Según las escenas que nos han llegado, Mitra nació de una roca, de la madre tierra. Acabó con un gran toro cósmico y primigenio, símbolo de la fuerza, en las profundidades de una caverna escoltado por el Sol y la Luna. De las heridas del toro brotó la fuente de la vida que atrajo a un perro y a una serpiente que bebieron sedientas el líquido rojo. Mientras, un escorpión en busca de la semilla pinzó los testículos de la bestia. La lucha del bien contra el mal se repetía en bucle y, de alguna manera, prometía la salvación.
Aquel combate, la tauroctonía, era el nudo central del mitraísmo, religión que se extendió primero entre comerciantes y legionarios romanos acuartelados en Asia Menor. Gracias a su movilización a lo largo del extenso limes, llegó hasta las fronteras de Britania y a orillas del Rin y el Danubio. De carácter secreto e iniciático, sus fieles debían pasar una especie de bautismo y en sus ceremonias, celebradas los domingos, día del Sol, consumían un banquete ritual.
"El diablo bautiza a sus creyentes y fieles, promete la expiación de los pecados mediante el baño y, si aún recuerdo a Mitra, el diablo marca justo en la frente a sus soldados, y no solo celebra la oblación del pan sino que también trae la imagen de la resurrección y rescata la corona bajo la espada". Con esas palabras cargó en el siglo II d.C. Tertuliano, uno de los padres de la Iglesia, preocupado por las similitudes entre cristianismo y mitraísmo que compitieron por atraer adeptos.
El triunfo de la cruz
A pesar de ser un culto secreto, el mitraísmo no estuvo perseguido y gozó de bastante fama y popularidad entre las élites del Imperio romano. El propio emperador Cómodo, hijo de Marco Aurelio, llegó a ser inciado en los misterios de Mitra. Su objetivo no era ser una religión de masas. Su marcada jerarquía piramidal estaba dividida en siete rangos (el mismo número de sacramentos cristianos), herencia del carácter militar de muchos de sus adeptos.
Los siglos II y III d.C. fueron años de crisis social, política, económica y religiosa. Nuevos cultos como el de Isis, Mitra, Serapis y Magna Mater gozaron de popularidad en contra de los dioses tradicionales. Entre ellos estaban los cristianos, que cambiarían el mundo. Desde el primer momento mostraron rechazo hacia Mitra, en el que veían un espejo demoníaco de sus propios ritos. Sin embargo, apenas se puede saber en qué consistía aquella religión ya que jamás escribieron sus liturgias.
"Es evidente que entre ambos hubo interferencias; la pregunta es quién influyó en el otro. Mi criterio es que fue una influencia recíproca del momento, no del culto; ambos eran hijos de la misma época y es evidente que en lo genérico tomarían muchas costumbres similares", explica la investigadora María Teresa Juan Sanchís en su tesis Testimonios y documentos del culto de Mitra en el Imperio romano, aprobada por la Universidad de Alicante
El 25 de diciembre unos celebraban el Sol Invicto y otros, más tarde, el nacimiento de Jesucristo. En la Biblia no se referencia el día en el que nació el Mesías aunque en la actualidad se celebra el día de Navidad en la misma fecha. En realidad ambas venían a conmemorar el solsticio de invierno, festejado en toda la historia de la Humanidad.
Pero el cristianismo arraigó con fuerza, su mensaje era más universal y, al contrario que el culto de Mitra, incluía a las mujeres. De una secta judía perseguida pasó a ser aprobada por el emperador Constantino quien, según la tradición, presenció un crismón en los cielos antes de su victoria en la batalla del Puente Milvio del año 312. El Sol Invicto perdía fieles frente a la cruz. Sus mitreos languidecieron en todo el siglo IV, cuando el Edicto de Tesalónica de 380 convirtió el cristianismo en religión oficial.
Muchos centros paganos se abandonaron mientras sus fieles escondían escenas de la tauroctonía. Algunos fueron destruidos. Con los restos de un mitreo de Roma usado por militares desde el siglo II d.C., el papa Simplicius (468-483 d.C.) levantó la Iglesia de Santo Stefano Rotondo para demostrar el triunfo de la fe sobre los cultos paganos.
Cuevas sagradas
Los templos mitreos estaban repletos de símbolos cósmicos y figuras del zodiaco. Se construían sin ventanas para imitar la oscuridad de una cueva sagrada. Otros se levantaban en hogares, como el que se encuentra en la rica Domus do Mitreo de Lucus Augusti (Lugo), propiedad del centurión Victorio Victorino. En ocasiones lo hacían bajo tierra o aprovechando cavernas y grutas naturales como la estudiada en los frondosos bosques alemanes de Saarbrücken, habitado más tarde por monjes anacoretas.
En su bóveda se reflejaban los cuerpos celestes y en todos aparecía representada una escultura o pintura de la tauroctonía. A sus fieles les gustaba el secreto, la intimidad y pasar desapercibidos. Lo normal es que tuviesen capacidad para unas 20 personas aunque algunos podían tener un aforo de hasta 120 creyentes. Una capacidad muy similar a la de los primeros templos paleocristianos.
Orígenes hindúes
La primera mención de Mitra se localiza en la religión hindú, muy vinculado en los Vedas junto a Varuna, dios soberano. Comenzó a cobrar importancia en el Imperio persa como genio de la Luz. Fuera de las fronteras iranias aparece como deidad de los contratos en una tablilla de barro del año 1350 a.C., cerca de Hattusa, capital de los principados hititas.
Estuvo presente en los reinos helenísticos que sucedieron al macedonio Alejandro Magno. Contra estos lucharon las legiones y los cónsules de Roma desde el siglo II a.C. Entre soldados que se jugaban la vida en inmortales desiertos y escarpadas montañas no todo eran brutales combates, pagas y saqueos a punta de gladius. Tras cada combate los legionarios perdían amigos y conocidos que partían, según sus creencias, hacia el cruel inframundo más allá de la laguna Estigia.
Algunos meditaban sobre esta otra vida, negada por sus dioses inmortales hasta que a partir del siglo II d.C. muchos se volcaron en Mitra, al que veían un guerrero como ellos que además prometía una especie de vida eterna. Con cada campaña militar, las legiones levantaban nuevos campamentos en otras fronteras llevando consigo el culto a esta deidad que llegó a todas las provincias.
El Mitra al que adoraban los romanos fue una mezcla de tradiciones religiosas helenísticas, persas, caldeas e itálicas que poco tenía que ver con aquella milenaria deidad asiática de los Vedas. En cuanto al sacrificio del toro, este es un animal que estuvo presente en gran parte del mundo religioso mediterráneo.
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"La tauroctonía puede tener gran relación y estar muy sincretizada con las corrientes de misterios egipcias, micénicas y minoicas que consideraban al toro (y muy especialmente al toro bravo) como contenedor de una energía no tanto creadora sino transformadora, en la que se consideraba que quienes inciaban la devoción al buey o al toro se regeneraban, encarnaban su voluntad y se transfiguraban en un hombre nuevo, una especie de semidiós", cierra la investigadora.