Una vez le preguntaron a Margaret Atwood (Otawa, 1939) por qué decidió consagrar su vida a la escritura. Ella improvisó una respuesta: “Un gran pulgar procedente del cielo se posó sobre mi cabeza y la presionó fuertemente. Así surgió mi primer poema, cargado de melancolía y romanticismo, típico de los 16 años”. No dejaba claro entonces si era escritora por inspiración o imposición divina. Su presencia en el Festival Gutun Zuria de Bilbao permite ponerle la pregunta sobre la mesa. Al escucharla sus ojillos cristalinamente azules se iluminan de picardía. “Bueno, en realidad era una broma. Estaba ya un poco cansada de que me preguntaran lo mismo. Uno no sabe bien nunca por qué se ha hecho escritor. Yo sólo tengo claro que una de las razones es porque fui desde muy pequeña una lectora voraz. Y lo sigo siendo. Lo leo todo: las revistas de los aviones, las cajas de cereales, las pintadas de las calles...”.
La autora canadiense, ganadora del Premio Príncipe de Asturias en 2008 por “la agudeza” y la “ironía” con la que ha abordado distintos géneros y por “su defensa de la dignidad de la mujeres”, abre esta noche el festival en la Alhóndiga Bilbao. Luego la seguirán, durante este fin de semana y el siguiente, autores como Héctor Abad, Lobo Antunes y John Banville (acceder a las charlas cuesta tres euros). En este mismo edificio, hoy uno de los epicentros culturales de la ciudad y antaño una suerte de almacén de vinos, Atwood recibe a El Cultural. El cambio horario tras el viaje desde Canadá y la lluvia pertinaz que cae afuera no le alteran el ánimo lo más mínimo: su buen humor y su disposición para todo tipo de peticiones tiene encantados a los organizadores. Aunque su pasión por la conversación también les exaspera porque las entrevistas acaban siendo interminables.
Es que Margaret Atwood da para mucho, porque a su extensa obra literaria, en la que alterna poesía, novela, relato y ensayo, también suma un intenso activismo en distintas causas: aparte de luchar por la igualdad de trato hacia a las mujeres, también está implicada hasta el cuello en la conservación medioambiental. Milita en el Partido Verde Canadiense y asociaciones como Bird Life, dedicada a la protección de las aves. Es una preocupación que le viene desde su niñez, durante la que vivió en los bosques del norte de Quebec. Su padre era entomólogo y desarrollaba allí algunos de sus estudios de campo. “Aprendí pronto a sobrevivir en la dificultad: a encender un fuego bajo la lluvia, a disparar con un arco, a buscar alimento...”. Y pronto también sintió el chispazo de la literatura. No le gusta hablar de influencias. Rehúye la pregunta advirtiendo que si tuviera que citarlas a todas, a su edad y con todos los libros que ha absorbido, se le haría de noche y no habría terminado. Pero sí reconoce que el impacto más potente en esa época se lo provocó Edgar Allan Poe: “Es un autor que no hay que dejar al alcance de los niños. Pero mis padres me lo permitieron porque sabían a ciencia cierta que no contenían escenas de sexo. Me aterrorizaba. Aunque no sé en qué medida me habrá influenciado. Eso siempre es muy difícil de calibrar”.
Quizá pueda haber sido en su habilidad para levantar en su narrativa atmósferas desasosegantes. Es especialmente claro en sus famosas distopías, muchas de ellas con la virtud de vislumbrar aberraciones que luego la realidad se encarga de engendrar. En 1984, con El cuento de la criada, retrató una sociedad en la que la mujer quedaba reducida a su función reproductora y escondida por vastos ropajes. Muchos vieron una denuncia frente al radicalismo islámico. En El año del diluvio, un experimento científico provoca unas terribles inundaciones en el mundo y el instinto de supervivencia de los hombres les hace abolir sus restricciones morales. Esta última fue la primera parte de un trilogía que arrancó con Oryx y Crake (aquí documentaba la destrucción de la Tierra por el calentamiento global), y que pretende rematar este otoño con la publicación de MaddAddam. A Atwood le molesta mucho que la crítica adscriba estas novelas a la ciencia ficción. “No es que no me guste este género. Lo que no me gusta es que a las manzanas les llamen calabazas. Todas estas historias o han ocurrido ya o pueden ocurrir. No son como La guerra de las galaxias, que cuenta algo que no puede suceder, que es imposible. Además, yo no soy buena para la fantasía pura, no se me da bien”.
Tampoco es buena para las rutinas, reconoce. “Es verdad, escribo un poco a salto de mata”. Por ejemplo, dice que durante el viaje a Bilbao, en el avión, ha escrito un artículo para el New Yorker de 800 palabras. Viajando por Europa, en tren, escribió buena parte de MaddAddam: “Los trenes son magníficos para un escritor, porque no te molesta nadie. En sus compartimentos vas como escondida”. Cuenta que al principio, cuando está preparando los cimientos de una novela, puede estar unas dos horas haciendo anotaciones pero cuando está llegando al final se puede tirar 10 horas seguidas uncida al teclado. “Es como en las carreras de caballos. Al principio no te exprimes, pero cuando vas viendo la meta echas el resto”. Además, Atwood es mujer de naturaleza errante. Aparte de las conferencias y el activismo político y social, que la llevan de un lado a otro, sigue siendo profesora visitante en diversas universidades, lo que le supone estar con la maleta siempre a punto.
Margaret Atwood es, junto a Alice Munro, la escritora canadiense con más renombre internacional. “Somos buenas amigas. Ahora, de hecho, va a salir allí una antología de sus cuentos que he prologado yo. El otro día me dijo que estaba encantada con mi texto”. La autora de La vista desde Castle Rock revelaba hace un par de semanas en las páginas de El Cultural que había tomado la determinación de dejar de escribir. Tanteemos a Atwood:
- ¿A usted se le ha pasado alguna vez algo así por la cabeza?
- (Ríe) No creo que vaya a dejar de hacerlo. Yo le tengo dicho a mi editor que si alguna vez empiezo a decir cosas así que me avise de que estoy desvariando. Hasta que tenga fuerzas para sentarme delante del ordenador sin desmayarme seguiré escribiendo.
- ¿Y qué siente cada mes de octubre cuando su nombre suena entre los primeros favoritos para el Nobel?
- Yo no escribo para eso.