Image: Toulouse-Lautrec

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Opinión

Toulouse-Lautrec, entre dos siglos

Toulouse-Lautrec es un caso singular y revelador de cómo el esnobismo nace siempre de un fracaso y la necesidad de superarlo

10 octubre, 2002 02:00

Ilustración de Ulises

Entre dos siglos, entre dos vidas, entre dos seres, Henri de Toulouse-Lautrec es el que primero saca el arte a la calle o mete el arte en la calle con sus affiches del Mouline-Rouge y con todo lo que, en consecuencia, va teniendo de affiche genial toda su pintura. Jean Cocteau diría que quienes pintaron la calle fueron los Delaunay, antes que nadie, olvidándose de Toulouse-Lautrec. Porque hay que tener en cuenta que la ambición primera o última de las vanguardias era abandonar el público burgués para ganar la calle.

Entre dos siglos, hemos escrito, porque el pintor aristócrata pinta todavía la última verbena del XIX y la última bailarina tísica de los impresionistas. Entre dos vidas por el citado aristocratismo y por su dúplice condición física. Entre dos seres por su temperatura romántica y por su calidad de algarada revolucionaria y alegre que nos hace temer lo peor o lo mejor.

Toulouse-Lautrec es un caso singular y revelador de cómo el esnobismo nace siempre de un fracaso y la necesidad de superarlo

Los biógrafos de Toulouse-Lautrec, el niño aristócrata, insisten mucho en que era enano, pero a casi todos se les olvida que no nació enano. Educado en la cultura del caballo, como buen aristócrata, tiene un gravísimo accidente mientras cabalga, se parte la columna vertebral y de ahí nace el enano que los eruditos citan casi con cachondeo. Pero estamos llenos de vidas interiores, de vidas vivideras, y si nuestro personaje alumbró un enano, el enano alumbraría un pintor, un gran pintor, un impresionista, mucho más que un impresionista. Porque el pobre Henri, asumida ya y decidida su condición de medio ser, principia a dibujar desde la cama de enfermo. A dibujar caballos, naturalmente, y lo hace con tanta maestría, con tanta osadía de pintor nuevo que es el primero o el mejor en hacer caballos y bailarinas.

Sus amados caballos, sus amadas bailarinas, fueron su mundo diurno y nocturno respectivamente. Pero de esta segunda o tercera vida pictórica de Toulouse-Lautrec aún nace una sexta o séptima vida de gato, es decir, el esnob. Naturalmente, aquel enano lúcido necesita dar respuesta a su desgracia física no sólo con la violencia de los pinceles sino también con la altivez del esnob. Pudiera haber sido un aristócrata brillante, pero el parto de la yegua -porque era una yegua- alumbró mucho más: alumbró un pintor genial y un snob que fascinaba a hombres y mujeres, desde las bailarinas del Mouline-Rouge hasta las elegantes de la bohemia dorada.

Henri es el príncipe y la gárgola que cierra la belle époque. Se pasa las noches pintando el can-can en directo y recogiendo entresiluetas de bailarinas que nos recuerdan a Duffy, pero en realidad es el padre de Duffy y de todos ellos. Las mujeres caras de la noche parisina se le entregan por piedad, por amor o por un apunte de su silueta medio desnuda bajo la última farola loca del boulevard. A medida que disminuye su cuerpo, hecho de dos remiendos, aumenta su potencia mental y su memoria. Cómo le atormenta su vasta memoria de cabezón: “Es terrible, lo recuerdo todo, hasta el número de mi sastre”. Con idéntica memoria visual, pudiera haber pintado en su estudio oscuro la reyerta de luces del Mouline-Rouge, pero necesita la respiración del cuadro y el perfume de las bailarinas cuando se descoyuntan a pocos metros de él. Es cariñoso, tierno y agrio con todo el mundo, pero sobre todo arrastra una altivez de enano, un esnobismo que le hace ser el más elegante midiendo metro y medio y le hace ser el pintor de París, de la noche y del mundo pintando affiches para anunciar a sus personajes del Mouline.

Toulouse-Lautrec es un caso singular y revelador de cómo el esnobismo nace siempre de un fracaso y la necesidad de superarlo. El sine nobilitate de los latinistas confusos se transforma en una necesidad de nobleza estética, moral o sentimental, y esto puede dar resultados gloriosos o resultados mediocres -el esnobismo vulgar-, según la calidad humana del personaje. Toulouse-Lautrec es uno de los maestros inaugurales de todas las vanguardias y su conquista de la calle. Y es un pintor que cobra estatura todos los días gracias a la pérdida de su dimensión humana. Su desgracia le hace esnob y su esnobismo le hace pintor maldito y callejero. De madrugada, paticorto, algunos amigos y amigas le llevaban hasta casa.