríamos en Polonia [a donde se trasladó el equipo cuando empezó la guerra] y que la Liga se disputaría fuera del país. Luego, que jugaríamos en Ucrania, cerca de la frontera. Y cuando estábamos de pretemporada nos avisaron de que los dos primeros partidos se jugarían en la capital", resume Daniel. Ahora, menos en los de la línea de frente, han pisado ya prácticamente todos los grandes estadios ucranianos: desde Járkov (en el noreste) hasta Odesa (en el suroeste) pasando por Oleksandria y Kiev (en el centro).
Cuando nos reunimos con Daniel y Curro en la terraza de una cafetería situada a escasos metros del hotel en el que se alojan –en el centro de la capital ucraniana y en una zona aparentemente militarizada– acaban de llegar, tras más de siete horas de autobús, de Leópolis, una ciudad a unos 70 kilómetros de la frontera con Polonia en la que vivieron los primeros meses de la temporada. Con ellos está el madrileño Javier Lurueña, el tercer entrenador español del Shakhtar Donetsk. También preparador físico, se incorporó al cuerpo técnico en enero, con la Liga ya en marcha y a sabiendas de que sus días transcurrirían dentro de las fronteras ucranianas. "Yo ya vine sin engaños", bromea.
De 90 a 240 minutos de partido
El ambiente de normalidad que se respira en las calles de Kiev desde hace meses, con conciertos improvisados en la calle, y el ajetreo y la efervescencia propios de cualquier capital europea sometida, eso sí, a un impertérrito toque de queda, les ayudó a relativizar su primer susto: cuando escucharon por primera vez la alarma antiaérea.
El sonido, relatan, les acompañó sobre todo durante los primeros partidos, cuando tuvieron que aferrarse al protocolo establecido. "Si suena la sirena tenemos que ir a los vestuarios, que suelen ser subterráneos, y esperar a que acabe. Si dura poco, vuelves a calentar y a rodar, pero si se alarga los dos equipos tienen que decidir si se sigue jugando o se suspende", detalla Daniel.
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Uno de esos partidos llegó a durar casi 240 minutos, "a los que luego hay que sumar siete u ocho horas de autobús de vuelta, en tu día de descanso, porque no puedes ir en avión como hacen el resto de los equipos profesionales", recuerda Javier.
La dinámica del fútbol en tiempos de guerra desgasta, consume. Los partidos se celebran además a puerta cerrada, dejando a los deportistas sin el calor y el aliento de la afición. Y ese es quizá el mayor reto al que se enfrentan estos tres entrenadores: preparar a los jugadores para que se adapten y rindan al máximo en unas condiciones que se escapan de lo común.
"Algunos viven con la presión de que si pierden o les echan del equipo quizá tengan que ir pronto al frente"
Casi en su totalidad, la plantilla del Shakhtar Donetsk es ahora de nacionalidad ucraniana, ya que la guerra provocó la desbandada de las numerosas jóvenes promesas brasileñas que desde hacía años componían el club. Propiedad del multimillonario Rinat Akhmetov, dueño también de la siderúrgica de Azovstal, en Mariúpol, el equipo no es inmune a las alteraciones económicas derivadas del conflicto. Los mejores jugadores se han ido al extranjero, y los que quedan se esfuerzan por evadirse (e incluso disfrutar) en el campo mientras amigos, conocidos y familiares se juegan la vida en la línea de frente.
Algunos de los jugadores, explican los entrenadores, tienen a sus padres en zonas ocupadas o en los territorios que Rusia bombardea a diario. Otros, llevan meses sin ver a sus parejas o a sus hijos, refugiados en el extranjero. A uno de ellos incluso le llegó la notificación para enrolarse a las filas del ejército ucraniano. "Vive con la presión de que si pierde, o si le echan del equipo, quizá tenga que ir pronto al frente".
"Por eso intentamos no sólo gestionar el dolor físico, sino también la fatiga emocional que genera la guerra", dice Javier. Para conseguirlo, se centran en comprender la situación individual de cada uno y hablar con ellos cuando ven que lo necesitan. "Al final, estar aquí es elección nuestra, pero muchos de ellos no tienen otra alternativa y tienen que mantener a sus familias, algunas a muchos kilómetros de distancia", sostiene el entrenador madrileño.
Un año más en el Shakhtar Donetsk
Las suyas, las familias de Javier, Curro y Daniel, también están lejos, y eso, dicen, es lo que más les pesa. Desde que llegaron a Ucrania sólo han vuelto a España en dos ocasiones: en noviembre y en marzo. Las visitas ni se esperan ni se desean. Además, reconocen, la información que dan está meticulosamente medida: no avisan "ni de la mitad" de las veces que suena la alarma antiaérea en Kiev que, tras meses de relativa calma, se ha convertido en una constante en las últimas semanas.
El pasado invierno tampoco dieron parte del misil ruso que impactó contra las infraestructuras energéticas de Leópolis e hizo retumbar las ventanas del hotel en el que se encontraban. Guardaron silencio cuando vieron, "como si fuesen fuegos artificiales", los esfuerzos de las defensas antiaéreas ucranianas para derribar el dron descontrolado que sobrevoló la plaza del Maidán a inicios de mayo. Todo "para no preocupar de más" a sus seres queridos.
Al final, de los ocho meses que llevan en Ucrania, solo han sentido miedo "dos días como mucho". "Sé que choca, porque mis amigos en España no se cree que la gente en Kiev esté haciendo vida normal o que estemos aquí tomando un café en una terraza", asegura Curro.
Dentro de un par de semanas, cuando acabe la temporada, los tres volverán a casa, alejados del ruido de las alarmas antiaéreas y, quizá, con una copa bajo el brazo. Hoy por hoy, su equipo encabeza la Liga ucraniana y ellos confían en que van a ganar. Y sobre si compensan esos días de incertidumbre propios del día a día de un país en guerra, los tres coinciden en que el fútbol es impredecible, pero que, de momento, ellos han firmado un año más con el Shakhtar Donetsk.