Tess Gunty

Tess Gunty Lauren Alexandra

Letras

La escritora Tess Gunty reformula los deprimentes clichés de la adolescente vulnerable en 'La Conejera'

El debut de la autora norteamericana ha sido una de las novelas internacionales más importantes de 2022, ganadora del National Book Award de Ficción.

13 septiembre, 2023 02:44

Todos los escritores tienen la prerrogativa de matar a sus personajes, aunque se necesita un cierto ímpetu para matar a la protagonista en la primera página, o por lo menos mandarla más allá de este plano de los mortales, como parece hacer Tess Gunty (South Bend, Indiana, 1993) en el arranque de La Conejera: "En una calurosa noche en el apartamento C4, Blandine Watkins sale de su cuerpo. Solo tiene 18 años, pero ha pasado la mayor parte de su vida deseando que esto ocurriera".

La Conejera

Tess Gunty

Traducción de Ce Santiago. Sexto Piso, 2023. 432 páginas. 20,90€

Es una de las muchas jugadas audaces del denso, vívido y a menudo hipnotizante debut de Gunty, una novela de un alcance y una explicitud impresionantes que flaquea casi siempre que se esfuerza demasiado por encajar su narración en alguna noción más amplia de las Grandes Ideas.

Los parámetros del argumento en sí se circunscriben casi por completo a una única semana de verano en una ciudad ficticia del Medio Oeste, Vacca Vale, en Indiana, una de esas metrópolis moribundas de tercera categoría cuyo tenue asidero a la prosperidad se había roto décadas antes, cuando su principal industria, Zorn Automobiles, quebró bajo una nube de deudas y fechorías ecológicas.

Blandine es una hija de Vacca Vale, nacida y criada, aunque rara vez mimada, en esta ciudad: una autodidacta de inquietante belleza de valquiria, con pilas de manoseados tomos sobre místicos del siglo XII y un halo de pelo como la barba de maíz. En unas pocas frases hábilmente esbozadas se nos dice que una vez hubo una madre con una letal adicción a la oxicodona y un padre en la cárcel; después, una sucesión de familias de acogida.

La protagonista trabaja ahora en una cafetería local con una abundante variedad de tartas vanguardistas (los sabores del día incluyen cordero a la lavanda y carbón de plátano) y comparte un destartalado apartamento con otros tres chicos de acogida que ya alcanzaron la mayoría de edad, todos ellos variantes problemáticas de adolescentes.

Tess Gunty tiene un talento singular para sacar a relucir la fragilidad y el absurdo de vivir

El libro toma su título del edificio en el que viven: originalmente diseñado para albergar a los trabajadores de Zorn y bautizado como La Lapinière en un acto de fe desubicada y con ínfulas europeas, ahora es un complejo deteriorado al que raras veces se refiere alguien por otro nombre que el de La Conejera.

Las paredes "son tan finas que se puede escuchar el desarrollo de la vida de todos como en una radionovela", y Gunty las atraviesa con un Ojo de Dios, entrando y saliendo de los pisos, como el C12, donde un viudo sesentón comprueba furtivamente sus calificaciones en un sitio web de citas, y el C10, en el que un aspirante a influencer trabaja en su improvisación, listo para su primer plano.

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En el C6, una pareja de ancianos reproduce viejos patrones de conflictos domésticos de bajo nivel en una sala de estar contaminada por el humo del tabaco, mientras Hope, la frágil y joven madre del C8 que trata de establecer un vínculo con su recién nacido, encuentra consuelo en las reposiciones de una telecomedia de los años de esplendor de este género llamada "Conozca a su vecino".

El fallecimiento de la antigua estrella del programa, Elsie Blitz, una belleza estadounidense de cara amanzanada, es una mala noticia para Hope, pero facilita el salto de la novela hasta Malibú, donde Elsie reinó durante décadas como apasionada benefactora del perezoso pigmeo de tres dedos, en peligro de extinción, y como madre mucho menos devota de su único hijo, Moses Robert Blitz. Elsie personifica un arquetipo conocido, pero bien perfilado: el monstruo perfecto de Hollywood, tan atrofiada por la fama y tan volcada en la búsqueda del placer que ha criado a un hijo cuya personalidad, incluso a sus 50 años, está determinada por completo por el odio que siente hacia ella.

Serán necesarios una serie de acontecimientos provocados por otra residente de Hutch, Joan Kowalski, para atraerlo a Vacca Vale, aunque Joan no es precisamente el tipo de sirena que encandila a un hombre y después deja que se estrelle contra las rocas del deseo. A sus 40 años, Joan "tiene la postura de un signo de interrogación, un rostro corriente y un par de gafas del siglo XIX. Su soledad es tan prominente como la cruz que lleva colgada del cuello". Pero trabaja para un portal de internet especializado en esquelas cuyo muro conmemorativo virtual para Elsie proporciona al irritado y furioso Moses una válvula de escape para las emociones volcánicas que nunca reconocería como dolor, y una razón para saltarse el funeral de la madre cuyo vehemente narcisismo dejó tan poco espacio para él.

También Moses tiene sus rarezas y Gunty, que vive en Los Ángeles, las contrapone hábilmente a los desvaríos ególatras del mundo del espectáculo y el elitismo costero: la reseña de las virtudes de talla olímpica de los invitados a un cóctel del mundo del arte; las costumbres más relajadas de los artistas y libertinos de “la década del yo” que en otro tiempo revolotearon alrededor de Elsie cuando esta se encontraba en su mejor momento. ("Adoración y odio; las únicas energías que sabía dispensar y aceptar").

Uno de los placeres de esta narración es la forma en que se deleita en el lenguaje

Para Moses, Vacca Vale es poco más que un vacío del Medio Oeste en el que proyectarse, "un páramo de fábricas, construcciones y pasto seco en Google Maps". Para Blandine, sin embargo, es un lugar de importancia casi totémica: el único hogar que ha conocido y que está decidida a defender frente a la invasión de promotores locales que equiparan la prosperidad con edificios de apartamentos de nueva construcción, no con árboles y parques.

Sus concienzudos esfuerzos por sabotear esos planes urbanísticos se convierten en uno de los hilos menos relevantes de la novela, un atípico recurso estilístico cuyo colofón nunca encaja del todo con la historia principal. Más pertinente, y más interesante, es cómo una chica capaz de pronunciar extensos soliloquios sobre los santos medievales y sobre el capitalismo acabó abandonando la escuela secundaria y sirviendo tartas raras.

Blandine, como se nos revela finalmente, no es su nombre de nacimiento, y hasta hace relativamente poco era una alumna de sobresaliente, aunque no precisamente la reina de la fiesta, en un colegio privado de la localidad encantado de aceptar a una chica becada con un coeficiente intelectual inusual y una historia triste.

Las razones por las que abandona tan repentinamente el colegio antes de su último año resultan ser la historia más vieja del mundo, o al menos tan vieja como Lolita, aunque La Conejera reformula inteligentemente los deprimentes clichés de la adolescente vulnerable y la figura de autoridad entrada en años, en parte haciendo que cada uno de ellos sea en todo momento consciente del papel que representa.

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Uno de los placeres de la narración es la forma en que se deleita en el lenguaje, todas las cadencias y repeticiones y espirales de significado que pueden extraerse de los sosos armazones de la vida cotidiana. La escritura de Gunty es tan rica en texturas y mensajes entre líneas que a veces puede caer en el exceso de una comida decadente o de una película de Paul Thomas Anderson.

Como ocurre con muchos escritores noveles, y también con muchos veteranos, sus monólogos más largos tienden a parecer menos los compases del habla ordinaria que los retocados pensamientos de una alumna estrella puestos entre comillas. (Gunty obtuvo un máster en escritura creativa de la Universidad de Nueva York).

Pero tiene también un talento particular para sacar a relucir la fragilidad y el absurdo de ser una persona en el mundo; todas las necesidades tiernas y secretas y las extrañas intimidades. Las mejores frases del libro — y hay montones entre las que elegir— pregonan ese reconocimiento, incluso en los detalles ordinarios: una trabajadora social lleva unas "gafas de sol que evocaban cosas particularmente americanas, como las perillas y los bancos con ventanilla para coches y la NASCAR"; los baños de los institutos "parecen refugios antiaéreos: construcciones sin ventanas a base de bloques de hormigón pintados del color de los tiburones".

Y gravitando sobre todo ello, con el destino de su cuerpo en la cuerda floja, está Blandine. A pesar de su belleza extraterrenal y de sus espeluznantes y precoces dones, sigue siendo una adolescente, no del todo madura, si es que algún día llega a estarlo. (Es difícil no imaginarse a la actriz Anya Taylor-Joy, si alguna vez hubiera una convocatoria de casting).

La vibrante y desordenada dispersión de La Conejera puede producir también esa impresión, pero sus excesos resultan magnánimos: desafiantes ante la muerte, las salidas metafísicas o lo que quiera que venga después.

© The New York Times Book Review. Traducción: News Clips