
Donald Trump, en Las Vegas, apoyando un negocio local.
Trump se escuda en la lucha contra el "marxismo" para cortar el envío de vacunas contra el VIH o la malaria a países pobres
La oficina de presupuesto estadounidense ha ordenado la pausa inmediata de todas las ayudas a organizaciones y proyectos para su revisión ideológica. Se mantendrán las destinadas a individuos, como la Seguridad Social.
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“La asistencia económica debe centrarse en las prioridades de la Administración: los dólares de los contribuyentes servirán para crear una América más fuerte y más segura, eliminando el peso de la inflación para los ciudadanos, potenciando la energía y la manufactura estadounidense, acabando con lo “woke” y con las persecuciones políticas desde el gobierno, promoviendo una administración eficaz y haciendo a América Sana de Nuevo (MAHA). El uso de los recursos federales para avanzar en la igualdad marxista, la ideología transgénero y las políticas ecologistas del “green new deal” es una pérdida de dinero para el contribuyente y no mejora el día a día de las vidas de aquellos a los que servimos”.
Con este poderoso párrafo comienza Matthew J. Vaeth, director de la oficina de presupuesto del presidente Trump, el memorándum enviado a las distintas agencias federales solicitando el cese inmediato de toda ayuda estatal hasta la revisión de los distintos programas el próximo 10 de febrero, como pronto. Sorprende la entrada en vigor inmediata de la orden y lo poco concreto de su aplicación. Ahora mismo, nadie tiene bien claro si afectará a las ayudas al transporte, a la educación, a la reparación o la lucha contra los desastres naturales. Parece claro que no afectará al Medicare ni a la Seguridad Social, pues son ayudas que reciben los individuos directamente, sin pasar por organización alguna.
Toda la financiación a distintas ONGs, así como los distintos proyectos sociales de la pasada administración, incluyendo el suministro de ayuda médica a los países más pobres, han de pausarse este mismo miércoles y sus responsables habrán de enviar al departamento de Vaeth un informe justificando cada dólar gastado en el último año y su previsión para el futuro. No se aceptarán nuevas peticiones y se paralizarán los trámites de las ya solicitadas. El estado, de momento, renuncia a financiar toda iniciativa que no cumpla los requisitos del movimiento MAGA, algo ya anunciado por Trump en su discurso de investidura, pero que no estaba claro si se atrevería a llevar a la práctica.
Joe Biden, “el marxista”
Sorprende, en cualquier caso, la retórica utilizada. La administración Trump tiene todo el derecho del mundo a darle al estado el papel en la economía estadounidense que considere oportuno siempre que no peligren los derechos constitucionales, algo que pone en duda Chuck Schummer, el líder de la minoría demócrata en el Senado. Otras cosa son los motivos que se utilicen y que apuntan a una visión sectaria y totalitaria de la sociedad en la que quien se aparta de los dogmas de MAGA queda como ciudadano de segunda.
De entrada, las apelaciones a lo “woke” son vacías. No se sabe qué es “woke” y qué no. Puede ser un término cultural aceptable para referirse a determinadas ideologías, actuaciones o comportamientos, pero es imposible precisar con exactitud su ámbito… y un gobierno no puede permitirse abstracciones. También sorprende la apelación a la lucha contra el “marxismo” en pleno 2025. Sorprende y asusta, porque a lo largo de la historia reciente de los Estados Unidos, dicha lucha ha servido como justificación para todo tipo de desmanes internos y externos, así como para la separación de la sociedad en buenos y malos.
Aún más peligroso es el hecho de que se utilice este adjetivo para calificar las políticas de la presidencia de Joe Biden. Si Joe Biden, miembro del “establishment” de Washington desde los años setenta, es un peligroso marxista, estamos desvirtuando por completo los términos. Es normal que todas las nuevas administraciones ajusten cuentas con las anteriores y reviertan sus políticas para adoptar nuevos propósitos. Ahora bien, también es normal que, cuando se hace desde el exceso y con un lenguaje de confrontación, salten las alarmas.
Hacia una sociedad aún más dividida
Con todo, lo que más llama la atención del documento es la implicación de que esta administración no considera que mejorar el día a día de las minorías sea una de sus prioridades. De hecho, se viene a asegurar que esas minorías, aun sin especificar a quien se refiere, no forman parte de la sociedad a la que Vaeth dice “servir”. Lo habitual entre todos los gobernantes, incluso en los casos de mayor hipocresía, es prometer que van a trabajar para todos los ciudadanos. Con este memorándum, Trump y su oficina de presupuesto rompen el tópico y dejan claro que solo se van a centrar en aquellos que les han votado. El resto, sencillamente, sobran y no cuentan para el movimiento MAGA.
Aparte, como viene siendo habitual, la orden se justifica en unos datos que son falsos y no cuadran con las cifras oficiales. Se habla de diez billones de gasto en 2024 cuando las estimaciones de gasto no llegan a los siete. En consecuencia, es imposible saber a qué tres billones de dinero en ayudas se refiere el texto, sobre todo si se deja fuera el gasto en sanidad pública. Probablemente, Vaeth esté tocando de oído y simplemente haya escrito lo que cree que al presidente y a sus votantes más fieles les suena mejor.
La sensación es que Trump quiere acabar con cosas que no sabe ni qué son. Por ejemplo, hay múltiples referencias al Green New Deal, incluso las hubo en el discurso de investidura, cuando dichas políticas no fueron aprobadas finalmente por el Congreso y por lo tanto no están en vigor. También se observa una especial fijación con la comunidad transgénero, que fue señalada en la investidura con aquel, “a partir de ahora, en Estados Unidos, solo existirán dos sexos: masculino y femenino” y cuya expulsión del ejército se ha convertido uno de los objetivos de la administración, sin que se acierte a dar una explicación convincente.
Lo que está claro es que Trump ha querido empezar marcando terreno tanto en lo nacional como en lo internacional, con posturas muy extremas que no sabemos si podrá mantener en el tiempo o si serán tumbadas por el poder judicial. La reafirmación de la división en la sociedad civil estadounidense -que ya existía antes de Trump y de la que el presidente puede considerarse una consecuencia- no es buena señal. Tampoco lo es el señalamiento de colectivos desde el ejecutivo ni la pausa de unas ayudas aprobadas por el legislativo solo porque no se ajustan a parámetros ideológicos. Choca de frente con la idea que todos tenemos de una democracia liberal, aunque, desgraciadamente, ya lo esperáramos.