Image: Los últimos días de Adelaida García Morales

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Novela

Los últimos días de Adelaida García Morales

Elvira Navarro

7 octubre, 2016 02:00

Elvira Navarro. Foto: La tribu de Frida

Random House. Barcelona, 2016. 128 pp., 14'90€, Ebook: 8'54€

Termino de leer Los últimos días de Adelaida García Morales, la nueva novela (casi nouvelle, diría uno) de Elvira Navarro (Huelva, 1978), que interpreta de un modo muy libre y personal el destino de la mujer que escribió El sur, Bene o El silencio de las sirenas, que conoció la consagración algo deprimente de aparecer en los libros de texto de bachillerato, y que luego fue siendo olvidada hasta recluirse en lo que, a la vista de los pocos datos contrastados que maneja Navarro, debió de ser un final un tanto penoso. La termino, pues, y se me ocurre de pronto que en su portada, una composición de Lupe de la Vallina, tiene cabida todo el libro.

En primer plano aparece no exactamente Adelaida García Morales sino su retrato enmarcado, una fotografía vaporosa y casi fantasmal sobre cuyo aire de penumbra se reflexiona en el libro: ¿había una voluntad deliberada por parte de aquella escritora de ofrecer una imagen anacrónica o misteriosa en las solapas de sus libros? ¿Y qué clase de marco se le puede imponer a quien parece no querer estar ahí, o al menos no parece ser capaz de arreglárselas para estar ahí sin romperse? Al fondo de la composición se intuye un ¿tablón? con varias fotos, estas sin enmarcar: hay un retrato de la propia Elvira Navarro asomando apenas, y uno se atreve a suponer que las otras imágenes que cuelgan allí pertenecen a su álbum privado (pero no es una certeza). Mediando entre el primer plano y ese fondo entrevisto, hay una planta de interior, dos libros (un Siri Hustvedt y Proyectos de pasado, de Ana Blandiana, muy desenfocado) y un gato atravesando la escenografía: por lo tanto, cultura e intimidad, vida interior-mental y proyección en el sistema literario.

Quizás mi intuición no es errónea, y este libro habla precisamente de todo esto: de cómo García Morales afrontó o vivió su propia trayectoria, el volcado de sus demonios interiores en la escritura y luego la mirada del mundo sobre esos demonios; de cómo Navarro incardina preguntas propias en el misterio que representa, preguntas sobre la locura o la precariedad o el desconcertante estatus del artista y el escritor (más específicamente, de la artista y la escritora) en un mundo de instituciones públicas decrecientes en el que, además, acecha una mirada clínica dispuesta a reducir la realidad individual a un diagnóstico que se ampara en un discurso a medio camino entre la asepsia y la falsa compasión.

Lo fundamental de esta narración transcurre en dos planos alternados: Navarro imagina por un lado a la concejala de Cultura que pudo atender a García Morales, poco antes de su muerte, solicitando cincuenta euros para poder visitar a su hijo en Madrid; por el otro, a una realizadora que convoca a tres "testigos periféricos" de la vida de la fallecida con el objetivo de rodar un documental.

Son dos figuras generacionalmente afines a la propia Elvira Navarro que le sirven para poner en marcha de nuevo su realismo autorreflexivo, psicológico y perturbador, a ratos cercano al claroscuro gótico, siempre interesado en las muchas variables del concepto de 'crisis'. Su estilo, tan inteligente como en La trabajadora, es menos una lucha contra el olvido que una forma de prospección justificada por una necesidad imperiosa de la autora y su escritura.

Finalmente, visto desde el reino de la cantidad, las últimas treinta páginas de este muy concentrado volumen son menos relevantes: un epílogo con información biográfica, varias páginas de créditos relativos a la documentación manejada, y la reproducción de algunos testimonios anecdóticos. Es fácil considerarlos añadidos circunstanciales, pero no es menos cierto que la presencia de Alfonso Guerra hablando de su relación con García Morales en la cadena SER recibe la resonancia irónica del relato anterior, que ha sido el de una vida que tuvo bien poco que ver con el poder. Al fondo, el retrato sin enmarcar de Elvira Navarro se revela cada vez más interrogativo.