San Fermín, 1925.  Hemingway (a la izquierda) posa  en la Plaza del Castillo junto al editor Harold Loeb, Duff Twysden (con sombrero), que inspiró el personaje de Lady Brett en 'Fiesta', su primera esposa Hadley Richardson,  el escritor y cineasta Donald Ogden Stewart y el millonario escocés Patrick Stirling Guthrie

San Fermín, 1925. Hemingway (a la izquierda) posa en la Plaza del Castillo junto al editor Harold Loeb, Duff Twysden (con sombrero), que inspiró el personaje de Lady Brett en 'Fiesta', su primera esposa Hadley Richardson, el escritor y cineasta Donald Ogden Stewart y el millonario escocés Patrick Stirling Guthrie

Letras

Ernesto, el pamplonica: los años de Hemingway en San Fermín

El escritor visitó la capital de Navarra en diez ocasiones. Sus experiencias inspiraron algunas de sus obras imprescindibles

10 julio, 2023 01:25

Ernest Hemingway llegó a Pamplona por primera vez el 6 de julio de 1923 animado por la escritora Gertrude Stein, con quien labró una gran amistad en París. El escritor había presenciado su primera corrida de toros unas semanas antes en Madrid, por San Isidro, pero su deseo era profundizar en las claves artísticas de la tauromaquia, que convergen con pulsiones tan literarias como la muerte, el valor, la épica.

El escritor, entonces corresponsal en Europa, y su esposa, la pianista Hadley Richardson, viajaron desde París a Irún, y en tren hasta la capital navarra. Un autobús les llevó hasta la Plaza del Castillo, donde habían alquilado una habitación en el Hotel La Perla. Finalmente se alojaron en el número 5 de la Calle Eslava, esquina con Mayor, en el piso alto. Los fuegos artificiales iluminaban el cielo de la ciudad, mientras que “las calles eran una masa sólida de gentes danzando”, según recogió en el artículo del 27 de octubre de 1923 en The Toronto Star Weekly.

A la mañana siguiente, presencia su primer encierro desde la balaustrada de la Plaza de Toros, inaugurada un año antes. En sus primeras impresiones, registra la alegría de la ciudad: los mozos corriendo delante de los toros o quebrando a las vaquillas, cuando no bebiendo en las tabernas o danzando en las peñas al son de las gaitas y los txistus. Ninguna de las corridas de aquel año, el que se estrenó el Teatro Olimpia, le impresiona tanto como la última, con toros de Villar, la más accidentada de esta edición: Maera se dislocó la muñeca y Rosario Olmos sufrió una cogida. Algabeño tuvo que matar a cinco astados y fue el gran triunfador.

[De San Fermín a la guerra civil: España, el país literario de Hemingway]

El escritor, ante el toro

Al año siguiente, seguía siendo uno de los muy pocos extranjeros que se dejaban ver en los Sanfermines, aunque convenció a siete amigos, entre los que se encontraban Dos Passos y Donald Ogden Stewart, para que lo acompañaran. Su esposa también lo hizo. Se hospedaron en el Hotel Quintana, situado en la plaza del Castillo, donde se alojaban los matadores. Con el gerente, Juanito Quintana, labra una amistad de por vida. Le proporciona nociones acerca de la lidia y le presenta a grandes figuras, aunque en otra ocasión le riñe por escándalos en el hotel a la vuelta de sus juergas.

Aunque no existen pruebas concluyentes de que el escritor corriera encierros, el escritor José María Iribarren aseguraba en su libro Hemingway y los Sanfermines (Gómez, Pamplona, 1970) que su “querido amigo” incluso libró a Ogden Stewart de un desenlace fatal. El guionista de Historias de Filadelfia (1940), que el 8 de julio de 1924 corría delante de los novillos junto a él, fue cogido por uno de ellos.

Para salvarlo, Hemingway lo agarró de los cuernos, lo que le costaría una multa, pero también fue revolcado. Hasta el final de su vida, presumió de este episodio tanto como de las heridas de la Gran Guerra o de los accidentes aéreos durante los safaris africanos. Al final de las fiestas de ese año, uno de los más intensos, realiza una excursión al pueblo navarro de Burguete, desde donde escribe a Scott Fitgerald: “Para mí el paraíso es una plaza de toros bien grande”. En el río Irati, disfruta de la pesca de truchas con sus amigos.

Leandro Olivier, archivero de Pamplona, le consigue las entradas del año siguiente. Ogden Stewart volvió a acompañar al escritor, que había pasado el invierno en Schruns (Austria) y había vuelto a París en primavera. También Harold Loeb, editor judío que se había enamorado de Duff Twysden, quien inspira el personaje de Brett en Fiesta. El día 12, Hemingway y Loeb discuten por ella. A su paso por Madrid, antes de volver a la capital francesa, comienza la novela.

En sus cuartos Sanfermines, Hemingway ha ganado dinero con sus primeras publicaciones, así que se permite lujos gastronómicos y espiritosos. Las magras con tomate, el cordero en chilindrón y el ajoarriero de Casa Marceliano son sus platos favoritos. Las Pocholas y el Café Iruña eran otros de sus sitios predilectos para comer y beber. En este viaje lo acompaña Pauline Pfeiffer, quien se convertiría en su segunda esposa al año siguiente. Los apuntes taurinos que toma ese año engrosarán buena parte de Muerte en la tarde, que se publicó en 1932.

En las fiestas de 1927, divorciado de Richardson, Fiesta estaba siendo un éxito internacional, pero a Pamplona aún no había llegado el eco (hasta 1948 no se publicó en España). La faena de Cagancho, en la última corrida de la feria, permanece en los anales de la fiesta. Se marcha con su nueva esposa a San Sebastián y luego a Valencia a seguir viendo toros. En 1928 se suicida su padre, así que vuelve en 1929. Viaja junto a Pfeiffer de París a Pamplona en un Ford descapotable. A la vuelta, visitan Joan Miró en Montroig (Tarragona).

["¡Por fin, chicas! ¡Un Hemingway para nosotras!"]

Los séptimos Sanfermines de Hemingway coinciden con la reciente proclamación de la II República en 1931. No volvería a Pamplona hasta 1953. Tras veintiún años de éxitos en los que se adaptan al cine varias de sus películas y una experiencia como corresponsal en la Guerra Civil Española, viaja de Cuba a París, y de allí a la frontera de Behobia en un Lancia.

Junto a Mary Welsh, su cuarta esposa, conoce en Pamplona al torero Antonio Ordoñez y se convierten en inseparables. A sus casi 53 años, es otro: huye del ruido y se establece en el Hotel Ayestarán de Lecumberri. Le asombra la cantidad de gente que corre los encierros. En uno de ellos, le roban la cartera con 11.000 francos y 30 libras esterlinas.

En 1956 no acude a San Fermín, pero en septiembre se desplaza desde Cuba a Pamplona. Se aloja en el Hostal del Rey Noble. Era su primera vez en la ciudad tras el Nobel, pero no es hasta su última visita, tres años después, cuando lo tratan como a la figura célebre en la que se ha convertido.

En El verano peligroso, que se publicaría al año siguiente, recoge sus experiencias taurinas en España desde el primero de mayo. Juanito Quintana le alquila un chalé alejado del centro y disfruta de las fiestas junto a Antonio Ordoñez, que no torea pero es herido en uno de los encierros. Dijo a sus allegados que aquellos fueron los mejores días de su vida. El 2 de julio de 1961 se descerraja un disparo en la boca con una escopeta de cañón doble. Su sepelio no se celebró hasta el 7 de julio, día de San Fermín.