Tímido, reservado y cordial, tan enemigo de la jactancia como enamorado de la palabra justa y de la amistad, Fernando Aramburu ha sobrevivido con asombrosa serenidad al tsunami de su novela Patria (2016), y a ese millón de ejemplares vendidos solo en España (a la treintena de traducciones a otras lenguas, y a la serie de televisión también).
Autor de culto para muchos lectores desde que en 1996 debutara como novelista con Fuegos con limón, el narrador lanza la semana que viene Hijos de la fábula (Tusquets), novela con la que regresa a los años de plomo, a través de las desventuras de dos jóvenes (Joseba y Asier) que, tras abandonar sus pueblos y encontrarse en el camino, se instalan en una granja francesa para unirse a ETA, ignorantes de que no falta demasiado para que la banda terrorista anuncie públicamente que abandona las armas.
Pregunta. ¿Cuándo y cómo nació esta novela, y qué relación tiene con Patria?
Respuesta. La concepción y diseño de ambas novelas fueron simultáneos. Consulté con los amigos. Me recomendaron escribir primero Patria, la novela que parecía más dramática y abarcaba un mayor número de protagonistas. Inicialmente las dos estaban pensadas para formar parte del ciclo ‘Gentes vascas’. Lo que pasa es que Patria tomó tales dimensiones y tuvo tanta repercusión mediática que la hacían distinta del resto de títulos, a los que por fuerza iba a hacer sombra, por lo que opté por sacarla del plan general. Hijos de la fábula ya estaba redactada en 2018. Tres años después la sometí a una segunda redacción con la idea de lograr un mayor equilibrio entre los episodios susceptibles de ser interpretados como paródicos y los propiamente dramáticos.
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P. El estilo, de frases cortas, ¿fue la mayor dificultad que le planteó el relato? ¿Por qué eligió esta fórmula narrativa?
R. Cada pieza de la serie afronta al menos un reto, digamos, técnico. La extrema concisión sintáctica de Hijos de la fábula me planteó grandes dificultades, que intenté solventar sirviéndome de una serie de recursos lingüísticos. Dejo en manos de los interesados la posibilidad de estudiarlos. En realidad, la dificultad principal no radicaba tanto en la técnica como en mantener de forma constante un determinado flujo de la narración. Más allá de evitar lo fácil, me pareció que el tipo de escritura elegido me dispensaba de incurrir en ciertas convenciones de la literatura y, al mismo tiempo, me permitía parodiar, en una especie de ejercicio de ventriloquía escrita, el estilo que suele asociarse al llamado realismo socialista.
P. Hace tiempo explicó que, cuando escribía, de alguna manera luchaban en su interior la ironía y la poesía: ¿por qué en esta ocasión ha optado por un relato de humor desaforado, muy triste en el fondo, y por dos personajes como Asier y Joseba, más infelices y ridículos que valientes gudaris?
R. Es que lo del humor no lo veo tan claro. Quiero decir que no me propuse escribir un libro encaminado a provocar sonrisas, aunque entiendo, y me da igual, que algún que otro lector adopte un gesto risueño ante determinados pasajes. Yo me tomé a mis personajes muy en serio y basta informarse un poco en periódicos de la época y en estudios historiográficos para comprobar que chavales parecidos a mis personajes ha habido muchos en la vida real.
"Me parece legítimo mofarme del agresor, se puede ser a un tiempo cruel y ridículo"
P. Sin duda, porque, ¿realmente cabe el humor en un relato sobre los últimos años de ETA?
R. Depende de si uno se aplica o no un filtro ético y yo, desde luego, me lo aplico. Dicho filtro me prohíbe reproducir o agravar el dolor de los que sufrieron. Esta es, entre otras, la razón por la que en Hijos de la fábula no intervienen víctimas del terrorismo. En cambio, sí me pareció legítimo, además de literariamente provechoso, mofarme del agresor y, no por nada, sino porque hasta la fecha nadie ha conseguido convencerme de que no se pueda ser a un tiempo cruel y ridículo.
P. Tras el éxito descomunal de Patria, ¿se ha sentido manipulado por algún partido, ha detectado que querían aprovechar su fama con intenciones torticeras? Y si es así, ¿le ha costado defenderse?
R. Yo prefiero decir instrumentalizado. Esa circunstancia se dio en repetidas ocasiones. No es fácil esquivar el peligro desde la soledad, aunque yo tengo la ventaja de vivir lejos, lo que protege bastante. Pero más allá de mi declarada solidaridad con las víctimas del terrorismo, mi pluma no está al servicio de nadie y mi intención de voto la conozco solo yo.
P. Pero la política le interesa, ¿verdad?
R. Me interesa como votante, pero sobre todo como escenario del comportamiento humano, y tengo la firme convicción de que un novelista debe, si quiere hacer bien su trabajo, meterse en cualesquiera tipos de ambientes y observarlos de cerca. Ahora bien, creo que por su propia dinámica, por sus fines y por la pasta moral de quienes se dedican a ella, la política constituye una simplificación crasa de la realidad. Tampoco me atrae estéticamente. Y lo que ya me termina de romper los tímpanos son las deficiencias oratorias y la escasa densidad de pensamiento de gran parte de los políticos cuando peroran delante de los micrófonos.
“No me disgusta lo más mínimo ser catalogado como una ramita del tronco cervantino”
P. Los protagonistas marchan a Francia y se esconden en una granja sin saber una palabra de francés ni tener armas, entrenamiento o contacto real con la organización… Que hagan prácticas de tiro con escobas o martillos ¿acentúa lo cómico/patético de su situación?
R. Confieso que no ahorré esfuerzos para que la novela no se me escorara en exceso hacia el lado cómico. Mi modelo fue Kafka, en el sentido de que partí de una situación absurda que luego desarrollé de manera razonada, con una escritura escasa en tropos. Recuerdo haberme partido de risa escribiendo otras novelas. No fue el caso con Hijos de la fábula, tal vez porque no ha dejado nunca de afectarme ni soy capaz de perder de vista la historia sangrienta que tuvimos.
P. ¿Y el mal tiempo, la lluvia que azota a los protagonistas y acentúa su abandono? ¿Es otro personaje más?
R. No sé qué obsesión tengo yo con la lluvia. Se editó hace unos años un opúsculo que se ocupaba de esta cuestión en mi literatura. Yo mismo publiqué en la editorial Demipage una antología de poemas a la que puse por título Yo quisiera llover. No descarto que la lluvia de mis novelas y relatos cumpla una función simbólica, pero lo cierto es que todavía no he averiguado cuál.
P. Mientras Joseba piensa a menudo en la mujer a la que abandonó en el pueblo, embarazada, Asier dice estar casado con Euskal Herria: sin embargo, cuando conoce a Cristina todo cambia… ¿qué papel desempeñan las mujeres en la novela? ¿son quizá precursoras de lo que ha dado en llamar “postpatriarcado”?
R. No ignoro que en la actualidad hay dos o tres docenas de conceptos que flotan en el aire y se aplican en incontables debates a cualquier cosa que se ponga delante, sin descartar hechos, personas, libros, películas, etc. del pasado. Mi verdad, por llamarla de algún modo, humilde y pequeñita, es otra. No recuerdo haber metido mujeres en la trama de mis novelas para que cumplieran ningún papel. Como los varones, están ahí, dicen sus cosas, van, vienen, comen y respiran. Y si alguien ducho en terminología actual se ve tentado a otorgarles una determinada significación, pues que se ponga cómodo y lo haga.
P. ¿Son sus protagonistas tan cervantinos como parecen? Porque a menudo sus desventuras recuerdan las de Don Quijote y Sancho Panza…
R. Ese es un socorrido parangón al que me resigno de antemano. En realidad, solo puedo admitirlo si pensamos en un caballero andante y un escudero dispuestos, no a desfacer entuertos, sino a cumplir un sueño causando daño a otros, lo que no me parece muy cervantino que digamos. No me despeina un pelo de las cejas que se intente explicar mis libros en relación con la tradición literaria española; pero sucede que llevo residiendo casi cuatro décadas en Centroeuropa y que mi idioma cotidiano es el alemán. Digo yo, sin ánimo de despertar a los gatos, que algo habré leído de la literatura del lugar y que esta algo me habrá influido. Dicho esto, no me disgusta lo más mínimo ser catalogado como una ramita del tronco cervantino.
“Me interesa la política como votante, pero sobre todo como escenario del comportamiento humano”
P. ¿Cómo nació su pasión por las palabras?
R. Esa pasión, que supone para mí una fuente de deleite, determina mi vida por completo, surgió a edad temprana, fue estimulada por buenos profesores en el colegio y convertida en vocación por influencia de la lectura.
P. En su juventud fue un poeta iconoclasta e irreverente, rabiosamente divertido, que fundó el grupo CLOC. ¿Qué cree que le sorprendería más del autor de culto que hoy es?
R. No tengo duda de que el joven inquieto que fui me haría una serie de reproches, pero yo al menos he sobrevivido. Si él tuviera la paciencia de escucharme, le demostraría que entre los dos no hubo jamás una ruptura abrupta, sino una evolución paulatina, marcada no solo por la reflexión constante, sino también por la convivencia con otras personas, por el cambio de país y por los inevitables palos que le arrea a uno la vida. Si después de esto continúa sin entenderme, no me quedará más remedio que meterlo para siempre en el baúl.
P. Después de llevar tanto tiempo viviendo en Alemania desde 1985, ¿cómo ve en la distancia la evolución de nuestro país desde el punto de vista cultural?
R. Pues no lo sé y, francamente, me faltan tiempo, energía e interés para estar pendiente de evolución ninguna. Percibo, sí, lo más llamativo, esto es, la llegada de generaciones nuevas, una presencia notable de talento femenino y la ostensible pérdida de influencia de la crítica profesional como consecuencia, supongo, de las inmensas posibilidades de interacción entre lectores facilitadas por las redes sociales.
“No recuerdo haber metido mujeres en la trama de mis novelas para que cumplieran ningún papel”
P. ¿Para qué ha servido o cree que va a servir que el año pasado la Feria de Fráncfort tuviera a España como país protagonista?
R. Pues ha servido para bastante más de lo que sostienen los sacafaltas de costumbre. Y esto lo afirmo desde mi perspectiva de residente en el país de la Feria. Se ha hablado mucho de literatura y autores españoles en la televisión alemana, he vuelto a ver libros de autores españoles en escaparates de librerías alemanas, cosa que últimamente no pasaba, y por los comentarios y reportajes en la prensa local estoy en condiciones de asegurar que se hizo un papel digno.
P. Fue durante muchos años profesor de español: ¿qué recuerda de aquella etapa? ¿Lo abandonó por la escritura?
R. Guardo recuerdos muy gratos de mis años de docencia en Alemania. Y, sí, es verdad, llegó un momento en que tuve que elegir entre las clases o la creación literaria, ya que esta última (más bien los viajes y compromisos) me dejaba cada vez menos tiempo para las obligaciones de enseñante.
P. ¿Y qué cree que le ha prestado el maestro al narrador? ¿No añora jamás el contacto con esos chicos que, cuando viajaban a España, le debían el poder comunicarse con sus familiares?
R. Como escritor, el contacto diario con los alumnos y sus familias me proporcionaba un estupendo mirador con vistas a un sinfín de historias privadas.
“Por la pasta moral de quienes se dedican a ella, la política es una simplificación crasa de la realidad”
P. Hablando de reencuentros, ¿cuál es el último libro de la colección Austral que ha rescatado de un mercadillo o librería de viejo?
R. Llevo varios años practicando el rito de leer dos libros al mes de la colección antigua de Austral. Lo último ha sido una amenísima e inverosímil biografía de Santa Catalina de Siena.
P. Por cierto, hace poco hemos celebrado el 150 aniversario de Baroja: ¿cómo convencería a alguien que no lo ha leído de que no puede perder un minuto más sin hacerlo, qué libro le recomendaría?
R. No soy partidario de sacralizar a los escritores y si a un autor no le pega en absoluto el nimbo de santo, ese es precisamente Baroja. Raro es el año en que no vuelva a alguno de sus títulos. La busca o Las inquietudes de Shanti Andía siguen pareciéndome altamente recomendables.
P. ¿Y de los suyos (que no fuese Patria)?
R. De los míos no recomiendo ninguno. Un poco de narcisismo puede que estimule la autoestima; pero conviene, por decencia, no propasarse con
el azúcar.
P. ¿A qué poetas vuelve siempre, en tiempos de zozobra, felicidad o desconsuelo?
R. La poesía es mi compañera constante. Picoteo novedades y con frecuencia me arrimo a los valores seguros, a los de siempre, a Aldana y Quevedo, a Rosalía y Vallejo, a Machado y Lorca, a Cernuda y Aleixandre, a Sánchez Rosillo y Piedad Bonnett, a Isabel Bono y Álvaro Valverde. La lista podría continuar.
P. ¿Quiénes son sus narradores españoles contemporáneos preferidos?
R. No sé si preferidos, pero de algunos procuro leer cuanto publican. Pienso en Luis Landero y Enrique Vila-Matas, en los leoneses y Antonio Muñoz Molina, en Gonzalo Hidalgo Bayal y Pilar Adón, en Olga Merino e Ignacio Martínez de Pisón, en...
“A mí los libros, por muy buenos o excitantes que sean, no me enganchan ni yo los devoro. Ralentizo la lectura”
P. ¿Tiene algún ritual de trabajo determinado, escribe por la mañana o por la noche, a mano o en el ordenador, un número establecido de horas?
R. Mi trabajo diario transcurre con absoluta monotonía y ausencia de acontecimientos. Practico algunos ritos carentes de interés, por lo que no creo oportuno mencionarlos.
P. Entonces, si le parece, lo haré yo: creo que trabaja por la mañana y lee siempre cuatro horas al final del día: ¿por qué no le gusta darse “atracones” y, si algo le gusta, ralentiza la lectura?
R. Expresiones del tipo “el libro me enganchó”, “lo devoré en una tarde” o “lo leí de un tirón” no van conmigo. A mí los libros, por muy buenos o excitantes que sean, no me enganchan ni yo los devoro. Antes al contrario, cuanto mayor es el interés que me suscitan más pausada es la lectura, complementada a menudo con la toma de notas.
P. Y mientras escribe, ¿lee libros relacionados con el tema que le ocupa o prefiere que nada le “contamine”?
R. Antiguamente tenía esa superstición. Luego me di cuenta de que era una bobada, así que leo lo que caiga, aunque se parezca a lo que estoy escribiendo. Y si me contamina, que me contamine.
P. Hablando de contaminación: ¿qué tal se lleva con las redes sociales? ¿le distraen, huye de ellas?
R. Tuve Facebook, Instagram y un blog, y dediqué bastante tiempo a Twitter. Como he dicho antes, un novelista que aspire a ser testigo de su época debe meterse en todas partes, husmear y enterarse. Pero también debe saber marcharse a tiempo, que es lo que yo hice en lo que se refiere a las redes sociales. Me salí de todas. También dejé mi cuenta de Twitter, aun cuando sigue ahí, bien que gestionada con propósitos profesionales por mi editorial.
Fundador del Grupo CLOC de Arte y Desarte, poeta, novelista y traductor, Fernando Aramburu (San Sebastián, 1959), se licenció en Filología Hispánica en la Universidad de Zaragoza en 1983. Dos años después se instaló en Alemania, donde fue profesor de español para hijos de emigrantes. Debutó como narrador con Fuegos con limón. Entre sus obras destacan Los peces de la amargura (2006), Patria (2016) y Los vencejos (2021).