Cansado y hambriento, el joven príncipe sumido en la oscuridad primigenia de la caverna se sentó a esperar el final que le habían deparado los dioses. Golpeado contra las rocas al intentar escapar, cruzó los brazos sobre su pecho y se tumbó a esperar la llegada de la muerte. Su antorcha se apagó y nunca pudo encontrar la salida en las laberínticas entrañas de Ojo Guareña.
Considerado un lugar mágico, sus más de 110 kilómetros de intrincadas galerías y pasillos repletos de estalactitas y estalagmitas excavadas durante millones de años por las aguas de los ríos Trema y Guareña, se localiza en la actual comarca burgalesa de la Merindad de Sotoscueva. Su cadáver encontrado en la Vía Seca por el grupo de espeleología Edelweiss en 1976 desveló la verdad tras la leyenda que circuló en la zona durante siglos y que contaba la historia de un rey visigodo que halló la muerte en sus profundidades.
En la frontera entre las tierras de austrigones y cántabros, nunca se sabrá a ciencia cierta a qué pueblo pertenecía el príncipe de 20 años que murió allí en el siglo VI a.C. Junto a él se encontraron símbolos de prestigio traídos desde las lejanas tierras del sur. En un paso estrecho, se desprendió de una fíbula y un broche de cinturón labrados en bronce que son muy similares a los encontrados en la misteriosa necrópolis tartésica de El Acebuchal. Antes de abandonarse a la muerte calmó su sed construyendo una pequeña presa de barro donde recogió el agua que caía de una estalactita.
La fuente de la Sabiduría
¿Qué buscaba el príncipe de la Edad del Hierro? ¿Qué le llevó a internarse en las profundidades de la tierra? ¿Quería mostrar su hombría y valor como guerrero? Ignacio Ruiz Vélez, arqueólogo de la Institución Fernán González, explica en su artículo La cueva de Ojo Guareña (Burgos): El príncipe que se perdió y murió en ella, publicado en la revista científica Sautola, que todo parece indicar que realizaba un ritual de tránsito: "La relación de las grutas, el fuego, el agua (...) es evidente para los ritos de iniciación de los adolescentes".
En su estudio, Ruiz Vélez no olvida mencionar una de las leyendas más antiguas sobre el complejo kárstico en la que se narra la historia del viejo druida Lan, que supuestamente habitó en sus lóbregas profundidades. De poblada barba blanca, este combatía su soledad acompañado de una osa y de dos seres monstruosos. Se decía que aquel mitológico chamán vivía en las praderas del otro mundo, donde se escondía la ansiada fuente de la sabiduría.
Cierto o no, las aguas de los ríos subterráneos, que aún circulan y continúan ampliando el complejo kárstico, tuvieron fama de milagrosas en la Edad Media. De una forma u otra, Ojo Guareña fue visto durante milenios como un santuario donde los mortales interactuaban con un mundo oculto.
Cuevas sagradas
El primer capítulo de la relación del lugar con el ser humano se remonta 46.000 años en el pasado. Un grupo de neandertales se refugió de forma intermitente en las cuevas de Prado Vargas y allí se alimentaron con la carne de grandes herbívoros como bisontes, ciervos, gamos, caballos y rebecos sin despreciar a cabras montesas y conejos.
El pasado octubre, Borja González Rabanal, arqueólogo de la Universidad de Valladolid, desveló que en la oscuridad y el silencio de sus interminables galerías se escondieron los cadáveres de dos hombres de la Edad del Bronce, posiblemente prisioneros de guerra, que fueron ejecutados a espadazos hace 3.500 años. Sus cuerpos aparecieron sin ningún tipo de ajuar en áreas de muy complicado acceso con el fin de que las grutas borrasen el rastro del crimen.
Cuando el hierro y el acero de las invasiones bárbaras sacudieron Hispania en el siglo V d.C., los habitantes de la región volvieron una vez más a su interior buscando el refugio en el seno de la madre tierra y sus cavernas. Más tarde, quizá el lugar sirvió de inspiración a los primeros ermitaños cristianos de la zona que en sus profundidades buscaron la salvación y la iluminación alejados de los pecados del mundo.
Intentando asimilar las costumbres paganas, en una de sus cavernas se levantó una ermita dedicada a san Tirso y san Bernabé cerca de unos silos de grano excavados en una galería. Su datación sigue siendo confusa. Sus primeras piedras podrían levantarse en el siglo XIII, aunque algunas versiones se remontan a los siglos VIII y IX d.C. La ermita actual aparece repleta de pinturas religiosas datadas en el siglo XVIII d.C.
Estas pinturas cristianas muestran escenas de santos, mártires y milagros. Lejos de la ermita, en las infinitas profundidades del complejo de cuevas sagradas, se encuentran inmortalizadas en sus paredes decenas de pinturas rupestres cuyo significado se perdió para siempre y que están ocultas de la mirada del turista al estar en zonas no visitables del complejo kárstico por su alta peligrosidad.
En la conocida como Sala de la Fuente, gracias a los restos de maderas carbonizadas que iluminaron la estancia, se sabe que grupos humanos desde el Calcolítico hasta la Edad del Bronce, entre los años 2.500 y 450 a.C., grabaron en el barro de sus paredes decenas de símbolos geométricos, figuras animales y algunos humanos interpretados como chamanes.
Aunque ya habitaban al aire libre, volvían al interior de sus grutas de forma recurrente para realizar las pinturas. En la misma época, en la cueva de Kaite II, una serie de esbeltas ciervas, de patas y cuellos largos, aparecen representadas con crías en su interior que pudieron servir para pedir por la fecundidad y la vida de estas especies que alimentaron a las comunidades prehistóricas de los alrededores.
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Más enigmáticos resultan los triángulos negros que dejaron anónimos chamanes de hace 13.000 años en la Sala de las Pinturas. Interpretadas como vulvas, se encuentran escoltadas por decenas de escenas de bóvidos, humanos, cabras, ciervos y caballos en una representación faunística del Paleolítico Superior que incluye incluso la silueta de un elefante en un indescifrable diálogo que mantuvieron quizá con espíritus de antepasados o dioses.