
Pareja cansada después de un viaje Pexels
El síndrome de la turista agotada: cuando las vacaciones nos roban el descanso y la placidez
Des-conectar del ruido de la ciudad para re-conectar con nuestra alma es el verdadero desafío de la sociedad contemporánea.
Más información: Un viaje por algunos de los rincones más extranos o insólitos del mundo
El concepto viajar ha sufrido una revolución inapelable. Si antes las vacaciones eran homólogo de descanso, relajación y desconexión, ahora parecen haber mutado en una constante búsqueda por acumular experiencias, sin ton ni son, en lugar de disfrutarlas.
Empujadas por el frenesí, la globalización y el razonamiento de "cuanto más, mejor", hemos convertido el viaje en una competencia de hiperproducción que muy lejos queda ya de lo que entendemos por vacaciones.
Este turismo acelerado y superficial, cada vez más palpable, no permite que nuestro cerebro asimile lo que estamos viviendo cuando aún estamos en proceso de vivirlo. Nos desconecta de la realidad, del aquí y del ahora, y nos relega a una 'tierra de nadie' que nos impide gozar del momento.
Andrea Vicente Fenoll, psicóloga clínica y terapeuta especializada en estrés y bienestar emocional, nos habla del hedonic treadmil: "Cuántos más estímulos tenemos, más rápido nos acostumbramos y, entonces, menos satisfacción nos produce a largo plazo haber vivido esa experiencia".
En lugar de saborear la calma y el sosiego, nos hemos convertido en consumidoras de sensaciones rápidas, fugaces y efímeras. Siempre persiguiendo algo que nos impulse a movernos al siguiente destino, y al siguiente, y al siguiente...
Así, lo único que hacemos es incentivar este ritmo vertiginoso que disuelve el viajar en la agenda diaria, y que lo convierte en una extensión de nuestras responsabilidades, aunque en otro escenario. Pero, ¿a qué costo?

Aeropuerto en movimiento Pexels
Andrea Vicente también incide en que hay personas que se llevan el ordenador consigo "por si acaso", o que no pueden evitar echar un ojo a su bandeja de entrada, incluso cuando se encuentran de viaje. Se trata de un fenómeno conocido como leisure guilt, es decir, sentirse culpable por no ser productivas. Pero, ¿desde cuándo hay que serlo estando de vacaciones?
Este tipo de pensamientos y acciones perjudican nuestro bienestar y provocan que el viaje se convierta en una tarea que agota más que revitaliza. La saturación de estímulos, la sobreabundancia de rincones por visitar, y la presión porque los demás conozcan que hemos vivido esa experiencia, nos deja con la sensación de que no hemos vivido el viaje, sino que simplemente lo hemos atravesado.
Indudablemente, la idea de vacaciones ha sido desvirtuada. Nos embarcamos en viajes que consisten principalmente en tocar los diferentes atractivos turísticos sin detenernos a sentirlos.
De acuerdo con Ingrid Pistono, psicóloga experta en autoestima y ansiedad, "ahora es mucho más común dividir el tiempo en varias pequeñas escapadas que disponer de 30 días seguidos de vacaciones". Sin embargo, aún seguimos sin desvincularnos del mundo digital.
Las expectativas de compartir cada segundo en Instagram o en otras plataformas sociales, unido al ansia por colorear el mapamundi de aplicaciones como Been, han transformado viajar en una obligación. Una forma de demostrar al mundo lo bien que estamos, y la desmesurada cantidad de turismo que realizamos con respecto a otros.
Mostramos cada minúsculo recoveco, aunque sea insignificante e irrelevante: visto, publicado y olvidado. Esta práctica tiene un nombre, performance vacation, o la necesidad de documentarlo todo. Esto, según Andrea Vicente, "nos hace disminuir la satisfacción real con el viaje". No debemos olvidar que desconectar también significa no demostrar nada a nadie.
Quizá alguna se acuerde de cuando el viaje era algo que disfrutábamos en privado, y cuanta menos gente lo supiera, mejor. Teníamos menos necesidad de compararnos con el resto, pero, ahora lo hacemos de manera continua.
Secundando las palabras de Ingrid Piscono, vivimos con la necesidad de "hacer cosas similares al resto, para no sentirnos diferentes o excluidos; (...) incluso si no nos gustan los animales, aun así nos vamos de safari". Solo porque está de moda, y porque nos invade el pensamiento recurrente de 'y si ella lo ha hecho, ¿por qué yo no?'.
Se acumulan fotos de la Torre Eiffel, de las playas paradisíacas de las Islas Mauricio, del atardecer en Santorini... Pero, a menudo, lo que perdemos en el camino es el disfrute de los pequeños instantes.

Mujer revisando sus redes sociales Pexels
Las localidades turísticas se inundan de visitantes que van de un punto a otro sin tomarse ni un respiro, corriendo para cumplir con itinerarios estrictos y excursiones programadas autoimpuestas. Esto, unido a las horas de vuelo, los traslados en autobuses, la sobrecarga de actividades, las visitas express a monumentos, y las noches de fiesta, forman los ingredientes perfectos para completar la receta del viaje (in)visible.
¿Dónde quedó el disfrutar de las prisas de una gran ciudad, de una tarde en silencio en una cafetería de especialidad argentina e, incluso, de perderse en la línea del metro de Londres?
Esta constante demanda de experiencias torbellino, que arrasan con todo a su paso, nos impide darnos el tiempo necesario para reencontrarnos íntimamente. Simplemente, conectar con el entorno. Dejarse deleitar por las cotidianidades de la vida con el hándicap de que suceden a miles de kilómetros de nuestro safe place.
El viaje, en su sentido más genuino, debería ser ese espacio para frenar, priorizar nuestra propia paz interior, y recordar quiénes somos fuera de la dinámica de consumo y producción que nos rodea.
De lo contrario, concordando con la especialista Ingrid Piscono, "la sensación al retornar será de vacío. Habrás aportado y cumplido expectativas de otros, pero no las tuyas". Siempre en búsqueda de lo nuevo, lo diferente, lo impactante; pero más alejadas que nunca de nuestro verdadero propósito: reconectar con nosotras mismas.
No debemos olvidar que descubrir lugares ajenos es la mejor oportunidad para la introspección, sumergirnos en su encanto, reflexionar sobre lo que nos ofrecen y, sobre todo, vibrar al unísono. Porque no siempre hay que estar en movimiento para encontrar lo que realmente necesitamos.