Algo nerviosa pero feliz, la escritora recuerda que conoció nuestro país “en mis veinte” y que vivió unos meses en Madrid en 1991, con una beca del ICI. “Era entonces una perfecta desconocida para los lectores españoles, que ahora me conocen más como poeta que como novelista. Y sí, tengo allí mucha gente que quiero y me quiere, y lo agradezco”, confiesa a El Cultural.
No es el único secreto desvelado por Piedad Bonnett (Amalfi, Antioquia, 1951), pues en Qué hacer con estos pedazos (Algafuara) se suceden las confesiones: como Emilia, la protagonista de la novela, Bonnett es una compradora compulsiva de libros que suele leer varios a la vez. Se trata, dice, de “un viejo vicio que nace de mi avidez, y de mis necesidades del momento, porque ellos alimentan mis ficciones. Ahora, como estoy preparando mis talleres en Madrid y Barcelona, he releído montones sobre poesía, pero también estoy con Huaco retrato, de Gabriela Wiener, La piel, de Sergio del Molino, y Respirare, Caos y poesía de Berardi”.
Pregunta. La vida de Emilia se desmorona con la enfermedad de su padre y la idea de su marido de cambiar la cocina. ¿Cuánto de sí misma, de sus inquietudes y vivencias, le ha prestado a su protagonista?
Respuesta. Mucho, porque esta novela se corresponde con las inquietudes del momento que vivo. Tengo unos padres casi centenarios y he visto de cerca las vicisitudes de los cuerpos que se deterioran, y me he preguntado mucho, como Emilia, cuánto de sus vidas conozco en realidad. También yo estoy envejeciendo. Y hasta sufrí, hace ya unos años, el caos de una cocina que se remodela, un hecho que da para lo gracioso, pero que también usé como metáfora del desmoronamiento de muchos lazos afectivos. Y hay historias de otros, e imaginación, por supuesto.
P. ¿Le preocupan la vejez y la muerte?
R. La vejez me preocupa menos que la muerte. He encontrado en el proceso de envejecer muchas libertades y plenitudes. Pero la pandemia nos puso a vivir con la amenaza de la muerte encima, y eso me dio, y me sigue dando, muy duro. No quisiera morir porque me espera un proyecto de libro que me ilusiona mucho, y quiero ver crecer a mis tres nietas y saber cuáles son las vocaciones que orientarán sus vidas.
La pena de ser “huérfilo”
P. Como en Lo que no tiene nombre, donde escribía sobre el suicidio de su hijo, Emilia perdió un bebé hace años, algo que no menciona jamás pero tampoco olvida. ¿Escribir alivia el dolor o es imposible superar el ser ‘huérfilo’? ¿la muerte de su hijo la ha marcado como autora?
“La dificultad es un gran acicate para un escritor. Y para un periodista. Me encanta escribir, pero cuando se trata de prosa corregir es un deleite, casi un vicio”
R. No sólo la muerte de mi hijo cambió mi voz, sino su enfermedad, que vivimos con una tristeza infinita. Mi poesía se hizo más reconcentrada, creo, más escueta y algo sentenciosa. Escribir sobre la pérdida no cura pero sí alivia, porque la escritura es compensatoria, una ilusión de recuperación. Y la pena de ser “huérfilo” se “supera”. Si no, quedaríamos anclados en un duelo patológico y dañino. Pero siempre está allí, como un “bajo continuo”, y emerge cada tanto, de manera sorpresiva –con una canción, un recuerdo, una huella– y vuelve y golpea y saca lágrimas.
P. ¿Le ocurre como a su heroína, que la dificultad para encontrar la palabra precisa es “la droga que la pone a volar cuando escribe”?
R. Totalmente. La dificultad es un gran acicate para un escritor. Y para un periodista. Me encanta escribir, pero cuando se trata de prosa corregir es un deleite, casi un vicio.
P. Siempre quiso ser narradora pero en la universidad se descubrió poeta: ¿cómo se enriquecen mutuamentela creadora de versos y la de ficciones?
R. Creo que cada género ofrece posibilidades distintas: la poesía puede decir lo que a veces no puede decir la prosa y viceversa. También son dos maneras de mirar. Pero hay momentos en que narrativa y poesía confluyen: en las novelas donde la prosa tiene vuelo poético, como en Marcel Proust o en John Banville, autores que me gustan mucho. Y a veces la poesía narra bellamente, como en Yanis Ritsos o Ferreira Gullar.
P. Precisamente en Madrid también va leer sus poemas este jueves en la Residencia de Estudiantes.
R. Sí, haré una lectura de no más de veintinco poemas, e intentaré ilustrar con ellos mi quehacer poético a lo largo del tiempo.
Mundos deslumbrantes
P. ¿Quiénes son sus poetas españoles preferidos? ¿Lee a nuestros jóvenes?
R. Señalo, más bien, los que me descubrieron, siendo muy joven, mundos poéticos deslumbrantes: Quevedo, Góngora, Antonio Machado, Miguel Hernández, Jaime Gil de Biedma. Leo también a muchos poetas vivos y a unos pocos poetas españoles jóvenes. Los premiados, sobre todo, que nos llegan en las editoriales de poesía más conocidas.
P. Si tuviera que recomendarnos un poeta colombiano joven, ¿quién sería y por qué?
R. Voy sólo a mencionar mujeres, a sabiendas de que hay jóvenes poetas muy valiosos: Lucía Estrada, Andrea Cote, Fátima Vélez. Tienen mundos y voces muy propios.
P. ¿Nuestras literaturas, la colombiana y la española, se interrelacionan bien, o existen aún barreras y prejuicios?
R. Siguen existiendo prejuicios, pero mucho menos que en otros tiempos. Creo que ahora nos leemos más, y tenemos mayor curiosidad mutua. De todas maneras creo que nosotros leemos más a los españoles que ellos a nosotros. Aunque hay muchos que quieren hacer que este intercambio literario fluya más. Esta entrevista ya es una prueba de ello.