Peggy Guggenheim: "Yo era una mujer liberada antes de que hubiera un nombre para eso"
Ahora que el Guggenheim de Bilbao ha cumplido 25 años, repasamos la vida de la mujer que fundó el Museo de Venecia que lleva su apellido y atesora su colección.
2 diciembre, 2022 01:49Viajera, divertida, ingenua pero valiente, manipuladora, complicada, nómada e intensa, así la describe Francine Prose en Peggy Guggenheim. El escándalo de la modernidad (Turner): "Su combinación de procacidad y de apocamiento, de timidez y de necesidad de llamar la atención, la ayudó a establecer vínculos con el mundo del arte y el mundo del glamour", afirma la autora de la biografía más reciente.
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Fue, sin duda, una mujer de dos caras y la encarnación de dos tópicos universales. Por un lado, la millonaria excéntrica, coleccionista de arte y desinhibida sexualmente que dio sentido pleno a la palabra “liberada”: hizo lo que le dio la gana, cuando, donde y como le dio la gana, sin tener que pedir permiso ni preocuparse por el famoso 'qué dirán', en una época en la que la mujer ocupaba casi siempre un discreto segundo plano.
La otra cara de su moneda (y segundo topicazo) escondía una “pobre niña rica” que se transformó en una mujer insegura, falta de afecto, acomplejada por su nariz y, lo que es más terrible, víctima de abusos y malos tratos por su 'colección' de maridos y amantes.
Aseguró que se había acostado con más de 400 hombres, en los que, según sus biógrafos, buscaba compulsivamente el amor o la aprobación o superar un complejo de inferioridad intelectual por no haberse formado como los intelectuales que luego frecuentó.
Su vida y sus andanzas darían para una serie de televisión de varias temporadas. Marguerite "Peggy" Guggenheim nació en 1898, en Nueva York, en una de las familias más ricas de Estados Unidos. Sus padres provenían de familias judías que habían emigrado desde Europa (en concreto desde Suiza y Holanda) y llevaban generaciones amasando una fortuna.
Su padre, Benjamin, era el quinto de los siete hijos de Meyer Guggenheim, magnate de la minería (sobre todo cobre y plata) y la metalurgia. Su madre, Florette, era hija de James Seligman, un banquero de Nueva York. Peggy se cría entre criados y doncellas, en una familia en la que, como ella misma recordará en sus memorias, “estaban todos locos”.
Lo cierto es que la excentricidad y el desequilibrio eran genéticos: su madre, Florette, repetía tres veces todas las frases y un hermano de esta (tío de Peggy) mascaba carbón y hielo todo el tiempo y acabó pegándose un tiro. Su padre se dedicaba a perder cantidades ingentes de dinero en inversiones desastrosas y a malgastar su fortuna viviendo en París y pasando más tiempo con sus muchas amantes que con su familia.
Todo un personaje, iba en el Titanic cuando el barco chocó contra el iceberg. Cuentan que, aunque era pasajero de primera clase y podría haberse salvado, acomodó a su amante francesa y a su criada en uno de los botes salvavidas y bajó a vestirse de frac, con su mayordomo, “dispuestos a hundirnos como caballeros”. Sus cuerpos nunca fueron encontrados.
Peggy tenía 14 años. Y heredó más de dos millones de dólares (equivalentes a casi 40 millones hoy). Decidida ya a continuar la tradición familiar de desarrollar su personalidad alejada de convenciones, al terminar sus estudios empieza a trabajar en la librería Sunwise Turn de Nueva York, que vendía literatura de vanguardia y exponía arte experimental, donde entra en contacto con jóvenes artistas y escritores bohemios.
En 1920, al cumplir 22 años (la mayoría de edad legal en Estados Unidos es a los 21) y poder disponer de algunos de sus fideicomisos, decide conocer Europa y se instala en París, donde recorre los museos, las tiendas, las calles… y se enamora de la ciudad de las luces, más luminosa y energética que nunca.
Un año después, Peggy vuelve a Nueva York para asistir a la boda de su hermano. Y conoce a Laurence Vail, con el que se casará un año después. Tras la luna de miel en Italia, se instalan en Francia.
Peggy conocerá a varias examantes de su marido, entre ellas, Mary Reynolds (quien le presentará a Marcel Duchamp, el artista dadaísta, y a Tristan Tzara, el poeta y ensayista fundador del dadaísmo) y Djuna Barnes, una de las primeras escritoras bisexuales.
Se instalan en un piso de Montparnasse, barrio en el que, en aquella época, malviven los artistas y escritores de esas vanguardias de las que ella había oído hablar en la librería de Nueva York: Pablo Picasso, Marc Chagall, Henri Matisse, Georges Braque…
En la capital gala coinciden, a principios del siglo XX, Coco Chanel, el compositor Igor Stravinsky, el fundador de los Ballets Rusos, Serge Diaghilev, el escritor, pintor, director de cine y diseñador Jean Cocteau, los bailarines Josephine Baker y Vaslav Nijinsky, el escritor y periodista Ernest Hemingway...
París es una fiesta y una tertulia continua, en la que intelectuales y artistas se reúnen en cafés, fiestas o en casa de la escritora y coleccionista de arte Gertrude Stein. Peggy también convocará a menudo a ese grupo de personajes que estaban cambiando la historia del arte, de la literatura, de la música, del baile y de la moda.
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Pero, según cuenta Mary Dearborn en la biografía de Peggy Guggenheim Mistress of Modernism (La amante del modernismo), que escribió en 2004, detrás de una vida aparentemente idílica se escondían los malos tratos de su marido, que abusaba física y psicológicamente de ella.
En 1923, nacerá su primer hijo, Michael Cedric Sindbad Vail. La pareja viaja a Normandía, donde conocerán al escritor James Joyce (el autor del Ulises), su mujer, Nora, y al fotógrafo Man Ray, que fotografía a Peggy con un vestido del diseñador Paul Poiret.
El matrimonio y su hijo viajan por Italia y Egipto, pero siempre vuelven a su piso parisino de Montmartre, donde cada noche se celebra una fiesta: Peggy está cansada de encontrar su casa invadida por desconocidos e incluso parejas borrachas haciendo el amor en su cama. Los viajes continuarán. Peggy regresa brevemente a Nueva York, vuelve a Europa y se instala en Suiza, donde nacerá su segunda hija, Pegeen Vail Guggenheim.
En 1927, ya de vuelta en París, conoce a Isadora Duncan, y hace una fiesta en honor de la famosa bailarina, a la que asisten Jean Cocteau, Hemingway, el escritor André Gide (que dos décadas después ganará el premio Nobel), Marcel Duchamp y Ezra Pound, poeta y crítico estadounidense, descubridor de Joyce y profundamente antisemita…
Después de un año infernal de palizas, en el que su marido incluso la tiró por las escaleras y quemó su ropa, por fin, a finales de diciembre de 1928, Peggy Guggenheim se decide a abandonar a Laurence Vail. Inexplicablemente, ella obtendrá la custodia de Pegeen, pero su marido conservará la de su hijo Sindbad.
Pronto empezará otra relación con John Holms, un escritor inglés con el que había tenido un affaire al saber que marido la engañaba con la escritora Kay Boyle. Se instalaron en Devon, en una casa llamada Hayford Hall, a la que los amigos de la pareja rebautizaron como Hangover Hall (en español, Salón de la Resaca).
Siempre generosa y hospitalaria, quizás para rodearse del cariño que siempre le faltó, Peggy ofrece a la escritora Djuna Barnes que se instale con ellos para terminar su novela Nightwood (en español se tituló El bosque de la Noche), en la que novelaba su relación con la escultora Thelma Wood.
Peggy la apoyaría económicamente durante años, así como a numerosos artistas y otros personajes que, en muchos casos, estaban más interesados en su dinero que en su sincera amistad.
En 1934, John Holmes fallece de un infarto. A pesar de que también tenía un carácter agresivo, sufría el llamado 'bloqueo del escritor' y bebía en exceso, Peggy siempre lo consideró el amor de su vida. En 1937, muere la madre de Peggy, y esta hereda casi otro medio millón de dólares. Peggy no sabe qué hacer y sus amigos, entre ellos Marcel Duchamp, le aconsejan que monte una galería de arte.
El artista y crítico de arte será su maestro y un gran apoyo en esa época ("la persona más influyente en mi vida", escribió) y, guiada por su intuición, viaja a París en busca de artistas cuya obra exponer en su galería. Allí conocerá a Samuel Beckett, el pesimista escritor irlandés, discípulo de Joyce y creador del 'teatro del absurdo', que después ganaría el premio Nobel), con el que tendrá un romance.
En 1938, se inaugura en Londres Guggenheim Jeune, en el número 30 de Cork Street, con una exposición de Jean Cocteau. A esa primera exposición seguirán otras de Wassily Kandinsky (que expondrá por primera vez en Inglaterra en la galería de Peggy) y otros artistas emergentes como Henry Moore, Alexander Calder, Constantin Brancusi, Jean Arp, Max Ernst, Georges Braque…
Pero el arte surrealista y vanguardista que ofrece la galería choca con el gusto británico, mucho más conservador. Como las obras no se venden, Peggy decide comprar algunas en secreto para animar a los artistas y así da comienzo su carrera de coleccionista. Un año más tarde, la galería sólo ha dado pérdidas, y decide cerrarla y volver a París para abrir allí otra.
En 1939, cuando estalla la Segunda Guerra Mundial, Peggy está en París comprando obras de arte compulsivamente (en sus memorias escribió que llegó a comprar “una obra al día"). Los artistas, algunos de ellos judíos, que quieren huir de Francia, venden sus pinturas y esculturas a precios muy rebajados.
La lista de sus adquisiciones incluía, entre otros diez picassos, 40 ernsts, ocho mirós, cuatro magrittes, cuatro ferrens, tres manrays, tres dalís, un klee, un wolfgangpaalen y un chagall, que pensaba exponer en un local que había alquilado en la Place Vendôme.
Ya fuera por inconsciencia o por creer que su pasaporte estadounidense y su dinero la protegerían, nunca pensó en volver inmediatamente a su país al saber que los nazis estaban deportando judíos e incautándoles sus propiedades.
Solo dos días antes de que los alemanes entraran en París, huyó de la capital gala camino de Grenoble con todas las obras de arte que había comprado. El artista Fernand Léger le había aconsejado que hablara con el Louvre, para que la ayudaran esconder sus obras junto a las del museo.
A pesar de que muchos artistas eran de origen judío y sus obras eran consideradas por los nazis "arte degenerado”, por lo que serían destruidas, los especialistas de la pinacoteca consideraron que no merecían ser protegidas “porque eran demasiado modernas” (incluía obras de Picasso, Kandinsky, Klee, Picabia, Braque, Gris, Mondrian, Léger, Miró, de Chirico, Magritte, Dalí, Giacometti, Brancusi, Duchamp, Chagall, etc.),
Peggy está furiosa, esconde las obras en el granero de un amigo en el campo, y se instala en Marsella con un grupo de pintores, entre ellos, Max Ernst, que había logrado escapar de un campo de concentración y con el que tendrá una apasionada relación.
Finalmente, en 1941, logran salir hacia Estados Unidos: Peggy, sus hijos, su exmarido, Laurence Vail, y su nueva esposa, Kay Boyle; Max Ernst y otros artistas judíos protegidos por la mecenas. Su colección había salido unas semanas antes, rumbo también a Estados Unidos, entre muebles, ropa, libros, utensilios de cocina y otros enseres personales.
De vuelta en Nueva York, Peggy y Max se casan. En 1942, Peggy abre en Manhattan una nueva galería llamada The Art of This Century, muy diferente a las que ya existía, con innovadores espacios expositivos y muebles de diseño.
Desde allí dará a conocer a jóvenes artistas del expresionismo abstracto estadounidense, como Jackson Pollock, más tarde considerado el más importante pintor estadounidense del siglo XX y que fue sin duda su gran descubrimiento. Desde 1943, cuando era un desconocido, le organizó en la galería cuatro exposiciones individuales.
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Ese mismo año, Max Ernst y Peggy Guggenheim se separan. Comienza entonces una etapa, que durará cinco años, en la que, durante el día, acude a la galería acompañada de sus perros y, por la noche, organiza fiestas salvajes en su piso de Manhattan y bebe hasta perder el conocimiento. En una de ellas, Pollock, que también bebía demasiado, se puso a hacer pis en la chimenea.
En 1947 Peggy Guggenheim cierra The Art of This Century. Está aburrida y “exhausta por mi trabajo en la galería, de la cual me había convertido en una especie de esclava". La guerra hace tiempo que acabó en Europa y decide volver, pero Londres está destruido por los continuos bombardeos de al avión nazi y considera que París se ha convertido en una ciudad decadente, así que su destino será Venecia.
Su colección se ha visto incrementada: junto a las obras del llamado Modernismo Europeo van las nuevas adquiridas a talentos de la vanguardia de Nueva York, desconocida en Europa. Es invitada a exponerla, en 1948, en la Bienal de Venecia, que le dedicó un pabellón exclusivo. La muestra viajará después a otras ciudades italianas.
Peggy compra el Palazzo Venier dei Leoni, que será mitad residencia (en la que vive con sus sirvientes, sus numerosos invitados y sus catorce perros de la raza Lhasa Apsos) y mitad galería. En 1951 decide abrir sus puertas al público para que, tres tardes a la semana, puedan entrar a ver su magnífica colección.
Sigue celebrando fiestas épicas, a las que asisten sus amigos artistas, sus protegidos y otras celebridades de la época invitado en su casa, como Truman Capote, Giacometti, Malraux o Gore Vidal. La colección de arte estaba repartida por todas las habitaciones e incluso había pinturas en los cuartos de baño.
En su dormitorio, el cabecero de la cama era obra de Calder, de quien también tenía móviles en otras estancias y ella lucía grandes pendientes. Su gusto por la moda era evidente: desde siempre prefirió la ropa llamativa y de diseñadores considerados extravagantes para su época.
En el jardín, había numerosas esculturas y Peggy instaló un gigantesco trono de piedra, donde aparece retratada en muchas fotografías. Toma el sol en la terraza que da al Gran Canal, recibe a sus invitados y sale de paseo en la última góndola privada de Venecia (que hoy puede verse en el Museo Naval de la ciudad de los canales).
De sus paseos en góndola, escribe: "Adoro flotar hasta tal punto que no puedo pensar en nada más hermoso desde que dejé el sexo o, mejor dicho, desde que el sexo me dejó a mí". Según Anton Gill, otro de sus biógrafos, en Confesiones de una adicta al arte (en cuya portada posa Peggy con un vestido Delphos de Fortuny), la coleccionista le confesó que "había ‘dormido’ con mil hombres".
Acusada en su época de promiscua, sus enemigos aseguraban que coleccionaba con la misma pasión vestidos, obras de arte y amantes. "Si hubiera sido un hombre, su comportamiento no habría sido escandaloso", aseguraba en una entrevista a El Mundo su nieta, Karol Veil, quien desde 2017 dirige el Museo Peggy Guggenheim de Venecia. "Mi abuela era simplemente una mujer independiente".
Las innumerables fotos la muestran en su casa, junto a sus perros y sus obras. En una de ellas posa frente a un Picasso. Años después, su nieta contaría la anécdota en la que Peggy, apasionada del surrealismo, quiso conocer a Picasso y visitar su estudio, pero el pintor malagueño se negó a recibirlo, pensando que sería otra “americana rica que coleccionaba arte por diversión".
Desde luego, el nombre de su fundadora es sinónimo de un estilo libre, original, rompedor y vanguardista, hasta en la moda: como ella no podía llevar unas gafas de sol cualquiera, le pidió a su amigo y protegido el artista Edward Melcarth, diseñase para ella un modelo inspirado en la figura de una mariposa.
En 1962, fue nombrada ciudadana honoraria de Venecia. Museos de todo el mundo quieren tener sus obras expuestas. En marzo de 1967, mientras Peggy está de viaje en México, muere su hija, Pegeen, en París, en extrañas circunstancias. Peggy nunca se recuperó de la pérdida de su hija, una pintora alcohólica y adicta a tranquilizantes que ya había intentado suicidarse anteriormente.
A partir de ese momento, Peggy dejó de comprar arte moderno alegando que ya no lo comprendía. En vida, legó su palazzo y su colección a la Fundación Solomon R. Guggenheim, que lleva el nombre de su tío, el hermano de su padre que hizo fortuna y le encargó a Frank Gehry la construcción del Museo Guggenheim de Nueva York para albergar su colección de arte.
Peggy solo puso una condición: que su colección de obras de arte, a las que amó más que a sus hijos y por las que luchó para protegerlas del expolio nazi, se mantuviesen juntas y expuestas en Venecia. "Yo no soy coleccionista. Yo soy un museo", dijo.
Hoy el Museo Peggy Guggenheim es el segundo más visitado de la ciudad, por detrás sólo del Palacio Ducal. Una colección sin la que, según los críticos, no sería posible comprender la evolución del arte contemporáneo, pues incluye obras de arte de movimientos como el cubismo, el futurismo, el surrealismo, el expresionismo abstracto americano, la pintura metafísica, la escultura de vanguardia, la abstracción europea...
Murió a causa de una apoplejía el 23 de diciembre de 1979 en Padua (Italia). Fue enterrada en el jardín de su palazzo, donde en dos sencillas lápidas se puede leer: "Aquí yace Peggy Guggenheim. 1898-1979" y "Aquí yacen mis amados bebés", con la lista con los nombres, fecha de nacimiento y de defunción de sus 14 perros.
En sus libros Out of this century (1946) y Confessions of an Art Addict (1960), luego unidos en otro bajo el título Una vida para el arte (1979) puede conocerse la historia cultural, social y política de Europa y Estados Unidos durante casi todo el siglo XX.
Francine Prose, autora de Peggy Guggenheim, el escándalo de la modernidad, la describe así: "Peggy Guggenheim nació con la necesidad de enervar a la gente o, en todo caso, la desarrolló muy pronto, y este impulso le resultó muy útil para abordar un proyecto vital que consistió en mostrar al público un tipo de arte verdaderamente innovador y a veces incluso inquietante".
Poco antes de morir, la mecenas y coleccionista más conocida por el gran público había escrito: "Veo hacia atrás en mi vida con gran alegría. Creo que fue una vida muy exitosa. Siempre hice lo que quise y nunca me importó lo que los demás pensaran. ¿Liberación de la mujer? Yo era una mujer liberada antes de que hubiera un nombre para eso".