El historiador que se gastó 1.600 € en cajas de cerillas del XIX presidirá La Rioja: "Jamás pactaría con Vox"
"Como presidente, defenderé la denominción de origen Rioja como elemento vertebrador de Navarra, La Rioja y País Vasco" / "Prefiero a un gestor como Feijóo que a un Sánchez con cinco idiomas" / "El PP también debe apelar a los votantes de centro-izquierda".
11 junio, 2023 03:15–Da usted miedo. Es inquietante.
–¿A qué se refiere?
–Dice "Hitla", y no "Hitler". Debe de ser el único en Logroño y uno de los pocos en España.
–También digo "Leishtar", y no "Leicester".
Se parte de risa Gonzalo Capellán (Haro, 1972), el próximo presidente de La Rioja. Hemos venido a Logroño para encerrarnos con él en su despacho, donde reúne parte de su colección de caricaturas políticas del siglo XIX. Pronto saldrá de aquí para liderar el gobierno de esta tierra a lomos de una mayoría absoluta.
Hablábamos de Hitler porque tiene Capellán en la estantería una caricatura mucho más moderna que él, de 1933. La publicó David Low en el Evening Standard. Los nazis acababan de llegar al poder. Goebbels, el jefe de la propaganda, le montó una tremenda al Ejecutivo británico.
Nos cuenta cosas interesantes este hombre enjuto y fibroso que aparenta quince años menos de los 51 que calza. Por ejemplo que la Ley de Prensa de finales del XIX permitía casi todo con la palabra, pero censuraba la caricatura. Ya entonces, sin redes ni TikTok, la imagen tenía mucha más influencia que lo escrito.
Vamos con la imagen, entonces: gafas, ojos claros, nariz aguileña. Sara Fernández, la fotógrafa, da en la clave: "¡Pero si este hombre es clavado a Feijóo!". Deportivas, pantalones chinos, le incomoda la americana.
En contra de lo que su currículum pudiera indicar, lleva Capellán casi toda una vida en política. Director general y consejero de Cultura en La Rioja, miembro de la embajada de España en Reino Unido... Pero siempre vinculado a lo suyo: los libros y el estudio.
Hace unos meses, decidió bajar al barro para convertirse en candidato del PP. Es el único –junto a Isabel Díaz Ayuso– que ha obtenido mayoría absoluta. En campaña, reiteró a la prensa, para que así quedara, que "jamás" pactaría con Vox.
Gonzalo es hijo de un herrero y un ama de casa. Pero su padre, don Patricio, que tanto se enfadó cuando supo que el chaval estudiaría Historia, se parecía mucho a él. Murió en 2017; había sido alcalde de Haro durante 27 años. Don Patricio no pudo estudiar y esa coyuntura aprovechó Gonzalo para convencerle de su decisión universitaria: "O hago Letras o me das un buzo y me meto al taller contigo".
A lo largo de esta entrevista, provocaremos a Gonzalo Capellán. Intentaremos ponerle, por fin, el buzo para que deje el siglo XIX y navegue en el agradabilísimo mar de la polarización.
Pero él sigue: "Mirad esta otra caricatura. Es Sagasta. ¿Veis qué tupé? Nunca lo tuvo, pero era la metáfora de la vehemencia en sus discursos". Tenía más morbo lo de "Hitla".
Cuando usted se presentó como candidato a las elecciones, corrió a aclarar que no vive al margen de la sociedad.
Quería presentarme como un político que no ha desconectado de la sociedad civil. Porque cada vez es más grande la distancia entre los políticos y la sociedad.
Lo interpreté al revés: un doctor en Historia moderna que quería tranquilizar a la gente diciendo… “Sé lo que pasa fuera de las bibliotecas”.
Hombre, sí que he hecho un esfuerzo de conexión. Me lo decían en mi equipo: “Los catedráticos de Historia corréis el riesgo de parecer distantes”. Ratones de biblioteca, vamos. Pero me he sumergido de golpe en la praxis.
Sus aficiones, salvo la de salir a correr, imagino que resultarán raras a la mayoría de los votantes.
Siempre he sido muy bibliófilo. Me fastidia que eso se haya convertido en algo raro. La gente lee menos que antes, pero todavía se lee.
Es tremendo, pero a los políticos que leen ya casi se les hace las mismas preguntas que a los futbolistas: “¿Ha conocido usted en el vestuario a alguien que lea?”.
Los medios también tienen parte de culpa. Estamos todo el día con eso de “habla en treinta segundos”, “hazlo lo más corto que puedas”. Nos estamos cargando la capacidad reflexiva y de análisis. Luego llegan los informes PISA y de la OCDE… y de repente nos damos cuenta. Es un círculo vicioso: cuanto menos se lee, más se empobrece el discurso político. Lo que oigo me suena a argumentarios, a clichés… Y luego está lo de las dicotomías, que es…
Tiene usted toda la razón. Dicotomías como… “Sánchez o España”, “Comunismo o libertad”.
Bueno, yo hablaba de la política en general. Mi crítica era a la política en su totalidad, no sólo a los partidos de enfrente. Si nos quedamos con las dicotomías y con los argumentarios, perderemos la riqueza de pensamiento.
Ahora los gurús de Harvard están con eso de “learning to think”. ¡Aprender a pensar! ¿Cómo puede ser eso una tendencia? Después, sacamos leyes que hablan de formar ciudadanos críticos, con autonomía y criterio propio. Para eso los políticos deben fomentar la reflexión, el análisis y la cultura.
Volvamos a lo de las aficiones raras.
Fíjese la paradoja: cuando salía a correr de chaval, eso era más raro que lo de los libros. Ahora es el revés: casi todo el mundo está con eso que llaman “running”. Batí el récord de escolares en La Rioja. Hice 1.000 metros en 2 minutos y 36 segundos.
Formé parte de eso que llamaban “Objetivo 92”, el grupo de chavales que soñábamos con participar en las Olimpiadas de Barcelona. Por la calle, en campaña, lo de correr me ayudó a conectar con la gente: “¿De verdad hacías esa marca con 15 años?”.
Pero hábleme de los anticuarios, de los libros viejos…
Mi afición eran los libros, pero en los anticuarios de Londres comencé a ver caricaturas políticas del siglo XIX y me enganché. Son muy divertidas, era un humor finísimo. Llevo varias décadas coleccionándolas.
¿Qué es lo más raro que ha comprado en un anticuario? Su mayor ida de olla.
Los franceses inventaron las cerillas fosfóricas en los años cuarenta del XIX. Hasta ese momento era difícil mantener vivo el fuego en los hogares. Por eso las cajas de cerillas se popularizaron tan rápido. En 1868 se produjo la revolución gloriosa, que expulsó a Isabel II y trajo la libertad de prensa.
Los fabricantes de cerillas españoles comenzaron a adornar las cajas con caricaturas políticas. Esas colecciones nos dan el imaginario social de la época. Empecé a comprarlas. De pronto, un día…
Ahí iba.
Encontré una colección de estas cajas en un anticuario de Barcelona. Había sido propiedad de un cubano, que en 1874 ya había reunido más de 2.500 cajas de cerillas. Las encuadernó, las decoró y las comentó. Todo en un álbum de piel. Salió a subasta.
Venga, cuánto.
El precio de salida era de 1.200 euros. Pero ese día mi mujer y yo celebrábamos 25 años juntos. También la cátedra que yo acababa de ganar. Le dije: “¿Me permites este autorregalo?”. Pujé 1.250, pero me superaron hasta 1.400. Volvía en coche desde Madrid, donde había estado dando una conferencia. Al pasar por Soria, me llegó una alerta: me habían superado.
Subió la apuesta. Todo por las cerillas.
Paré en un desvío y llamé corriendo a mi mujer: “Joder, me han superado. Por favor, ¿me dejas subir a 1.600?”. Me contestó: “Haz lo que quieras”. Subí la apuesta y lo compré por 1.600. El álbum pesa unos doce kilos. Lo abrí a las ocho de la tarde y me acosté alucinado a las cinco de la mañana. Me gustaría escribir la historia de esa época a través de las cajas de cerillas.
Antes ha hablado de los anticuarios de Londres. Vivió allí unos años por su trabajo como consejero en la embajada de España. Podría ser el profesor Vaughan de Feijóo.
Fue mi segunda etapa. En el 94, estuve de erasmus en Leicester [él dice “Leishtar”]. Luego, efectivamente, regresé para trabajar en la embajada. Era una oportunidad para mi hijo, que tenía entonces cinco años.
No me está contestando a lo de Feijóo.
Aprendería mejor con Richard Vaughan. Lo conocí en la Menéndez Pelayo, en Santander. Me dijo: “No hay niveles de inglés. Lo importante es poder mantener una conversación. Eso se trabaja de forma práctica”. Me parece muy interesante.
Más allá de la broma, la cuestión es si un posible presidente del Gobierno de España debe exigirse a sí mismo aprender inglés.
Yo, como ciudadano, elegiría siempre antes a un gran gestor como Feijóo antes que a un Sánchez con cinco idiomas.
¡Sí que ha aprendido usted política! La pregunta es si debe saber inglés un posible presidente del Gobierno.
Yo lo aprendería, porque siempre es importante para la vida. Pero no creo que deba ser un requisito obligatorio. Lo que merecemos es un presidente que sea creíble y que gestione bien. Eso ya lo reúne Feijóo. El inglés o la tecnología son complementos.
"No creo que el inglés deba ser un requisito obligatorio para los presidentes del Gobierno"
¿Bebe vino?
¡Cómo no voy a beber vino! Tengo muchos amigos enólogos. Cuando disponía de más tiempo, nos reuníamos para hacer catas ciegas y probar vinos. Mi suegro era agricultor en una cooperativa. Íbamos a San Vicente de la Sonsierra, donde todo el mundo quiere que pruebes su vino. He crecido en la cultura del vino. He pisado uva, he vendimiado de niño.
Hay una buena montada con el vino. El Gobierno vasco ha impulsado una denominación de origen de la Rioja Alavesa, pero los tribunales la han paralizado cautelarmente. Si se llama “Viñedos de Álava” e implica que quien entre en esta denominación salga de la de “Rioja”, ¿cuál es el problema?
El problema es la política, que debería servir para resolver los problemas, no para generarlos. Rioja es la denominación más antigua de España. Nos ha dado una seña de identidad, un prestigio internacional, un motor económico… Y ha vertebrado La Rioja, Navarra y el País Vasco. Si funciona bien, la política no debe enredar. Como presidente de los riojanos, defenderé la denominación de origen Rioja como marca, como proyecto y elemento integrador de comunidades vecinas.
Si es usted un liberal, le parecerá bien que el Ministerio de Agricultura permita una denominación de origen vasca como permite una Navarra, otra de Rueda, etcétera.
Como liberal clásico, que no neoliberal, creo en la libertad. En todos los órdenes. Me parece bien que los empresarios se organicen como consideren. Los políticos estamos para apoyar. Pero cuando algo ya existe y funciona bien, me parece un error que la política [se refiere al gobierno vasco] intente estropearlo.
Es el propio mercado el que pone las cosas en su sitio: no parece muy inteligente, desde el punto de vista comercial, salirse de una marca tan consolidada como Rioja para meterse en otra que no la conocen ni en su casa. “Viñedos de Álava” no ha logrado reunir grandes bodegas.
Insisto: cuando nos pidan ayuda los empresarios, ayudaremos. Yo no comulgo con la política como elemento de división.
Cita en su libro sobre la caricatura política una frase que describe esta técnica como la “flagelación de los vicios y las flaquezas”. ¿Cuál es la caricatura que hacen de usted sus adversarios?
La presidenta Andreu [a la que va a relevar próximamente] dijo sobre mí: “Tengo enfrente a la nada”. Luego estaba lo del académico, se reían de mí porque decían que hablando de Maquiavelo me distanciaba de la gente.
Aunque la mejor caricatura que me hicieron, sin duda, fue obra de la consejera de Podemos: “Capellán es un inmigrante retornado a La Rioja”. “Si usted conociera La Rioja…”. Era como si me recriminaran mis cinco años en Londres, mis cinco años en Santander, mis tres años en el País Vasco… ¡Como si no fuera riojano! Me entraba la risa.
Hay una cosa que me sorprende: usted, antes incluso de que empezara la campaña, dijo tajante: “Jamás pactaré con Vox”. Sabía que existían muchas posibilidades de que lo necesitase para alcanzar el poder.
Lo dije cuando las encuestas, efectivamente, no nos daban ganadores de las elecciones. Y lo dije porque soy una persona que cumple su palabra. Lo tenía claro. El poder no es un fin, sino un medio para hacer cosas.
En el hipotético caso de no tener mayoría absoluta, habría ido a una investidura, que habría fracasado. Y a la segunda, necesitando sólo más síes que noes, si me hubiesen tumbado, pues nuevas elecciones. Si eso hubiera ocurrido, los riojanos me habrían dado la absoluta. Porque habría demostrado mi palabra.
La cuestión es el porqué. ¿Por qué tiene tan claro que no hay que pactar con Vox?
Uno en la vida debe saber lo que quiere, adónde va y cómo es. Soy una persona centrada y moderada. Creo conocer mi tierra. Los riojanos somos gente de distintas ideas, pero moderados y centrados. No nos gustan los extremos ni los radicalismos.
Ya hay un precedente: la presidenta Andreu, con tal de gobernar, metió a Podemos en el gobierno. Le pongo un ejemplo: un director general de Podemos se estrelló con el coche contra un árbol cuando no se podía salir y estábamos todos confinados. No pudo siquiera cesarlo. Yo no quiero repetir esa experiencia.
"Uno en la vida debe saber lo que quiere y adónde va. Soy una persona centrada y moderada, no me gustan los extremos"
En las entrevistas de campaña que le han hecho, usted habla de “extrema derecha” para referirse a Vox y de “extrema izquierda” para referirse a Podemos.
Hablo de extremos, sí. Esa metáfora espacial de la política, izquierda y derecha, la heredamos de la Revolución Francesa y todavía está vigente. Es una obviedad: en el extremo derecho está Vox y en el extremo izquierdo está Podemos.
¿Está usted en el centro de esos dos extremos? Me refiero: ¿le parece tan nocivo para la política Vox como Podemos o hace distinciones?
Nunca me lo he planteado en esos términos.
Por eso se lo pregunto ahora.
Me preocupo de definir mi proyecto, no el de los demás. Lo repito: soy un moderado que huye de los extremos. Los maximalismos nunca llegan a ningún lado. No creo en la radicalidad ni en los extremos. Creo en la moderación, el centro y el consenso.
En su partido, no son muchos los que emplean el término “extrema derecha” para hablar de Vox. Imagino que porque el proyecto de Feijóo pasa por absorber a todo ese electorado.
Cuando llegué a la política, dije que era un hombre de centro que apelaba a los votantes de centro-izquierda y centro-derecha. Pensé: “Igual me echan del partido”. Pero luego escuché a Feijóo, que también plantea su proyecto de esa manera. Y algo así ha pasado. Si no, ¿cómo es posible que hayamos crecido doce puntos en La Rioja y hayamos obtenido el 46% de los apoyos en el momento de mayor fragmentación? Me consta que han optado por nosotros muchos socialdemócratas desencantados.
Usted es, junto a Ayuso, el único barón de su partido que respira tranquilo estos días. ¿Cómo ve a sus compañeros? ¿Tienen que pactar con Vox para gobernar donde suman?
Yo sólo analizo mi situación, ¡bastante tengo! Opino de lo que me concierne. Ya le he contado lo que habría hecho si me hubiera pasado eso a mí en La Rioja. Pero cada uno tiene un electorado distinto.
Ha estudiado con profundidad las sátiras que se dibujaban y escribían en el siglo XIX sobre el mal de la “empleocracia”. Empezó entonces y ha sobrevivido muy bien. Los dos partidos que más empleo dan son el PP y el PSOE. En el PSOE, Sánchez está colocando a todos sus cargos de confianza por si pierde el poder en las generales. En el PP, muchos pelotean a la nueva dirección por miedo a perder su trabajo en esta nueva era.
La empleocracia es un neologismo del siglo XIX. No tenían la Administración pública que tenemos nosotros hoy. Cuando llegó la alternancia al poder, el nuevo presidente tenía la posibilidad de quitar a todos los ‘funcionarios’ y poner otros.
Hemos avanzado porque esos puestos públicos no son hoy removibles. Acceden por mérito y oposición. El núcleo de la Administración está garantizado. La coalición PSOE-Podemos aumentó mucho los cargos de confianza. No me gusta ese modelo. Buscaré a los mejores, dentro y fuera del partido. Me llaman tecnocrático.
Es usted tecnocrático.
Las campañas electorales son para confrontar políticas. Una vez acaban, debemos llevar a cabo la mejor administración. Quiero abrir las puertas a los mejores, vengan de donde vengan.
¡Natalio, colócanos a tós! Eso se decía en su época, el siglo XIX.
El buen gobierno no está para colocar a la gente –suelta una carcajada–. No, no seré Natalio.
"Las coaliciones PSOE-Podemos aumentan los cargos de confianza. No me gusta ese modelo"
Algunas preguntas como profesor de Historia: ¿qué nota le pone a Amparo Rubiales? La presidenta del PSOE en Sevilla (ya dimitida) ha llamado “judío nazi” a Bendodo.
Sólo evalúo a mis alumnos, pero le pongo un deficiente a todo el que utiliza un lenguaje así.
¿Qué le parece la Ley de Memoria Democrática?
Mejorable. Hay que cambiarla. Propondría una “Ley de Memoria y Reconciliación”.
¿Cómo debería ser esa ley?
Santos Juliá, un historiador nada sospechoso para la izquierda, decía que la verdad histórica no se puede imponer por ley. Porque existen las experiencias múltiples de la Historia. Una cuestión es que se recojan por ley cuestiones como la reconciliación, la reparación… Y otra muy distinta instaurar un relato único de lo que ocurrió.
Me parece perfecto que haya una Ley de Memoria. Pero si se impone un relato de la Historia escrito por los políticos y mirando al pasado desde el presente, no funcionará. Hablaba Alfonso Guerra, al que considero un gran intelectual, del peligro que entrañan las políticas que nos meten en el “círculo vicioso de la Historia”.
Otro pasado mucho más reciente, el de ETA, ha estado presente en la campaña: 44 terroristas en las listas de Bildu.
Lo he vivido. Fui profesor en la Universidad del País Vasco, adonde llegué desde Alemania en febrero de 2001. Habían pasado dos semanas desde que ETA puso una bomba en la facultad de Leioa. Muchos profesores tenían escolta. No podíamos tomar café juntos en la cafetería.
Me preguntaron en campaña por este tema. Yo nunca utilicé el asunto de ETA en campaña, pero me preguntaron por las listas de Bildu y lo dije: “Es deleznable e inmoral”.
Parafraseando a Álvarez-Junco, ¿qué hacemos con el pasado sucio de España? Todas las campañas acaban envueltas en Franco y ETA.
Tengo la suerte de conocer a Pepe Álvarez-Junco, al que admiro. Fue mi tutor en Boston. Me interesan mucho sus análisis del nacionalismo, por ejemplo. Yo he venido con tono propositivo, mirando hacia delante. Creo que si mi gobierno no se sale de eso, no provocará rechazo.