El mar amenaza el lujo de Sotogrande: un búnker de la II Guerra Mundial muestra el avance imparable del agua
La construcción de un puerto deportivo y dos espigones, lejos de proteger, está acelerando los daños a las playas y las viviendas en primera línea.
28 mayo, 2022 01:34Noticias relacionadas
Lo que hace años fue un refugio blindado y una línea defensiva durante la Segunda Guerra Mundial, hoy es tan sólo un cúmulo de escombros a punto de ser engullido por el mar de Alborán. Uno de los búnkeres de la playa de Guadalquitón, cercana a la urbanización de lujo de Sotogrande, en Cádiz, es la prueba viva de cómo están retrocediendo nuestras costas y a qué riesgos se enfrentan las construcciones de primera línea de playa.
Eso que parece ahora un megalito en medio de una playa salvaje alcanzó un gran valor en su día. Es un pedazo de nuestra historia. Formó parte de hasta 675 elementos militares de guerra que fortificaron el frente litoral gaditano comprendido entre San Enrique de Guadiaro y Conil de la Frontera.
Las fortificaciones de la bautizada como Muralla del Estrecho vieron la luz en los primeros años de la Segunda Guerra Mundial. En mayo de 1939, se dio la orden de comenzar a construir esta línea defensiva en el estrecho de Gibraltar, y hasta 1943 –e incluso años posteriores– se continuó blindando la costa. Tanto que en este lugar se concentra la mayor cantidad de fortines de todo el país.
Había miedo a una invasión de un lugar considerado, aún hoy, estratégico. Mientras nuestro país luchaba por resurgir de sus cenizas tras una cruenta guerra civil, el mundo entraba en guerra. España, ya inmersa en la dictadura de Franco, no se fiaba del bando aliado, y muy especialmente de Reino Unido, que mantenía su pequeño bastión en el Peñón y suponía una amenaza real tras el desembarco de tropas en el norte de África a principios de los años 40. Estaban muy cerca.
Esta historia la conoce bien Ismael Ruiz, presidente de la Asociación cultural Ruta de los Búnkers. Cuenta que los británicos necesitaban contar con un terreno extra para defender la plaza de Gibraltar y, según Ruiz, esa pretensión pudo llegar a oídos Franco, que, ante la duda, decidió fortificar la zona. Posteriormente, esta línea defensiva se llegó a incluir en la Operación Félix, el plan de Hitler para invadir Gibraltar en 1941, que finalmente nunca se llevó a cabo.
“En la zona de Guadalquitón, se construyeron, al menos, seis búnkers para defender la entrada del río Guadiaro, para evitar que pudieran atravesar o navegar nuestros ríos y coger a nuestras tropas por la retaguardia”, explica Ruiz. Hoy, sin embargo, ya va quedando menos de los restos de aquella historia.
Uno de los refugios ya está totalmente sumergido, a unos 60 metros de profundidad. Otro, se vino abajo este mismo año, después de que el mar fuese ganando terreno a la playa de Guadalquitón y engullendo su arena. En los últimos años, el agua ha ido dragando el suelo que sujetaba el búnker hasta que, por su propio peso, se ha desmoronado y ha quedado totalmente destruido.
“Los búnkeres estaban bastante retirados de la orilla del mar, entre 200 y 500 metros. Los que estaban más cerca están ya sumergidos y los que estaban más alejados, se están quedando cercanos a las olas cuando hay un levante fuerte”, cuenta Ruiz. En particular, lo que queda del refugio de la playa de Guadalquitón –del que se vino abajo este año– tenía por delante hasta 100 metros de playa cuando se construyó. Ahora, las olas llegan a romper sobre él.
Una ‘crisis’ anunciada
Las fortificaciones cercanas a la urbanización de lujo de Sotogrande podrían considerarse como Bienes de Interés Cultural (BIC), pero –de momento– sólo están reconocidas como Lugares de Memoria Democrática. Aún así su dejadez y deterioro es evidente. Podría decirse que su papel se limita más a llamar la atención sobre una problemática que existe en las playas de nuestro país, como es la antropización de las costas y la rotura de sus dinámicas naturales.
Esto tiene importantes repercusiones humanas, en primer lugar, pero también económicas. La subida paulatina del nivel del mar y la llegada de temporales más frecuentes e intensos están atacando infraestructuras que hace unos años carecían de riesgos. Además, el mar está engullendo la arena y las playas no encuentran la manera natural de restaurarse.
Para Antonio Muñoz, experto en costas de Ecologistas en Acción y vecino de Algeciras, lo que está ocurriendo en esta zona “es un ejemplo más de lo que está pasando en las playas a nivel general”. En particular, la costa de Sotogrande, “está antropizada”, porque desde el levantamiento de viviendas y las posteriores construcciones, las playas han entrado en barrena. De hecho, están entre las más erosionadas de nuestro país.
La construcción del puerto deportivo de Sotogrande, en el año 1987, ocupó el lado izquierdo del estuario del río Guadiaro. Más tarde, se construyó un brazo más largo al puerto a modo de espigón. “Eso ha acelerado mucho la rotura de la dinámica del litoral”, cuenta Muñoz, porque “transforma las corrientes” e impide la llegada de arena a las playas.
De hecho, como cuentan desde Ecologistas, cuando se construyó el puerto de Sotogrande, había cláusulas que velaban por el comportamiento del frente litoral. Sin embargo, como denuncia Muñoz, “el problema es que aquí, en España, no se hace un seguimiento de los planes de impacto ambiental. Se hacen los proyectos y luego todo queda en el olvido”.
Como si fuera una bola de nieve, el problema cada vez se ha ido haciendo más grande. Las playas empezaron a notar el impacto de la construcción. También las viviendas cercanas al mar que veían cómo con cada temporal, el agua comenzaba a llegar a sus casas, y es que en sólo en los años 2011 y 2012, se perdieron más de 12.000 metros cuadrados de arena.
Una reunión de urgencia decidió poner en marcha el proyecto de estabilización del frente litoral de la playa sur de la desembocadura del río Guadiaro, que fue redactado por técnicos de la Gerencia Municipal de Urbanismo. Como consecuencia, se levantaron dos pequeños espigones perpendiculares a la costa de unos 60 metros y se añadieron 120.000 metros cúbicos de arena.
La idea era favorecer que, con las corrientes, la arena se quedara acumulada en la parte comprendida entre los espigones para proteger las viviendas en primera línea de playa. Sin embargo, el problema sigue existiendo y, además, han creado otro nuevo, como es la pérdida de todo el frente litoral del Guadalquitón. Un enclave que precede al parque natural de Los Alcornocales, de un gran valor ecológico y con varios endemismos importantes.
Dado lo sangrante del caso, y según el documento facilitado a este periódico, la Junta de Andalucía ya le ha requerido al Ayuntamiento de San Roque –titular de la concesión de obra de los diques– el seguimiento sobre el proceso de la pérdida de litoral. Requerimiento ante el que aún no ha recibido respuesta.
De seguir así, la Junta ha informado que se iniciará el procedimiento de caducidad de la concesión, así como la extinción del derecho a la ocupación del Dominio Público Marítimo-Terrestre, con la obligación de la restitución a su estado original en el caso que se considere necesario.
Como cuenta Muñoz, “el Ayuntamiento, como responsable del proyecto, tiene que hacer un plan de vigilancia en cinco años por si hay un retroceso en las playas o pasa algo, pero aquí nadie hace nada”. Asegura que, dada la falta de respuesta, “estarán buscando la fórmula para decir que no es su problema, pero están bastante bien cogidos”.
Además de las playas y las viviendas, hay otra infraestructura que se está viendo afectada por la pérdida de costa, como es la depuradora de aguas residuales de Sotogrande. “Utiliza aguas residuales para regar zonas como un campo de golf”, pero “el espigón que han puesto delante ha acelerado la erosión del litoral y parte de la depuradora ha caído este año”, comenta Muñoz, por lo que las aguas residuales pueden acabar en el mar en cualquier momento.
También el río está teniendo problemas. Cada verano, los ecologistas se reúnen con palas en su desembocadura, porque el bajo caudal ecológico unido a la construcción del espigón precipitan su taponamiento. “Al río hay que ayudarle”, cuenta Muñoz, porque “al cerrarse, se produce una eutrofización y muerte de peces”.
Continúa la cuenta atrás
Nuestro litoral, de más de 8.000 kilómetros, tiene sus propios equilibrios naturales. En las zonas acantiladas, su normalidad es la erosión, pero en otras como en la costa de Sotogrande, su funcionamiento es otro y la mano humana lo está alterando.
Juan Antonio Morales, geólogo experto en costas y presidente de la Sociedad Geológica de España (SGE), explica que la arena va haciendo un zig zag y se va desplazando en un sentido determinado. Si se pone un espigón en cualquier parte de la playa, ese dique va a impedir el tránsito en el sentido que marcan las olas.
“Has puesto unos espigones para acumular arena en frente de la playa de Sotogrande, y esa arena que antes se distribuía por la playa de Guadalquitón, ahora no llega y tienes ese déficit”, cuenta Morales.
No obstante, el experto señala otra problemática y es que el primer desequilibrio que se origina en gran parte de nuestras costas es la destrucción del sistema de dunas para poner un paseo marítimo o una urbanización. Como comenta Morales, “en la zona de Sotogrande, está completamente destruido. Todo son jardines, piscinas, playa y paseo marítimo”.
El problema de esto, cuenta, –unido al problema de las construcciones– es que “cuando viene un temporal y la ola tiene hambre, no encuentra la duna para restituir después la arena que se va a llevar al fondo del mar. La playa se queda totalmente sin arena”.
Es decir, se rompe el ciclo natural. En condiciones normales, el temporal arrastraría parte de la arena de la duna hacia el fondo del mar para, después, con ayuda de las corrientes, el oleaje y el viento, ir restaurando de nuevo la duna, a modo de barrera.
Ante problemas como el que se está originando en playas como la de Sotogrande, quedan pocas opciones. Además de levantar construcciones como espigones y restaurar la arena –o incluso una combinación de ambos–, sólo queda la reubicación de las viviendas. Sin embargo, como asegura Morales, “esa solución no se va a aplicar en España en la vida”.
“Cuando eres propietario de una urbanización en primera línea y te estás viendo amenazado por el oleaje, quieres que el gobierno te solucione el problema, que emplee medidas y dinero en protegerte”, explica Morales. Añade que “si cada cierto tiempo regeneras las playas, ofreces esa protección, y eso da votos”.
Sin embargo, este va a ser un problema que, con el paso de los años, se va a hacer cada vez más grave. Y más, si cabe, bajo las perspectivas de cambio climático, con una subida paulatina del nivel del mar y temporales más frecuentes y dañinos.
Morales no entiende cómo aún no existe una gestión integral de las áreas costeras, en la que se reúna en una mesa a todos los afectados para buscar un desarrollo del litoral sostenible. Además, a pesar de que existen infinidad de directivas a nivel europeo, ninguna relativa a la gestión de las costas.
“Ahora tenemos un montón de problemas encima de la mesa para los que tampoco tenemos un plan que les dé solución”, señala Morales, que asegura que “son desequilibrios que llevamos décadas parcheando”.