Un sofocante calor tropical asfixiaba a los allí reunidos. Con toda la parafernalia propia del evento, los habitantes de la joven ciudad de Acla, actual Panamá, se reunieron para observar una ejecución. Era mediados de enero de 1519 y Vasco Núñez de Balboa iba a ser degollado por traición y usurpación a la corona. El vigoroso conquistador había sobrevivido a mil combates con los nativos, recorrido de cabo a rabo todo el Darién y tomado posesión de un océano. Hoy un cráter lunar y otro marciano llevan su nombre. No sobrevivió a la perfidia de sus compatriotas.
Acostumbrado a pelear y no callarse una opinión, incluso en el patíbulo discutió con los funcionarios y bramó al público que sus acusaciones eran falsas y que siempre había servido al rey. Murió decapitado junto a sus más fieles compañeros, "como carneros", dicen las crónicas. El hombre que lo mandó matar, Pedrarias de Ávila, su suegro, no estuvo entre el público: observó la ejecución escondido desde una casa cercana.
El extremeño Núñez de Balboa no fue ningún santo. Nadie de los que estuvieron allí lo fueron. No se sabe cuándo nació ni dónde está enterrado, pero su historia es digna de ser contada. Se cree que fue hijo de un hidalgo llamado Nuño Arias de Balboa y criado del señor de Moguer, donde aprendió el oficio de las armas y de las letras. En 1500 se enroló como escudero en la expedición de Rodrigo de Bastidas y Juan de la Cosa.
El joven Núñez, junto a sus compañeros, llegó a pie a Santo Domingo en 1502 tras embarrancar su nave. Intentó hacer fortuna, pero acosado por las deudas y perseguido por los acreedores huyó a Tierra Firme en 1510 como polizón en una expedición.
Al ser descubierto, la primera opción fue abandonarlo en una isla desierta, aunque se apiadaron de él y le dejaron participar. En búsqueda de oro y riquezas, no cejaron en su empeño de asentarse en la región. Se intentaron muchas localizaciones, todas ellas complicadas. El conquistador se hizo famoso entre la hueste y fundó Santa María de la Antigua, actual Panamá. Ahí fue nombrado alcalde junto a otro compañero.
Santa María de la Antigua se encontraba en un vacío legal, al límite teórico de dos gobernaciones, y Diego de Nicuesa, gobernador de Veragua y fundador de Nombre de Dios, no se lo tomó demasiado bien. Dispuesto a leerle la cartilla a Balboa se personó en Santa María, donde fue ignorado. Ultrajado, puso proa a La Española para quejarse personalmente al virrey. Se lo tragó el mar. Núñez de Balboa, de mendigo a cabildo, quedó de pronto como gobernador provisional en 1511.
Si en Centroamérica era difícil establecerse, Balboa y sus hombres lo hicieron en su punto más complicado, el Darién. Selvas tan cerradas que siempre parece de noche, infectos pantanos donde más de un expedicionario desapareció de la historia, tragado por la tierra. Eso sin olvidar a sus habitantes: millones de mosquitos llenos de muerte y enfermedades, prehistóricos caimanes, feroces jaguares y tribus nativas tan temibles como los caribes.
El Dorado
Balboa no fue un santo, al igual que sus hombres, pero supo jugar con la mano izquierda. Mediante una combinación de crueldad desmesurada, regalos y paciencia, logró la "amistad" de los nativos de Careta y Ponca. Los refuerzos llegaban a cuenta gotas, muchos morían en combate, por las enfermedades tropicales o el hambre. En su gran mayoría, los expedicionarios pasaban gran parte del día al borde del delirio.
El oro y las perlas no eran demasiadas; pero los nativos mencionaron un reino lleno de oro. Para ello debían atravesar la selva y un inmenso mar. Además de generar la leyenda de la mítica ciudad del Dorado (que no era otra cosa que el Imperio inca) cabía la posibilidad de encontrar el paso a las islas de las especias.
En su búsqueda del paso hicieron frente a la selva y a los nativos, a quienes combatieron con extrema crudeza. En sus salvajes escaramuzas, los ensordecedores disparos de arcabuz apenas se oían en el atronador ruido de la selva. Más suerte tuvieron los hispanos con sus jaurías de perros. Estos alanos se lanzaron al galope hacía los indígenas, a quienes devoraron vivos en más de una ocasión. Núñez tomó especial cariño a Leoncillo, un inmenso y sanguinario mastín.
Después de mil tormentos y crueldades, un 29 de septiembre de 1513 se bañaron en el océano Pacífico. Allí, Núñez de Balboa clavó su espada y un estandarte de la virgen donde rompían las olas y tomó posesión del mismo en nombre de Juana I; bautizado como Mar del Sur, rezaron un Te deum.
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Al regresar a Santa María con algunas riquezas, escribió a la Península relatando tierras de inmensa fortuna y riqueza cuyos nativos se encontraban en paz. Su tiempo como mandamás en la zona llegaba a su fin. Pedrarias de Ávila, nuevo gobernador, dirigió una inmensa expedición para colonizar la zona en 1514.
Dos mil personas desembarcaron en la ciudad, encontrándose con una situación dantesca muy lejos de la descrita por Balboa. Había oro y perlas de sobra, lo que faltaba era comida. A los recién llegados daba pena contemplarlos. "Nunca parece que se viera cosa igual; que personas tan vestidas de ricas ropas de seda (...) se cayesen a cada paso muertas de pura hambre (...) morían suplicando dame pan", relató Bartolomé de las Casas, quien además nunca perdonó a Balboa su trato a los nativos.
La selva, los indígenas y las escasas cosechas hispanas no pudieron alimentar a tanta población. Pedrarias le echó la culpa a Balboa. Se había callado que junto a los indios pacificados había miles en la jungla que seguían en pie de guerra y que ese reino de oro no se había encontrado.
Cientos de hombres rastrearon la selva, fundaron nuevos asentamientos y saquearon cientos de perlas y algunas piezas de oro, pero no las inmensas riquezas descritas; además, a fuerza de esquilmar a los nativos, cada día sacaban menos. El reino de oro no apareció por ningún lado, a pesar de que no hacían otra cosa más que buscarlo.
Las diferencias entre Pedro y Núñez fueron en aumento con los años, a pesar de que Pedrarias prometió a su hija María de Peñalosa con el extremeño. Los novios nunca se conocieron. Ambos hombres, entonces familia, parece que aflojaron en su enemistad mutua hasta que el primero, harto del descubridor del Mar del Sur, le hizo llamar a Acla para aclarar las futuras expediciones. Allí se personó Balboa, quien fue capturado por Francisco Pizarro, futuro conquistador del Imperio inca, a las ordenes de Pedrarias. Este había ordenado su captura acusado de traición a la corona.
No se conoce con exactitud en qué consistió esta traición, fue acusado de planear independizarse en la región del Mar del Sur y se llamó a declarar a todos los enemigos de Balboa. Su cabeza terminó expuesta en una picota de Acla y fue enterrado en una tumba sin nombre que sigue desaparecida.