“Escribir es danzar y la música me ha ido llevando, como quien trenza pasos en el aire, hasta llegar a estas líneas que tecleo ahora”, afirma Rosa Montero en su última hazaña literaria, El peligro de estar cuerda (Seix Barral). Mitad ensayo, mitad memorias, y unas gotas de ficción, la escritora baila entre la locura y la creatividad en estas páginas donde comparte su propia experiencia personal, los temibles ataques de pánico que sufrió en su juventud, y su concepción de esa realidad poco fiable que a veces la atormenta, mientras indaga en la vida de otros artistas que, como ella, llegaron a dudar de su propia cordura.
“En lo que llamamos realidad hay mucha ficción y en lo que nombramos ficción hay mucha realidad. Pero yo creo que todo es ficción. Para mí, las fronteras entre ambas cosas son obviamente fluidas”, afirma sobre su particular modo de ser y entender la vida. Así, mientras indaga sobre la porosa y fina línea que separa enfermedad mental y proceso creativo, Montero reflexiona además sobre el sentido de la vida, la muerte y el paso del tiempo, clásicos temas de su fecunda obra narrativa. Quizás, recomienda, solo haga falta “aprender a navegar en esa fluidez. Perder un poco el miedo a ser patinadores de la vida”.
Pregunta. Después de todos los años que lleva dando forma a este libro, ¿diría que ha llegado a una conclusión? ¿Cuál es el peligro de estar cuerda?
Respuesta. Pues fíjate, hay dos temas en los que toda la vida he estado devanando el hilo de la madeja. Por un lado, el trastorno mental, porque, como digo en la primera frase de este libro, siempre supe que algo no funcionaba bien dentro de mi cabeza y siempre quise entender qué pasaba ahí. Por el otro, el tema de la creatividad. Como la mayor parte de los novelistas empecé a escribir de niña, con 5 años. Entonces tengo la cabeza llena de un chisporroteo de ideas todo el tiempo. Y también me preguntaba por qué era así, cómo funcionaba aquello y por qué había una serie de gente como los novelistas que se pasan horas, meses o años en una esquina de su casa escribiendo mentiras. Esos temas los he tocado a lo largo de toda mi vida en artículos y en libros como La loca de la casa o La ridícula idea de no volver a verte. Pero eran como temas en construcción.
Fue entonces cuando de repente, hace 4 años, "tuve la certidumbre de que iba a escribir un libro sobre creación y locura y empecé a tomar notas sistemáticas –continúa-. Con su escritura he llegado a contestarme a esas preguntas de manera suficiente. Ha sido muy importante porque eso que llevaba arrastrando toda mi vida como incógnita y desasosiego, como embeleso también, de repente ahora ha tenido una respuesta. Creo que entiendo cómo funciona no solo mi cabeza sino la cabeza de ese 15% de las personas que yo creo que somos así, qué es eso que llamamos la salud mental y cómo se articula eso, cómo se unen esas dos cosas: creatividad y locura. En ese sentido ha sido un libro muy revelador, una epifanía".
Locura y creatividad
P. En El peligro de estar cuerda habla de la depresión como una enfermedad que sufren 300 millones de personas en el mundo, al tiempo que comparte sus propios ataques de pánico, poco a poco las enfermedades mentales van ganando visibilidad pero, ¿diría que hemos dejado de estigmatizarlas?
R. No, claro, el estigma sigue estando ahí. Pero estamos atravesando una frontera muy importante porque por primera vez realmente está empezando a hablarse públicamente en todo el mundo de la enfermedad mental. Mucha gente conocida está hablando de ella, algo que antes no pasaba. Esto es un efecto de la pandemia con un coste altísimo porque aumentaron tanto los casos de enfermedad mental que se empezó a romper con el tabú y el estigma. Ha sido como una olla a presión que ha estallado y ha quitado la tapa. Entonces, aunque el precio es muy alto, el beneficio yo creo va a ser tremendo. Porque una de las cosas más terribles que puedes hacer con un trastorno mental es aislarlo aún más, la enfermedad mental te aísla esencialmente. En realidad, es una ruptura de la narración común, te deja fuera de la sociedad y te encierra en una soledad vertiginosa, tan atroz que si no has estado ahí no sabes de qué soledad estoy hablando. Yo sí he estado y lo agradezco, porque esas crisis de pánico me han hecho conocer ese otro lado del mundo que si no, no lo conoces, no sabes lo que es esa sensación de que eres un cosmonauta perdido en la negrura más absoluta. El trastorno mental te hace sentir que no perteneces a la especie humana. Es una cosa terrible. Y si a esa soledad esencial, patológica, añades el estigma y la soledad social real eso es la destrucción de la persona.
Siempre supe que algo no funcionaba bien dentro de mi cabeza y siempre quise entender qué pasaba ahí
P. Hablemos de esos dos temas imprescindibles en su obra, ¿qué relación ha encontrado entre locura y creatividad?
P. Bueno, en realidad, toda la vida se ha pensado que creatividad y locura están relacionados. Aristóteles ya lo decía. Que era curioso cómo las mayores obras del ser humano estaban relacionadas con una mayor cantidad de bilis negra -en el mundo clásico se pensaba que lo que llamamos locura era un exceso de bilis negra-. Ahora lo que todos los expertos parecen decir es que no hace falta, no es que tengas que estar loco para ser creativo. De hecho, si llegas a un trastorno muy profundo y grave, normalmente ese trastorno te va a silenciar. Pero lo que sí somos, somos primos hermanos. Dice el premio Nobel de Medicina, Eric Kandel, que todos los trastornos mentales se deben a un fallo en el cableado neuronal, las conexiones entre las neuronas, que están hiperconectadas, demasiado, no están lo suficientemente conectadas o tienen fallos de cualquier tipo y no consiguen conectarse bien. Creo que a los escritores nos pasa lo mismo. Tanto los que creamos como la gente que es considerada enferma mental, incluso con problemas mentales graves, creo que tenemos el mismo fallo en el cableado. Y quizás todo se reduzca a la diferencia, a algo cuantitativo no cualitativo, que su desconexión o hiperconexión es mayor. Que nosotros lo tenemos solo en un grado más pequeño que impide que perdamos el contacto con la realidad y en ellos pues es mucho mayor.
P. Muchos escritores o artistas con problemas mentales desfilan por las páginas de su libro, algunos incluso van ganando protagonismo, ¿siente debilidad por la vida de alguno de ellos?
R. Todos me han llamado la atención. Algunos de ellos han terminado convirtiéndose en historias o en biografías mucho más complejas, pero ha surgido así, yo no lo he decidido. Resulta que han sido todo mujeres: Emily Dickinson, Sylvia Plath y Janet Frame fundamentalmente y luego también Kate Millett y Doris Lessing. Ellas me han parecido más fascinantes en todos los sentidos. Algunos terribles como Plath que no pudo, de alguna manera, con la vida en ese momento y terminó suicidándose, o como Dickinson, que terminó siendo encerrada. Otros como Janet Frame que es la ganadora, esa tía maravillosa con una vida dificilísima pero que fue una guerrera capaz de construirse una vida autónoma, creativa y positiva. Especialmente ella me encanta y por eso además salva el libro. No solo salvó su vida, la música final del libro es Janet Frame.
A Janet Frame le aplicaron más de 200 electroshocks en una época en la que no te anestesiaban
P. En el caso de Frame, cuenta también como la escritura literalmente le salvó, ¿no?
R. Literalmente, sí, y de una lobotomía. Es increíble esa historia. Estuvo encerrada 8 años en un psiquiátrico forzosamente contra su voluntad con un diagnóstico erróneo de esquizofrenia en unos tiempos espantosos. Le aplicaron más de 200 electroshocks en una época en la que no te anestesiaban ni te daban relajantes musculares. El día que le iban a hacer la lobotomía, ya programada, de repente llegó el director del psiquiátrico y le preguntó si era la que aparecía en el periódico. Ella acababa de ganar un premio por su primer libro de cuentos que había publicado antes de ingresar. Entonces el director le dijo: “Pues nada de lobotomía”. Aquello le salvó la vida.
Ruido y furia
P. Escribe que la existencia es un caos y que los novelistas son los encargados de dar una apariencia de casualidad y de sentido a una realidad que, parafraseando a Shakespeare, es solo ruido y furia, ¿lo vive así?
R. Sí, yo creo que yo y el 15% de las personas, es otra de mis teorías, tenemos una dificultad para aceptar la convención de la realidad. Yo tengo una sensación muy clara de la falta de fiabilidad de la realidad. Es una especie de telón tembloroso pintado que en cualquier momento se nos derrumba. De hecho yo me he salido de la realidad directamente con mis crisis de pánico. Es una convección, una creación cultural, incluso fisiológica como cuento en el libro. En el centro del ojo tenemos un punto negro grande que, sin embargo, al mirar no lo vemos, porque el cerebro lo inventa. O sea que vivimos en un mundo en parte inventado, es un espejismo. Y no soy yo sola la que digo esto. Desde Calderón de la Barca y el mundo es sueño.
P. Habla de la escritura como salvación en estos casos, pero, ¿qué ocurre con el bloqueo creativo?
R. Yo estuve bloqueada una vez, después de mi tercera novela, pasé cuatro años sin poder escribir una ficción y fue una época terrible. El bloqueo no es la página en blanco, se bloquea esto, el cerebro se te queda seco y dejas de imaginar cosas, no ya la novela, sino dejas de imaginar cosas que es mi manera de vivir.
Somos yonquis de la intensidad. La realidad es tan poco fiable para nosotros que enseguida le vemos el agujero
P. ¿Y qué pasa con las adicciones?
R. Somos muy adictivos. Necesitamos dormir el yo consciente y rozar la intensidad. Otra de mis teorías es que somos yonquis de la intensidad. Justamente porque la realidad es tan poco fiable para nosotros que enseguida le vemos el agujero. Necesitamos llenar la vida de luces para no ver la oscuridad. Y las drogas te ayudan a eso. Te ayudan al principio y después te matan. Realmente es un recurso nefasto. Como decía Bukowski que me encanta: el alcohol te ayuda a escribir, pero no lo recomiendo.
La fragilidad de los escritores
P. Además, escribe sobre la fragilidad del escritor ante la crítica, ¿tan terrorífica es una mala crítica?
R. Todos los artistas tenemos una inseguridad brutal o patológica. Hay un estudio sobre un gen mutante, neuregulin-1, que descubrieron en la universidad húngara de Semmelweis que dicen que es el gen de la creatividad. Quienes tenemos dos copias de ese gen mutante somos los más creativos -nadie me ha mirado que yo tenga dos copias, pero estoy segura-. Y según ese estudio lo que está unido a tener ese gen es una mayor predisposición a los trastornos psíquicos, una mala memoria y una hipersensibilidad en las críticas. Esto me pareció tan gracioso, es como el retrato robot del artista. Todos somos hipersensibles y no por vanidad sino porque nuestra obra nos une a ese mundo tembloroso que está a punto de desaparecer siempre. Necesitamos que al otro lado haya otro que diga que lo que tú has soñado, imaginado o inventado él también lo siente, que le emociona igual.
P. ¿Lleva mal los días previos a la publicación de un libro?
R. Publicar siempre es un poco complicado. Es un logro inmenso porque todo libro puede morirse y llegar a terminarlo es un esfuerzo de tal calibre… Pero luego siempre está ese miedo a lo que te puedan decir. Con los años te vas construyendo una serie de rutinas para sobrevivir. Yo no leo críticas, y sé que jamás hay que googlear tu propio nombre o entrar en una librería para buscar tu libro. Hay que mantenerse un paso atrás para que no te destruya...
P. En este sentido, ¿qué opinión le merece la crítica literaria? ¿Cree que es necesaria?
R. Sí, sobre todo si es buena. En el mundo anglosajón hay una tradición de críticos magníficos pero aquí no. En España es bastante peor pero no porque sean malos si no porque no les dan su lugar. Para ser un buen crítico no puedes leerte 27 libros y además hacer una entrevista y un reportaje. Hay que tomárselo en serio. La crítica es un género literario en sí mismo y puedes hacer libros magníficos incluso de crítica. Y ese lugar no nos entra mucho en la cabeza en nuestra sociedad. Hasta que eso no se vea no va a tener la excelencia a la que puede llegar la crítica. La cultura siempre es la cenicienta en este maldito país, cada vez hay menos gente trabajando en cultura, menos páginas, menos espacio... pues cada vez la crítica va teniendo menos brillo porque debería ser otro tipo de crítica. No de bueno y malo. La crítica es otra cosa.
Vivir es ir perdiendo. El paso del tiempo nos va robando posibilidades futuros, de vida…
P. Además, en El peligro de estar cuerda, aborda el asunto de los años…
R. Toda mi literatura está atravesada por el sentido de la vida, si es que tiene alguno, por la muerte, el paso del tiempo y lo que el tiempo nos hace. Soy una escritora especialmente existencialista. A veces algunos periodistas me preguntan por qué escribo siempre de la muerte y me hace gracia. ¿Es que se puede escribir de otra cosa? Ya no es solo lo de envejecer, es envejecer hacia la muerte, que esa es la cuestión, hacia la nada. Y que vivir es ir perdiendo. El paso del tiempo nos va robando: posibilidades futuros, de vida… Este libro trata temas absolutamente esenciales para mí, como ya he dicho, pero es que además partiendo de esa reflexión sobre lo que es la realidad o la construcción de la realidad llego una vez más al sentido de la vida, al miedo de la muerte y a su aceptación como algo necesario para poder vivir con plenitud.
P. En particular, escribe sobre Ursula K. Le Guin, con quien mantuvo una relación de amistad, ¿cómo fueron sus últimos años?
R. Mal. Es que esa es la cuestión. Siempre me dio mucha pena esta mujer que tenía una cabeza asombrosa, con una creatividad increíble, era capaz de guardar universos en su cabeza. Al final perdió la capacidad de escribir. Yo hablé mucho con ella en sus últimos años, que es cuando la conocí, y le animaba a que se sentara a escribir. Y ella decía: “Se ha ido, se ha ido...”. Solo escribió algunos poemas, pocos, pero ya no volvió a escribir narrativa. Y me da mucha pena porque ella era muy estoica pero obviamente lo llevaba fatal. Me da pena y miedo. No quiero que me pase. ¿Y por qué ocurre? A lo mejor era una cuestión física porque para llegar a la obra tienes que tener una energía física muy grande y a lo mejor ella se apagó. No sé. Da miedo. Eso da miedo, sí.