En tiempos de incertidumbre como los que vivimos, es recurrente aludir a las distopías del siglo XX: necesitamos modelos que nos ayuden a comprender nuestro presente. En el plano literario, son imprescindibles títulos como El cero y el infinito, de Arthur Koestler, o Fahrenheit 451, de Ray Bradbury. Nosotros, la novela de Yevgueni Zamiatin, se considera el texto fundacional de las tramas ambientadas en futuros sombríos y ha inspirado, entre otras, las obras Un mundo feliz, de Aldous Huxley, y 1984, de George Orwell.
El de Orwell es el primero que se nos viene a la cabeza cuando pensamos en libros proféticos. Este año se da una singular circunstancia: se cumplen 75 años de la publicación de la novela, una de las más famosas del siglo XX, y cuarenta del año elegido por Orwell para situar la trama: 1984. El primer pasaje, por cierto, habla del mes de abril. Ambas efemérides, especialmente redondas, nos han legado multitud de reediciones y la peculiar revisión de Sandra Newman, que versiona el clásico en clave feminista. No obstante, el centro del discurso en torno a 1984 es la vigencia actual que conserva.
Para abordar este texto, nos parecía divertido comunicarnos —a través de WhatsApp— previamente con Luzia, el primer asistente de inteligencia artificial del mundo, cuyo objetivo, supuestamente, es facilitar la actividad diaria de los usuarios. Inmersos de lleno en el debate sobre las consecuencias negativas de la IA —falta de transparencia, privacidad amenazada, manipulación de la información...—, precisamente nos preguntábamos cómo explicaría un sistema de semejante naturaleza las conexiones entre el funesto vaticinio de 1984 y la situación actual.
Los presagios de Orwell según la IA
Este perverso juego nos ha deparado curiosas revelaciones a propósito, por ejemplo, de la vigilancia masiva. "Con el avance de la tecnología, especialmente en lo que respecta a la recopilación de datos personales a través de internet y dispositivos conectados, hay preocupaciones crecientes sobre la privacidad y el potencial abuso de poder por parte de entidades gubernamentales o corporativas", explica Luzia, una herramienta creada por profesionales españoles. Y añade, con mucho tino, que "el concepto de Gran Hermano que Orwell introduce en su novela se ha comparado con estas formas modernas de vigilancia".
Tiene gracia, claro. Igual que cuando nos habla de la manipulación de la información, otra de las cuestiones que Orwell denuncia en su novela. "Con la proliferación de las redes sociales y las noticias falsas, hay una creciente conciencia sobre cómo la información puede ser distorsionada o utilizada para influir en las opiniones públicas", prosigue Luzia. Y añade, para abonar la impronta teórica, que "este fenómeno se relaciona con el concepto de 'doblepensar' que Orwell describe en su obra, donde la verdad es maleable y puede ser alterada para adaptarse a las necesidades del poder".
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Nuestra conversación con Luzia acaba con el momento en que se refiere al control estatal y la erosión de las libertades individuales. Los "debates sobre la censura, la libertad de expresión y el papel del gobierno en la vida cotidiana continúan siendo relevantes. La preocupación por el excesivo control gubernamental y la pérdida de autonomía personal alimenta discusiones sobre hasta qué punto las libertades individuales pueden ser sacrificadas en aras de la seguridad o estabilidad social", concluye.
No dirán que no es curioso que una herramienta de inteligencia artificial, siempre en el ojo del huracán por cuestiones de esta índole, se exprese con tanta nitidez al respecto. Pero volvamos al mundo real para seguir hablando de ciencia ficción. Más allá de la vigencia —plausible o no— de 1984, lo que es incuestionable es el impacto de la novela en la literatura posterior a su publicación, en 1949.
Margaret Atwood es, sin duda, la autora de ciencia ficción más aclamada de los últimos años. La novela El cuento de la criada, publicada en 1985, fue una exitosa distopía feminista que hace ya más de un lustro experimentó un nuevo renacer con la versión audiovisual: una serie de televisión homónima dirigida por Bruce Miller. Empezó a escribirla, precisamente, en 1984, tal y como relata en un artículo publicado en The Guardian en 2003, cuya adaptación ha servido como prólogo para la reedición de la novela de Orwell que acaba de publicar Destino.
A Atwood le horrorizó Rebelión en la granja (1945), según confiesa en el texto. 1984, sin embargo, "era más realista". La escritora asegura que "Orwell estaba satirizando la Unión Soviética de Stalin". Desde luego, los reflejos son flagrantes: este relato, aunque futurista, retrata a una sociedad oprimida y temerosa tras las dos grandes guerras que acababan de asolar el mundo. Y en lo que se percibe como un horroroso presagio, un estado totalitario controla el pensamiento y la vida cotidiana de los ciudadanos.
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Winston Smith, el protagonista, trabaja para el Ministerio de la Verdad, dependiente de un Partido liderado por el Gran Hermano, un ente onmipresente cuyas misiones pasan por la propaganda gubernamental y la vigilancia permanente del ciudadano. La Policía del Pensamiento se encarga de localizar y eliminar cualquier atisbo de disidencia en Oceanía, el territorio ficticio creado por Orwell. Cómo no establecer paralelismos con las perversas prácticas del NKVD.
La neolengua es el idioma del estado, aunque nadie lo usa aún como único medio de comunicación, ni en el habla ni por escrito. Esta lengua discrimina los términos conflictivos "a base de hacer que otras palabras pasen a significar lo contrario de lo que significaban antes", como dice Atwood en su prólogo, en lo que entendemos como una referencia a los eufemismos.
"En 1984, Orwell expone detalladamente cómo puede utilizarse el lenguaje para engañar y controlar a las masas", apunta al respecto Jesús Isaías Gómez López, profesor de la Universidad de Almería en el Departamento de Humanidades y Ciencias de la Educación, que se ha hecho cargo de la traducción en la reedición que en los próximos días publicará la editorial Cátedra.
Mientras que Rebelión en la granja se hace eco del periplo entre una revolución y un sistema totalitario, 1984 constata la experiencia de vivir en una dictadura. Winston, que tiene un diario donde apunta sus pensamientos prohibidos, refleja tanto la tragedia de su entorno como la de su traumática experiencia personal: su padre murió en la guerra que antecedió a la dictadura y su madre, a la que traicionó por una chocolatina, desapareció. Winston también traicionaría a Julia, que mantendrá relaciones sexuales con el protagonista pese a la doctrina que propugna la abstinencia, y esta a él.
Atwood, en cambio, cree que "se ha acusado a Orwell de amargura y de pesimismo", cuando en realidad, según su criterio, al final "el régimen ha caído y el idioma y la individualidad han sobrevivido". "Orwell tenía mucha más fe en la resiliencia del espíritu humano de la que le atribuyen", apostilla. Sea como fuere, y aunque sean ciertas las consideraciones de Atwood, no podemos dejar de contemplar 1984 como un presagio fatalista que, ciertamente, alberga muchas concomitancias con la incertidumbre del presente que nos ocupa.
Gómez López, experto en la literatura distópica, asegura a El Cultural que "en nuestro mundo ya vivimos inmersos en las 'zonas de influencia' que Orwell vaticinara y temiera en su obra". Y es que "estas 'zonas de influencia' siguen sin resolver sus conflictos sin recurrir a la violencia, por lo que también estamos inmersos en una guerra tras otra", resuelve.
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Por otro lado, "el Gran Hermano orwelliano se ha adaptado a nuestro tiempo", propone Gómez López, que detecta las "extraordinarias advertencias" diseminadas a lo largo de la novela. Una de las más reveladoras es "el miserable modo de vida de los proletarios", sometidos siempre al control del sistema.
Cuando preguntamos al profesor Gómez Lopez qué país actual podría corresponderse con el superestado de Oceanía, considera que "no se puede pensar en un solo país, desafortunadamente". Sin embargo, no puede evitar la referencia a "países con regímenes totalitarios de ideología socio-comunista, fáciles de reconocer en nuestros días". Y es que Orwell "ya había mostrado su desconfianza y decepción con la política totalitaria de Stalin en numerosos ensayos, así como en su obra de memorias Homenaje a Cataluña (1938), sobre sus vivencias durante su participación en la guerra civil española", nos recuerda.
¿Y qué hay de las tres consignas que divulga el Partido: La guerra es la paz, La libertad es la esclavitud, La ignorancia es la fuerza? Según el profesor, "van en múltiples direcciones". En efecto, este mensaje "sirve para controlar el pensamiento y los sueños que aún le pudieran quedar a los ciudadanos de Oceanía. Las tres consignas son el contrapunto de la mirada que todo lo ve del Gran Hermano. De este modo, el ciudadano de Oceanía no tiene escapatoria, ni siquiera Winston, el 'último hombre' capaz de haber intentado ser 'diferente' y 'libre'", señala Gómez López.
'1984' en clave feminista
Orwell, en cambio, no estuvo tan acertado al imaginar la relevancia que tendría, en el futuro, el rol femenino. Las mujeres eran en las distopías —incluida la de Orwell— "autómatas asexuadas o bien rebeldes que desafiaban las reglas sexuales del régimen. Siempre ejercían de tentadoras", apunta Atwood en el citado artículo convertido en prólogo. La historia ha sido bien distinta, como se sabe, así que la escritora Sandra Newman ha aprovechado para proponer su visión acerca de cómo sería para las mujeres sobrevivir en el mundo feroz de Gran Hermano.
En realidad, Newman recogió el guante que le tendieron los herederos de Orwell, que pensaron en ella para acometer esta nueva versión. La escritora escogió el punto de vista de Julia, trabajadora en el Ministerio de la Verdad. En la novela de Orwell aparece dibujada como un personaje pasivo y apolítico, mientras que en Julia, la novela que acaba de publicar Destino, el mismo personaje pretende ser dueño de su destino.
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Newman, que ha tenido la audacia de presentar la ciudad desde dentro mientras que Orwell la mostraba desde fuera, cree que, en 1984, "aunque Julia parezca una persona real e interesante, a veces no es más que la proyección de una fantasía masculina. Muestra siempre una disponibilidad sexual absoluta, pero apenas la perturba que Winston no rinda en la cama". Aparece despojada de compromiso político, y representada como "una escéptica pragmática y despreocupada" que "se limita a incumplir las normas que no le gustan".
"Orwell no estaba tan interesado en ese personaje", lo que hizo que esta revisión se convirtiera en "una oportunidad", dijo Newman en una entrevista reciente. Y esa oportunidad pasaba por reparar el alcance psicológico de Julia, que en la nueva versión infringe las reglas constantemente y, sin embargo, coopera con el régimen cuando le conviene. Ya no es la mujer carente de conciencia propia que acata cuanto le ordenan, sino que destaca por su astucia y su brillante insolencia. En un momento, Julia piensa al ver a Smith, Viejo Triste: "¡No te pasa nada que no se pueda arreglar con un buen polvo!".
En una carta al lector que acompaña a la novela, la escritora añade, refiriéndose a 1984, que "Orwell nos cuenta que Julia ha tenido múltiples aventuras amorosas, pero no nos habla de quiénes fueron sus amantes, ni de cómo logró ocultar sus escarceos, ni de si estuvo enamorada de alguno de esos hombres".
75 años después de la publicación de 1984 —Orwell no tuvo tiempo de disfrutar de su éxito, pues murió en enero de 1950—, cada una de las interpretaciones o revisiones a partir de la obra nodriza ponen de manifiesto la vigencia absoluta que conserva en la actualidad.
Atwood cree que hubo una falsa ilusión en Occidente desde la caída del Muro de Berlín hasta el 11-S, mientras que en la actualidad afrontamos "dos distopías contradictorias y simultáneas —mercados abiertos y mentes cerradas— porque la vigilancia estatal ha vuelto con más fuerza que nunca", advierte la escritora. Y "en Occidente estamos legitimando de forma tácita los métodos del pasado humano más oscuro", concluye.
El profesor Gómez López revela una declaración más inquietante: "Ahora es nuestro turno, como lectores, de preguntarnos a qué distancia nos encontramos los ciudadanos de nuestro mundo de estos otros retratados en la Oceanía orwelliana".