Y todos estábamos vivos
Olvido García Valdés
13 julio, 2006 02:00Olvido García Valdés. Foto: Manuel Ferro
En un breve prólogo a una antología reciente, La poesía, ese cuerpo extraño, Olvido García Valdés (Santianes de Pravia, Asturias, 1950) dejaba dicho que su escritura respondía a una necesidad derivada de un modo de estar en el mundo, que esa necesidad se traduce en "un habla, un hacer que surgen al pensarnos y sentirnos en el mundo; conscientes de la inmediatez y la hermosura, y, al mismo tiempo, del fluir, de la adversidad y la desdicha, de lo evanescente de ese estar". Al fondo, pues, lo que hay es una tensión entre percepciones o sentimientos opuestos, esto es, una conciencia de la complejidad, que ha de ser leída como una percepción de totalidad y, en fin, del mundo. Percepción del todo, pues, pero eso ¿cómo decirlo con las limitaciones de la lengua?En ese mismo texto, la autora nombra algunos de los procedimientos que rigen su trabajo, de los que destaco dos: suprimir todo aquello que parece innecesario, con lo que estamos ante una poética de lo esencial, y la yuxtaposición, por la cual se puede prescindir de los nexos lingöísticos y con ello la expresión se adensa y, quizá sobre todo, se da al lenguaje una función que no es ya la mera representación, sino que como fruto de las operaciones mencionadas pasa a ser él mismo quien se presenta.
Tal visión, cuyos antecedentes cabe retrotraerlos hasta Heráclito y su declaración de que todo sería un combate entre opuestos, y las prácticas mencionadas las entiendo como básicas en la obra de García Valdés, una obra que es, sin más, excelente, en la que además de libros imprescindibles en la poesía contemporánea, como Caza nocturna, Del ojo al hueso, o este ultimísimo Y todos estábamos vivos, se cuenta una bella biografía de Teresa de Jesús y también traducciones, como su colaboración en la importante antología, El canto y la ceniza, de Anna Ajmátova y Marina Tsvetáieva.
El título de la antología mencionada al principio, La poesía, ese cuerpo extraño, nombra a la poesía como cuerpo, concediendo con ello un lugar relevante a la materialidad. Y en efecto, lo material, las cosas del mundo, se hacen reiteradamente presentes en los poemas de este libro. En todo ello hay una razón de vida, como se afirma en un poema: "Al mundo/ salgo que es único consuelo, campos/ y árboles hoy que es mayo", pero también allí, como no podría ser de otro modo por los presupuestos apuntados, se da lo contrario: "el mundo que consuela y el que no". Y es que es así, junto a lo que viene del mundo y gratifica llega la enfermedad, llega la muerte, que, en cuanto unas ciertas manifestaciones de la vida -su final: "vamos hacia la muerte, amor,/ vámonos a la muerte"-, impiden que se pueda dar en la dicción el más mímimo acento patético, tanto que se llega a decir con expresión desenfadada que "Vamos cayendo como moscas". Por el contrario, hay en estos poemas una intimidad que la desdramatiza, una especie de tuteo con la muerte, tan próxima parece, tanto que se llega a leer como algo propio.
Entre tanto, el vivir, que se hace del presente y de los recuerdos, cuyo poder no desfallece: "Pero por qué, mira, por qué vienen/ canciones hilvanadas, frases/ o palabras de memoria". Como queda a la vista, no se trata sólo de dar la palabra a la memoria, de permitir que escenas del pasado se inscriban, sino, en una escritura tan reflexiva como es ésta, de preguntarse sobre ella, lo que, por otro lado, no es sino preguntarse por la lengua propia, pues ella misma depende de la memoria.
No faltará a quien le resulte una poesía esquiva, que tanto dice como oculta. Se podría recordar que Coleridge dejó dicho que cuando el poema se entiende nada más que parcialmente, mayor es el placer que da. La poesía de Olvido García Valdés da fe de esto, pues dona un placer ilimitado.
Madres araña, las mujeres vamos
siendo reales desde los treinta, llegamos
a serlo a los cincuenta; algunas,
madres; otras, sólo reales; arañas, sí
tienen hijas, hijas de araña, sí