Image: Londres es de cartón

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Novela

Londres es de cartón

Unai Elorriaga

23 abril, 2010 02:00

Unai Elorriaga. Foto: Javi Martínez

Alfaguara, 2010. 176 páginas, 17 e.


Hace veinte años que Sora desapareció de Región, y todos los días su hermano Phineas sube a un tejado para ver si la chica vuelve. Otras muchas personas corrieron igual suerte en los ominosos tiempos regidos por un Libro de Barda. Aquella época de terror se reconstruye mediante conversaciones, documentos legales o secretos testimonios. La acción se emplaza en tiempo y espacio indeterminados y los personajes llevan extraños nombres. Con este planteamiento general construye Unai Elorriaga (Bilbao, 1973) en Londres es de cartón una parábola dictatorial.

En la novela se amontonan horrores: ejecuciones sumarias, torturas, espeluznantes experimentos científicos, censura paralizante, represión.... Como contrapunto, se muestra la disidencia sojuzgada. Todo ello es, sin embargo, bastante previsible y no se ensambla en una verdadera trama anecdótica. Se repite con monotonía cansina la misma situación de espera de Phineas. Sale así una especie de relato paralítico cuya inanidad argumental todavía se acentúa con detalles descriptivos irrelevantes y con breves diálogos recurrentes que repiten hasta la pesadez unas mismas estructuras formales. Toda la novela responde a una ideación minimalista que produce el efecto de aplicación mecánica de una fórmula, menos un largo pasaje hecho a la manera de Agatha Christie cuya relación con la línea central resulta entre forzada y gratuita.

En Londres es de cartón hay que separar muy bien intenciones y acierto. Al autor le mueve la loable denuncia del sojuzgamiento humano, pero no atina en la materialización. El enfoque basado en una mezcla de ingenuismo simplista y de absurdo se queda muy corto para revelar con verdad y densidad el terror. Por otra parte, la alegoría tiene sus exigencias de verosimilitud, las cuales se vienen abajo si al lado de unos "carboneros" (poco afortunada figura que encarna a los dictadores y a la policía política) se ponen nombres concretos de asesinos, por muy sanguinarios que sean (Videla, Menguele, Pol Pot). Además, el autor cae en la inexplicable solución de que la chica no sea una desaparecida, con lo cual toda la trama que había sostenido las expectativas del lector se viene abajo en una obra ya de por sí con tan pocos alicientes. Creo que a Elorriaga le ha superado el tema. La dictadura de su novela es de cartón piedra, una construcción abstracta. Los personajes no interesan lo más mínimo, carentes como están de ese misterio que rodea a los de, por ejemplo, Samuel Beckett, con quienes podrían tener algo que ver. La anécdota no existe. El terrible asunto no emociona. Sí tiene el autor preo-cupaciones formales y estilísticas -y esta inquietud es lo más valioso del libro-, pero su estilo de oraciones simples carece del suficiente empaque para la envergadura del empeño. Los nobles propósitos son superiores a los logros.