Hernán Cortés partió de Cuba en 1519 al mando de una expedición de exploración compuesta por 11 naves, 518 hombres, 110 marineros, 200 auxiliares indígenas, 32 caballos y 10 cañones y 4 falconetes. Ese mismo año pero más al sur, en la joven ciudad de Acla (hoy Panamá) el conquistador Vasco Núñez de Balboa fue decapitado por su suegro. Aún más al sur, Magallanes descubrió un paso hacia el océano Pacífico y, en Europa, Carlos V fue coronado emperador del Sacro Imperio mientras su imperio en América se ensanchaba cada día.
Tres años más tarde, el Imperio azteca se postraba ante los pies de Cortés y sus aliados indígenas. México-Tenochtitlan, la gran capital mexica, apestaba a incendio y cadáveres en descomposición. Con su acueducto destrozado, hambrientos y muertos de sed, decenas de miles murieron de "pestilencia", conocida entre los nativos como cocoliztli. El extremeño había conquistado un imperio, pero espoleado por su ambición y con el visto bueno de la Corona se volcó hacia el mar del Sur en busca de una nueva gesta.
Fracasó en tres expediciones buscando el paso del noroeste y una que pretendía afianzar el control de las ansiadas islas de las especias. En las profundidades del Pacífico se hundieron sus naves y su ambición desmesurada. Sus expediciones en el litoral novohispano fueron "su talón de Aquiles", cuenta Mariano Cuesta Domingo, catedrático de Historia de la Universidad Complutense de Madrid, en su estudio Cortés y el mar, publicado en la Revista de historia naval.
El último intento
En 1539 partió de Acapulco la última expedición pagada por el bolsillo del conquistador de México. Pese a los sonados fracasos anteriores, el cronista Bernal Díaz del Castillo apuntó que no faltaron hombres interesados: ballesteros, arcabuceros, jinetes, tres herreros, dos carpinteros, médicos, cirujanos...
Todos confiaban en Cortés y soñaban con hacerse ricos. Treinta y cuatro hombres estuvieron dispuestos a marchar con sus mujeres hacia el Pacífico novohispano. Zarparon tres naves hacia la recién descubierta California, bautizada así en honor de una isla ficticia que en las novelas de caballería estaba plagada de rocas, bestias y feroces mujeres guerreras que luchaban a lomos de grifos.
Francisco de Ulloa capitaneó la flota. Al poco de echarse a navegar la nave Santo Tomás fue engullida por una tormenta. Ulloa, en la Santa Águeda, reconoció sin saberlo la desembocadura bermeja del río Colorado, constató que California era en realidad una península y, tras descubrir la isla de Cedros en 1540, su buque desapareció de la faz de la tierra.
Tas la desaparición de Ulloa, Antonio de Mendoza y Pacheco, virrey de Nueva España, enfrentado con Cortés, ordenó regresar a los supervivientes. "Que ningún navío saliera de la Nueva España hacia el Pacífico", escribió el virrey. El conquistador extremeño regresó a España e intentó buscar apoyo en la corte una última vez. La muerte le sorprendió en 1547 en Castilleja de la Cuesta (Sevilla) mientras intentaba regresar a América. Nunca encontró el ansiado paso del noroeste, conocido en su época como el estrecho de Anián.
El paso del noroeste
Diecisiete años antes de su muerte llegó de nuevo a América tras entrevistarse con Carlos V. Con anterioridad había fracasado en una alocada expedición a las Hibueras, en Centroamérica, pero aún era el conquistador del joven virreinato de Nueva España. Regresaba de Europa con el título de marqués del Valle de Oaxaca, la confirmación de numerosas propiedades y fincas y una capitulación que le daba derecho a "descubrir, conquistar y poblar cualesquiera isla que hay en la mar del Sur de la Nueva España".
Poco después ordenó la construcción de dos naves -la San Miguel y la San Marcos- y las puso al mando del explorador Diego Hurtado de Mendoza. En 1532 zarparon de Acapulco con la misión de buscar el ansiado paso del noroeste, que se creía mucho más cómodo que el de Magallanes.
Debían navegar rumbo al norte, más allá de la jurisdicción de la Audiencia de Nueva Galicia presidida por Nuño de Guzmán que, enemigo de Cortés, les negó el suministro de agua y comida. Bordearon las costas de Jalisco, Nayarit y avistaron las islas Marías.
Golpeados por feroces tormentas, sin agua y apenas comida, la San Marcos se amotinó y desembarcó en la inhóspita bahía de Banderas. Los nativos los masacraron. Solo dos regresaron con vida tras mil tormentos y explicar lo sucedido. Diego Hurtado siguió navegando hacia el norte a bordo de la San Miguel. Nunca más se supo de él ni de su nave.
Moluscos y desiertos
La de Diego Hurtado fue la segunda expedición bajo la tutela de Cortés que desaparecía en el océano. Años antes, en 1526, el propio rey le ordenó armar una expedición hacia las Molucas donde un puñado de supervivientes de flotas anteriores se degollaban a la desesperada con los portugueses por el control de las especias.
En los confines del mundo, las tres naves que zarparon desde México al mando de Álvaro de Saavedra fueron el único refuerzo que recibieron hasta que, desesperados, vestidos con harapos y enfermos, se rindieron en 1528 tras resistir más allá de lo razonable.
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Sin dar su brazo a torcer, el marqués de Oaxaca volvió a despachar otra flota en 1533 para buscar el paso que, en su lugar, se topó con la Baja California a la que confundieron en principio con una isla. El marino Fortún Jiménez se rebeló en el camino, tomó el mando y asesinó al comandante Diego Becerra.
El rebelde intentó fundar una colonia cerca de la actual ciudad mexicana de La Paz. Allí no había nada más allá de un paisaje árido y algunos indios hostiles que acabaron con su vida. Abrasados por el sol, los colonos no tenían ni agua ni comida y pasaron los días buscando moluscos en sus playas.
"El medio ofrecía a los nativos (de cultura material escasamente evolucionada) poco más que la supervivencia", explica el historiador. El propio Antonio de Mendoza y Pacheco, virrey de Nueva España, les obligó a regresar y la colonia se abandonó en 1536. Para aquel entonces muchos habían muerto de hambre.