Dos hechos me han condicionado esta semana a la hora de escribir esta columna: las elecciones al Parlamento Europeo y la victoria de Claudia Sheinbaum en los comicios recién celebrados en México.
Unas elecciones, en mi caso, son un deber que tiño de obligación. Es la oportunidad que tengo de expresar lo que pienso, de elegir el camino que debería seguir, el sitio donde vivo. Quizá haber nacido en un lugar donde elegir era un verbo con poco calado, me hace darle mayor importancia a este gesto democrático tantas veces denostado.
Cuando se acercan unas elecciones, tengo por costumbre evaluar los programas de los partidos, poniendo el foco en su programa para promover la ciencia y apoyar a quienes nos dedicamos a eso de arrancar secretos a la naturaleza.
A la sazón, no es un secreto, la desilusión suele embriagarme porque siempre he de elegir el mal menor entre el abanico de posibilidades que se abre ante mí. La ciencia no se escribe en mayúsculas en esos programas.
Es por ello que cuando leí el historial de la nueva presidenta de México, una amplia sonrisa se dibujó en mi cara. Inmediatamente, compartí con amigos y seguidores el siguiente texto: “La nueva presidenta de México viene de familia científica —padre químico y madre bióloga— y ella es ¡física!”.
Por supuesto, no se hicieron esperar los comentarios sobre supuestos elitismos científicos y otras salidas de tono. Entonces, decidí indagar sobre el impacto de aquellas mujeres que han llegado a la cima política en sus países siendo, además, científicas.
A lo largo de la historia, las mujeres, como si una minoría fueran —algo que los números contradicen—, han tenido que luchar por romper mil barreras y abrirse camino en campos tradicionalmente dominados por los hombres, como la ciencia y la política. A pesar de las dificultades y la discriminación, varias de ellas, con formación científica, han logrado alcanzar los más altos cargos de poder, inspirando a generaciones y demostrando que la capacidad y el liderazgo, simplemente, no tienen género.
Existen varios nombres de grandes dirigentes políticas con formación filo científica-humanista, entre las que se encuentran Sirimavo Bandaranaike (Sri Lanka), Chandrika Kumaratunga (Sri Lanka) y Tsai Ing-wen (Taiwán). Sin embargo, no podemos adjudicarles una palmaria educación en este sentido.
En cambio, este si es el caso Margaret Thatcher, química y primera ministra del Reino Unido entre 1979 y 1990. Sus políticas neoliberales y su fuerte personalidad la convirtieron en una figura controvertida, pero también en una líder que dejó una profunda huella en la historia británica. Ella siempre hizo gala de su formación en ciencias cuando hablaba de precisión en sus estrategias.
Otro ejemplo es María de Lourdes Ruivo da Silva de Matos Pintasilgo, ingeniera química, dirigente eclesial y política, quien ejerció como primera ministra de Portugal en un ejecutivo provisional desde agosto de 1979 hasta enero de 1980. Su nombramiento la convirtió en la primera mujer en ocupar un cargo de gobierno no solo en su país, sino también en toda la península ibérica.
En el ámbito de la salud pública, destacan Gro Brundtland y Michelle Bachelet. La primera, médica con un máster en Salud Pública, ocupó el cargo de primera ministra de Noruega en tres ocasiones. Su trayectoria política se caracterizó por su compromiso con la sostenibilidad y el desarrollo medioambiental, siendo una de las precursoras del concepto de "desarrollo sostenible". Por su parte, Michelle Bachelet, médico cirujano chilena, ha sido presidenta en dos periodos (2006-2010 y 2014-2018), destacándose por sus políticas sociales y su compromiso con la igualdad de género.
Más allá de Europa, encontramos a Corazón Aquino, matemática y presidenta de Filipinas, quien lideró la revolución del poder popular que derrocó al dictador Ferdinand Marcos en 1986. Su mandato estuvo marcado por la lucha contra la corrupción y el establecimiento de la democracia en el país.
Indira Gandhi, historiadora de formación, fue primera ministra de India en tres periodos, dejando un legado imborrable en la historia del país. Ella implementó importantes reformas sociales y económicas, y jugó un papel fundamental en la consolidación de la democracia india.
Volviendo a Europa, quizá el ejemplo más rotundo es Angela Merkel, física y canciller de Alemania durante 16 años. La Merkel —como la llamamos por estos lares— guio al país a través de diversas crisis, incluyendo la Gran Recesión y la crisis del euro. Su liderazgo tranquilo y pragmático la convirtió en una figura respetada a nivel internacional.
De Merkel me gusta destacar los títulos de su trabajo para lograr la licenciatura y su tesis de doctoral. El primero, Influencia de la correlación espacial en la velocidad de reacción de reacciones elementales bimoleculares en los medios densos, mientras que el segunda era El cálculo de las constantes de velocidad de las reacciones elementales en los hidrocarbonos simples. Con esto, se fue a determinar el futuro de Alemania y, no nos engañemos, también el de Europa.
Con sus diferencias ideológicas, sus legados no solo se limitan a los logros políticos concretos, sino que también residen en la apertura de camino para las nuevas generaciones, desafiando estereotipos y promoviendo la igualdad de oportunidades en todos los ámbitos.
Aún queda un empinado camino por recorrer en la lucha por la igualdad de género en la ciencia y la política, pero las trayectorias de estas mujeres excepcionales nos recuerdan que el cambio es posible y que ellas —al igual que ellos— están preparadas para liderar el camino hacia el futuro.