Cien años antes de que el filósofo Byung-Chul Han nos hablara de los riesgos de la sociedad de la transparencia y de que las plataformas televisivas ofrezcan distopías, el ruso Yevgueni Zamiatin (1884-1937) ya había escrito este texto fundacional, Nosotros, del que beberían el Huxley de Un mundo feliz y el Orwell de 1984, aunque este último negara haberlo leído antes de escribir su novela. Pocas obras tan visionarias como esta del ingeniero-escritor Zamiatin, que señala los riesgos de una sociedad que renuncie a la libertad individual en aras de garantizar una supuesta felicidad común.

Nosotros

Yevgueni Zamiatin

Traducción de Marta Rebón. Salamandra, 2023. 288 páginas, 19 €

Nosotros fue, para Ursula K. Le Guin, “el mejor libro de ciencia ficción jamás escrito”. Zamiatin padeció la persecución zarista y más tarde la leninista. Se quedó a las puertas de ser exterminado por Stalin, gracias a que decidió exiliarse en París. Por supuesto, aunque la obra de 1923 (ambientada en el siglo XXVI) se tradujo a multitud de idiomas, no pudo ver la luz en la URSS hasta 1988. Tal era su carga antitotalitaria y su denuncia, tejida con una hermosa historia de amor en un “Estado Unido” de edificios de cristal bajo la lógica estricta de su gobernante (“El Benefactor”).

Los ciudadanos son, directamente, números (en el caso del protagonista, D-503), un matemático que cumple las normas a rajatabla y con alegría mientras diseña una nave (la Integral) con la que piensan extender e imponer su idea de gobierno y de “felicidad matemáticamente infalible” por el universo (“nuestro deber es obligarles a ser felices, pero antes que las armas probaremos la palabra”).

[Esta es la distopía que alertó sobre el peligro de los algoritmos y del comunismo]

Los ciudadanos (un nosotros sin posibilidad de un “yo pienso”) escuchan con orgullo el frío himno nacional, pasean en fila de a cuatro y solo bajan las cortinas para mantener sexo los días permitidos, previa solicitud de un talón rosado.

A los que salen de la norma se les liquida, literalmente, reduciéndolos a líquido con una máquina de descomposición atómica. Una mujer, disidente, I-330, que cultiva en secreto los viejos ideales (literarios, musicales…) del ser humano, hace que se tambalee la vida y las certezas del protagonista, que todo dé un tremendo giro radical, tan trágico como necesario. En esta sociedad futura, regulada con estrictos horarios, la música se produce en una fábrica y a la vieja inspiración creativa se la considera “una forma desconocida de epilepsia”.

Hoy en día estamos acostumbrados al Gran Hermano que todo lo ve y controla, pero como señala Margaret Atwood en uno de los tres prólogos del libro, debería preocuparnos algo más ser ya “carne de algoritmo”. Otra de las grandes críticas de la novela va dirigida a quien concibe el arte como servicio, oda o ensalzamiento del Estado, así como los peligros de la hipervigilancia y la denuncia de todos contra todos y el horror de no poder ser “uno” sino “uno de...”.

Zamiatin, el visionario, señala los riesgos de una sociedad que renuncie a la libertad individual

Escribe Zamiatin: “El resto del tiempo lo pasamos entre nuestras paredes transparentes, como tejidas de aire resplandeciente. Vivimos siempre a la vista de todos, en un eterno baño de luz. No tenemos nada que ocultar a los otros. Además esto facilita el duro y noble trabajo de los Guardianes. Si no, ¡quién sabe qué podría pasar!”.

Nosotros es un largo informe/advertencia que el protagonista dirige al lector desde el siglo XXVI de una forma paradójica: “Creo –comprenderán– que escribir para mí es más difícil que para cualquier otro escritor a lo largo de toda la historia de la humanidad: unos escribían para sus contemporáneos, otros para la posteridad, pero nadie ha escrito nunca para sus antepasados”. Plantea, en boca de la mujer que lo trastorna, una sencilla pregunta fundamental que nos apela: “¿y si en realidad no...?” obedeciéramos las reglas, delatásemos al diferente, etc.