PELADILLAS. “El escritor solo puede seguir siendo honesto si se preserva de cualquier etiqueta partidaria”. “Todos los escritores son vanidosos, egoístas y perezosos”. “En un escritor de hoy puede ser mala señal no estar bajo sospecha por tendencias reaccionarias, así como hace veinte años era mala señal no estar bajo sospecha por simpatías comunistas”. “La relación entre los hábitos del pensamiento totalitario y la corrupción de la lengua constituye una cuestión de importancia que no ha sido suficientemente estudiada”. “…Y si poseéis la verdad os parecerá muy natural forzar a los demás a pensar como vosotros”. “Los intelectuales son mucho más propensos al totalitarismo que la gente ordinaria”. “El ataque consciente y deliberado contra la honestidad intelectual procede de los propios intelectuales”… Y ya.
Pido disculpas por empezar este artículo con estas sabrosas peladillas de aperitivo, pero, aparte de su interés por sí mismas, me ha parecido un buen modo, en estas páginas y en esta coyuntura, de abrir el apetito para leer George Orwell o el horror a la política (1984), el histórico ensayo de Simon Leys recién reeditado por Machado Libros.
Las frases están extraídas del Anexo I del libro, donde Leys antologa fragmentos de los ensayos, artículos y cartas del escritor británico. Garantizo al lector que, si dispone de lápiz y ganas, no parará de hacer sus propios subrayados en las 66 páginas anteriores del ensayo crítico y biográfico de Leys.
“Los intelectuales son mucho más propensos al totalitarismo que la gente ordinaria”, escribió Orwell
FENÓMENOS. En George Orwell (1903-1950) se dan varios fenómenos llamativos que incentivan la lectura del librito de Simon Leys. Una figura como la suya, poseedora de bastantes aristas en lo personal y en su pensamiento, goza de una condición estelar en la cultura de masas que, indiferente a sus rasgos problemáticos, incluso desconocedora de ellos, lo ha colocado en un altar.
Eso se debe, indudablemente, al éxito inusitado alcanzado por dos de sus libros, la fábula política Rebelión en la granja (1945) y la novela distópica de anticipación 1984 (1949), constantemente reeditados hasta hoy mismo, recatapultados por el cine –hay dos versiones cinematográficas de cada libro– y redifundidos en los últimos años en versiones ilustradas y de cómic.
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Las sucesivas generaciones de lectores de estos libros son, en su mayoría, ajenas a la importancia y significación de otros libros muy relevantes de Orwell como El camino a Wigan Pier (1937) y Homenaje a Cataluña (1938), libros sobre los que se extiende Simon Leys para esclarecer aspectos sustanciales y polémicos de la personalidad privada y pública del autor.
No es frecuente encontrar en el siglo XX a un escritor que haya sido, a la vez, pasto complacido de las mayorías y objeto de encarnizados y agrios debates por parte de las minorías dirigentes intelectuales y políticas. Accesible y saboreado por el gran público, la figura de Orwell incomoda y sigue siendo difícil de asumir a izquierda y derecha.
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LEGADO. Con “la inocencia de un salvaje”, a la que aludió V. S. Pritchett, a veces decantada en violencia, buscando la verdad dentro y fuera de sí mismo, Orwell dejó un legado que no terminan de asimilar bien ni las derechas ni las izquierdas demasiado religadas a su propia tradición.
Las izquierdas de toda la vida no acaban de digerir su despiadada crítica del sovietismo y del estalinismo, proclamada pronto, cuando hacerlo era ser un aguafiestas y dar bazas al enemigo.
Las derechas de toda la vida, que han tratado –como se señala en este libro– de apropiarse de Orwell por su repulsa del comunismo, hacen la vista gorda con el antifascismo y el antinazismo de Orwell –que va en el mismo paquete que su anticomunismo– y también con su aversión a la religión, que Leys subraya.
Unas y otras no metabolizan que Orwell dijo ser y fue, pese a algunas salidas de tono, un convencido socialista democrático avant la lettre.