El Madrileño jugaba en casa, pero Madrid es Madrid, la plaza en la que todo diestro sueña con salir a hombros por la puerta grande. C. Tangana venía de hacerle el rodaje a su gira Sin cantar ni afinar en otras cinco ciudades importantes, pero como él mismo dijo al público: “Este es el concierto más importante de mi puta vida”. Y lo dio todo ante las 15.000 personas que abarrotaban el WiZink Center durante dos horas en un espectáculo que es una auténtica superproducción que más tenía que ver con el teatro musical y el cine que con un concierto de pop al uso.
El escenario parecía el Copacabana, lleno de mesas y con un camarero de punta en blanco yendo y viniendo sirviendo copas. Dos docenas de músicos: vientos a un lado, cuerdas al otro y los guitarristas repartidos por las mesas. Y en un nivel más alto, una mesa más grande para volver a representar, como hizo en su aclamada actuación para el programa Tiny Desk de la NPR estadounidense, una sobremesa cañí en la que le acompañaban Kiko Veneno, Niño de Elche, La Húngara, El Bola y un montón de Carmonas, entre ellos, por supuesto, Antonio.
Mientras tanto, lo que se veía en las pantallas gigantes del recinto, con sus títulos de crédito y todo, era nada menos que una película del concierto grabada en directo con calidad cinematográfica. De hecho, no se preocupen si no pudieron verlo, seguramente acabará en Netflix u otra plataforma. La productora audiovisual Little Spain, responsable de los videoclips de C. Tangana y de esa lograda estética de divo latino de los cincuenta, fue también la artífice de ese despliegue de cámaras, grúas, travellings y realización al milímetro, solo empañada por algunos fallos de conexión de las pantallas que apenas duraban un par de segundos.
Con su disco El madrileño, el rapero underground anteriormente conocido como Crema dio un ambicioso cambio de rumbo a su carrera para conquistar a todo tipo de públicos. Un vistazo al de anoche certifica que lo logró. Grandes y pequeños, modernos y clásicos, del chándal de extrarradio al fachaleco de Serrano. Una muestra bastante representativa de la sociedad española se congregó anoche para ver al gran fenómeno de la música pop española de la última década (con permiso de su ex Rosalía).
El concierto comenzó con caída de telón y una atronadora música de banda de semana santa que dio paso a Still rapping. Fue su manera de decirnos que su nueva etapa latina y rumbera es perfectamente compatible con su época de rap crudo y sudadera con capucha. Después pasó a desgranar las canciones de El madrileño y esos otros temas más recientes que ha incluido en la reedición del disco, La sobremesa. Por el escenario desfilaron Omar Montes, Carín León y Adriel Favela, Rita Payés (su voz en Te venero fue uno de los momentos de mayor calidad musical de la noche), y el estadio se vino abajo de la ovación cuando apareció en escena Nathy Peluso para cantar con C. Tangana Ateo, la bachata responsable de la sonada polémica en la catedral de Toledo.
Tangana no engaña a nadie. Reconoce que no canta ni afina, aunque esto es una exageración, una excusa que se pone por delante antes de que se lo digan otros. Lleva incorporado un toque de AutoTune y algo de playback de fondo, cosa que no se molesta en disimular, y desde luego no tiene voz de crooner, pero defenderse se defiende, que es a lo máximo a lo que pueden aspirar muchos cantantes indies de este país.
Tampoco sabe tocar ningún instrumento ni manejar los aparatos de un estudio. Pero tiene otras muchas virtudes con las que se ha ganado su puesto en la cima: es un buen compositor, maneja la industria y el marketing a su antojo y sobre todo su mayor talento es rodearse de gente con talento. Es el tipo que ha devuelto el orgullo cañí a la música española y que ha hecho que cantar boleros o una rumbita flamenca sea cool. Ayer además de sus canciones sonaron fragmentos de Corazón partío, de No estamos lokos, de Noches de bohemia, de Alegría de vivir, de Lobo-hombre en París... Y ya casi al final, demostrando que Pucho puede hacer lo que le dé la gana en un escenario porque nos tiene en el bolsillo, se arrancó a cantar Suavemente. La destrozó con mucho desparpajo. “Seguro que no es vuestra canción favorita, pero la mía sí”. Y tan ancho, oigan.
Por cierto, al final sí que salió a hombros. Y cómo no, descorchando champán. No sabemos dónde continuó la fiesta con su séquito de galácticos después del concierto, pero tengan por seguro que anoche Antón Álvarez no salió del WiZink llorando en la limo.