Novela

El cuaderno rojo

Arantxa Urretabizkaia

20 febrero, 2003 01:00

Trad. Iñaki Iñurreta. Ttarttalo. San Sebastián, 2003. 110 páginas, 8’65 euros

Quienes reconocieron en Saizarbitoria y Txillardegui el comienzo de una narrativa vasca moderna, comprometida con su realidad y con lo que significó apostar por nuevos temas, por otros valores estéticos, sabrán que Arantxa Urretabizkaia (San Sebastián, 1947) -junto a B. Atxaga y A. Lertxundi, entre otros- representó, a partir de los 70, la importante aportación de una acusada personalidad narrativa.

Sabrán también que esta narradora, entregada al periodismo y a la literatura, escribe con pausa y con acierto. Y aunque no es mucho lo que hemos podido leer en castellano, es suficiente. Así pues, nos sobran motivos para celebrar la traducción de su última novela, El cuaderno rojo, un relato que corrobora todo lo dicho. ¿Razones? Más de las que pueda despertar un argumento que anuncia su propósito en las primeras páginas al situarnos ante la llegada de una joven abogada desde el País Vasco a Caracas con la misión de localizar a unos niños y entregarles el cuaderno que su madre ha escrito para ellos. Pero eso no es más que la situación que propicia disponerse a escuchar lo que cuenta la voz registrada en ese cuaderno cuya lectura causa un doble juego literario: cautiva a la abogada y nos cautiva a nosotros.

Y es que lo que encierran las palabras de esa "madre", que se explica contando hacia atrás lo ocurrido en su historia personal, ligada a un compromiso político que la obliga a vivir refugiada y que cambió siete años atrás la dirección de su vida, cuando dejó de conocer el paradero de sus dos hijos, gana interés y verosimilitud, y crece en intensidad, a medida que advertimos no sólo una prosa salpicada de elipsis y sobrentendidos hábilmente intercalados, sino el dominio de un tono narrativo absolutamente envolvente de principio a fin. A ese tono, que actúa como un cerco en los dos planos de este relato, nos rendimos los lectores. Porque acentúa lo justo, lo humano. Porque su fuerza radica en su sencillez. Porque es difícil que no cautive la dureza de una historia tan mimada y tan bien contada.