Milana bonita
Yo he tenido mucha suerte con las películas que se han hecho de mis novelas, ocho o diez ya, pero sin duda ha sido "Los santos inocentes”, de Mario Camus, la que más satisfecho me ha dejado. Mario Camus logró una obra de arte, una de las mejores películas que ha conseguido el cine español en los últimos años. Acertó a impregnar de poesía el aire y las criaturas de la novela, una novela que yo concebí como un poema en prosa.
Recuerdo que Camus se me presentó en Sedano un verano con el propósito de hacer una película sobre mi novela. Me pareció una buena decisión y una buena mano. Porque hay una cosa clara: se logra una buena película cuando se cuenta, primero, con un buen narrador y, después, con un buen cineasta. Entonces, normalmente, no hay nada de qué protestar.
La mitad del guión estaba ya hecho por mí y entre los dos modificamos alguna cosa: textos y adaptación de nuevos diálogos, sobre todo. Pero Camus aceptó la historia, prescindió de algún personaje, y la puso de pie. El director de cine no ha de ser más respetuoso con la novela que el novelista con el guión.
Prescindió, por ejemplo, de uno de los hermanos de la Nieves, el hijo del guarda, e incluso de alguna de las situaciones de la novela, como aquel golpe de gracia de los señoritos del cortijo para enseñar el abecedario a los porqueros y gañanes de la casa; mató incluso algún mirlo y unas cuantas tórtolas que revoloteaban por mis páginas, pero vino a demostrar que de una novela corta, sensiblemente corta, puede hacerse una gran película.
"Los santos inocentes” no planteó muchas dificultades, ni para Camus ni para mí. Enseguida supe que iba a ser una estupenda película. Atábamos cabos pronto y sólo los mirlos o los milanos, las urracas o los palomos poblaban nuestras discusiones. Incluso Camus aprovechó una niebla inusual en Extremadura para rodar y darle mayor profundidad al ambiente.
Al principio, recuerdo, Mario quería eliminar algunas reiteraciones de mi querido Azarías y algunas otras frases que podían cortar el ritmo del relato. Y yo no quería. Me estoy refiriendo a ese "milana, bonita”, tantas veces repetido en el guión y que acabó convirtiéndose en el grito de guerra del bueno de Rabal, que coreaba todo el mundo en Cannes, en aquel Festival que nos concedió el premio. "Qué razón tenías, Miguel”, me decía Camus, encantado de haberme hecho caso.
El éxito de "Los santos inocentes” se debe en gran parte a los actores. Yo tenía toda la confianza del mundo en Landa y en Paco Rabal. Había trabajado con ellos y sabía que eran magníficos. Pero no había trabajado nunca con Terele Pávez, que me pareció un fenómeno. Cuando, el primer día, la vi hacer de madre de los chicos, tan perfecta, me dejó asombrado. Y estupendo también Juan Diego. Realmente no estuvo mal nadie. Es, en fin, una de esas películas en la que empiezas a mirar y está todo el mundo acertado. Tal vez por eso no me produjo un gran impacto. Aparecían realmente en la pantalla los personajes que se movían y hablaban en la novela. Supongo que no es fácil lograr tal sintonía. Yo quedé más que satisfecho.
Antes, y después, se han hecho otras películas sobre novelas mías. "El príncipe destronado” o "El señor Cayo” han conseguido también, como "Diario de un jubilado” buenos personajes. Muy recientemente, se ha rodado "Las ratas”, que tal vez tiene más aire de documental castellano que de película tradicional, y en estos momentos estoy ante Cipriano Salcedo, "El Hereje”, que tiene muchos novios, unos novios de mucha estatura cinematográfica, españoles y extranjeros. Y hay que elegir. Yo, bien hecha, me la imagino de todas las maneras. La cuestión es acertar. Y para ello no hay reglas seguras. Hay magníficas películas basadas en magníficas novelas. Hay malas películas basadas en malas novelas. Y hay buenas películas basadas en malas novelas y a la inversa.