Cada artista tiene sus propias motivaciones. Pero hay una palanca que les mueve a todos. Explicar el mundo, ya sea el propio o el que les rodea. Cada uno lo intenta a su manera. Así, Rosa Montero se ha adentrado en la cabeza de los creadores con trastornos mentales. “Más que entenderlos para explicarlos –explica en hoyesarte.com– he intentado vivirme dentro de ellos”. Define la escritura como “un viaje a los otros”. Coincide con José María Merino (The Objective), que también concibe la literatura no sólo como “una forma de viaje”, sino también como “un modo de sobrellevar la realidad”.
Rosario Raro (Todo Literatura) tiene muy claro por qué escribe. “Yo me debo a mis lectores. Yo soy escritora gracias a ellos, por eso les hago mucho caso y ellos me insisten en que escriba capítulos cortos y atractivos.” Dicho y hecho y, además, “si es posible capítulos acabados en un cliffhanger”: un momento culminante.
El periodista Héctor G. Barnés explica a su compañera de El Confidencial Ana Ramírez que su motivación es “entender el malestar contemporáneo”. Y lo hace a través de La futurofobia, título de su libro y lo que el autor define como una manera de “mirar el mundo a través de la idea de que el futuro va a ser siempre terrible (…), de entender el malestar contemporáneo.” Barnés está convencido de que “lo que caracteriza a nuestra época es esa sensación continua de vivir al borde del apocalipsis (…) y, además, el apocalipsis es confortable”.
“La literatura es un modo de sobrellevar la realidad”
Quien tampoco es muy optimista es el filósofo chileno Gastón Soublette, conocido como “sabio de la tribu”. En una entrevista con el suplemento Culto de La Tercera, asegura que “hoy día vivimos apurados (…) no hay tiempo para la sabiduría, ni la reflexión (…) no hay lugar para la verdad”. Aclara que la culpa es del “alud digital”, “de la sociedad de la información”, y esa información “no transforma al hombre, lo envenena, tanta información finalmente es un veneno para la mente”. El resultado es que “ya no hay tiempo para reflexionar, para hacerse alguna pregunta sobre el sentido de la vida, ni menos para tener un comportamiento ético”.
Félix de Azúa (The Objective) es otro que no está muy satisfecho con el siglo XXI, en el que observa un “desinterés por la forma, así como el crecimiento exponencial de la moralidad y del sentimiento”. Considera que es “la idea misma de vanguardia lo que se está alejando a enorme velocidad”. Lo que le lleva a concluir que no emerge “ni una idea, ni una formalidad que inspire, ni una teoría, sólo sentimientos, dictadura absoluta del argumento y lo anecdótico, regreso de los géneros antiguos incluido el libro de caballerías, lo que conduce a una primacía extrema de lo político y la corrupción”.
Descendiendo a lo mundano, son pocos los autores que opinan sobre sus compañeros. Santiago Auserón, entrevistado por Ángeles Oliva (elDiario.es), no tiene problema. Sobre Rosalía: “aunque se dedique a buscar enganches muy comerciales, todos sabemos que es una excelente cantante y tiene una alta formación musical, está jugando a comerse el mercado latino”. O sobre C. Tangana: “Tiene compás, además de imitar también el tonito de barrio o el lenguaje procaz y explícito, tiene una finura distinta, no es Bad Bunny que es mucho más grosero, hay diferencias”.
“La escritura es un viaje a los otros”
De lo que también se habla poco es del libro por encargo. Mari Pau Domínguez se explaya en Zenda con María José Solano. Tras agradecer a Ymelda Navajo sus encomiendas, asegura que “la sensación es mejor que cuando tú planteas un proyecto personal, porque en este caso te quedas con la sensación maravillosa de haber sido ‘la elegida’. Se produce un vínculo especial entre editor, libro y proyecto; una especie de reto y también una presión y una responsabilidad…”.
P. S. Alberto Olmos (El Confidencial) reflexiona sobre las intimidades de la literatura. “Hay un mundo más oscuro que el del amiguismo, y es el de la enemistad. Cuando un autor te cae mal, da igual que escriba Lolita, porque no lo vas a leer (…). Conocer a cualquier autor en persona resulta siempre desolador. Conocer a un autor es perderle instantáneamente el respeto. Se trata, al cabo, de un hombre, de una mujer, con sus cosas…”.