La desesperada oferta de Franco a Churchill para lavar sus pecados y blindar la dictadura
- El dictador propuso al premier una alianza anticomunista contra la hegemonía de la Unión Soviética. Pero sus planes no salieron bien.
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"Los problemas políticos internos de España son una cuestión exclusiva de los propios españoles. No es asunto nuestro, del Gobierno, mezclarnos en tal cuestión". Esas palabras pronunciadas en sede parlamentaria por Winston Churchill el 24 de mayo de 1944, cuando la derrota total del Eje empezaba a ser evidente, fueron recibidas con júbilo por Franco y suscitaron polémica en Gran Bretaña y entre los Aliados. El premier británico parecía estar absolviendo así la germanofilia mostrada por el régimen de Madrid desde el principio de la II Guerra Mundial.
El 4 de junio, dos días antes del desembarco de Normandía, Churchill explicó sus comentarios de forma confidencial al presidente estadounidense Roosevelt. "Aquí no podemos aceptar la posibilidad de atacar a países que no nos han molestado porque nos disguste su forma totalitaria de gobierno. No sé si hay más libertad en la Rusia de Stalin que en la España de Franco. No tengo intención de buscar una pelea con ninguno de ellos", confesó, dejando entrever sus preocupaciones si la Unión Soviética salía triunfal de los combates en el frente oriental.
Envalentonado por los acontecimientos, Franco tuvo la ocurrencia de remitir, a través de su embajador en Londres, el duque de Alba, una carta personal a Churchill en la que, de cara a la posguerra, le ofrecía la formación de una alianza anticomunista hispano-británica. En la misiva, fechada el 18 de octubre y entregada unas semanas más tarde, proponía ese acuerdo de cooperación para un horizonte desconcertante vista la "hegemonía" de los soviéticos en el este de Europa y el "insidioso poder del bolchevismo" en el oeste. Además, aseguraba que Gran Bretaña y EEUU tenían a su disposición una España "sana", con una posición estratégica envidiable y llena de "recursos de coraje y energía", cuyo derribo "solo serviría al interés de Rusia".
Se prentendía, en palabras de Enrique Moradiellos, convertir al "invicto Caudillo de la Victoria" en el "prudente Caudillo de la Paz". "La velada petición franquista de apoyo de cara al incierto futuro ocasionó un agudo debate en el gobierno de coalición nacional presidido por Churchill, en el que los laboristas exigían medidas duras (en forma de sanciones económicas y diplomáticas) para derribar a Franco y restaurar la democracia en España", explica el catedrático de Historia Contemporánea en la Universidad de Extremadura y gran especialista en las relaciones hispano-británicas en el siglo XX.
Sin embargo, el premier era totalmente contrario a esta operación. En una carta confidencial fechada el 10 de noviembre a Anthony Eden, su secretario del Foreign Office, se mantenía firme en no intervenir en los asuntos de un país extranjero "con el que no hemos estado en guerra", subrayando que acabar con Franco podría suponer la reactivación de una guerra civil: "No estoy más de acuerdo con el gobierno interno de Rusia de lo que lo estoy con el de España, pero estoy seguro de que preferiría vivir en España más que en Rusia". Y añadía: "Por supuesto que me encantaría ver una restauración democrática y monárquica, pero una vez que nos identifiquemos con el bando comunista en España, toda nuestra influencia en favor de un término medio se habrá evaporado".
El 7 de noviembre, en unas declaraciones a la agencia United Press, el dictador español definió su régimen por primera vez como una "democracia orgánica" y católica, añadiendo que "la política internacional de EEUU en absoluto se contradecía con la ideología de España". Era un nuevo intento de dar vuelo a la coartada de la "teoría de las tres guerras": entre Gran Bretaña y Alemania, en la que España era neutral; entre Alemania y la URSS, en la que era beligerante con los soviéticos; y entre Japón y EEUU, en la que apostaba por los americanos.
Unos días más tarde, el embajador británico Samuel Hoare se presentó en El Pardo y fue bombardeado con este mismo argumentario. "En mi opinión, él [Franco] está sinceramente convencido de que es el instrumento elegido por el cielo para salvar a España y considera cualquier sugerencia en sentido opuesto como fruto de la ignorancia o de la blasfemia".
La respuesta de Churchill a Franco, aunque se retrasó dos meses, fue contundente: "Le induciría a usted a un serio error si no desvaneciera en su ánimo la idea equivocada de que el Gobierno británico está dispuesto a considerar ninguna agrupación de potencias en Europa occidental, o en cualquier otro punto, basada en hostilidad hacia nuestros aliados rusos o en la supuesta necesidad de defensa contra ellos. La política del Gobierno británica se funda firmemente en el Tratado anglo-soviético de 1942 y considera la permanencia de la colaboración anglo-rusa dentro del armazón de la futura organización mundial, como esencial. Y no solamente a sus intereses, sino también a la futura paz y prosperidad de Europa en su conjunto".
Tanto la demora como el contenido de ese escrito, del que se hizo partícipe a Moscú y al Departamento de Estado de Estados Unidos, mostraron al régimen de Franco cuál era la realidad a la que se enfrentaba: "Está fuera de toda consideración para el gobierno de Su Majestad respaldar las aspiraciones españolas a participar en los futuros acuerdos de paz. Tampoco creo probable que se invite a España a incorporarse a la futura organización mundial". Una postura que sería ratificada el 2 de agosto en la conferencia de mandatarios aliados victoriosos (Churchill, Truman y Stalin) celebrada en la ciudad alemana de Potsdam, donde la España franquista quedaba vetada de la ONU "en razón de sus orígenes, su naturaleza, su historial y su asociación estrecha con los estados agresores".