Francisco Javier Irazoki
Se llama
Juan Gracia Armendáriz. Cuando nos conocimos, él era un poeta risueño de veinte años. Había nacido en Pamplona y regresaba de México, donde fue baterista de un grupo de rock. Después se inició en la prosa y ha pasado más de dos décadas trabajando en el rincón de los artesanos pacientes. Sé cómo cuida cada línea que escribe, sin dejarse seducir por las ventajas del talento. Las páginas de la nueva obra,
Diario del hombre pálido (Demipage), me evocan su identificación con
James Nachtwey, fotógrafo norteamericano a quien el escritor considera una especie de monje que analiza los demonios bélicos. Idéntica hondura. Juan Gracia Armendáriz expresa con imágenes verbales su guerra contra la enfermedad. No está solo, sino que retrata las existencias frágiles de otros combatientes. Todo ello espolvoreado a menudo de humor sutil, y siempre unido por las reflexiones. También apunta los sucesos de la naturaleza, porque la vida es ensalzada en los menores detalles. Yo no olvidaré la lección aprendida durante la lectura de este libro: un hombre dolorido me confirma, con la sonrisa aquella de su juventud, que la alegría consciente es lo más profundo.