Edgardo Cozarinsky en la Casa de la Cultura del Fondo Nacional de las Artes (Buenos Aires). Foto: Ministerio de Cultura de la Nación Argentina

Edgardo Cozarinsky en la Casa de la Cultura del Fondo Nacional de las Artes (Buenos Aires). Foto: Ministerio de Cultura de la Nación Argentina

Letras

Edgardo Cozarinsky construye una fábula de un mundo absurdo y brutal

'Cielo sucio' revela a un creador dotado de una sagacidad y de una sutileza sobresalientes que muestra el desencanto de una época desquiciada e insustancial

24 enero, 2023 02:45

Edgardo Cozarinsky (Buenos Aires, 1939) es un escritor sénior que mantiene intacto el pulso narrativo, algo en absoluto baladí. Pero no solo eso, porque su visión del mundo en el que vive (en el que vivimos) resulta tan lúcida que necesariamente ha de ser tenida en cuenta. Firmante de sugestivas obras literarias y cinematográficas, y conocedor de la actualidad de dos continentes (vive a caballo entre París y la capital de Argentina), Cozarinsky ha rubricado una estupenda novela breve para inaugurar una temporada que se presume interesante.

Cielo sucio

Edgardo Cozarinsky

Tusquets, 2023. 137 páginas. 17,50 €

Narrada con una pericia que solo atesora la veteranía, Cielo sucio muestra el desencanto de una época desquiciada (la nuestra) desde la perspectiva de quien, por edad, se sabe ajeno a ella. Lo curioso es que también hay jóvenes que se sienten decepcionados ante un tiempo caótico, insustancial y empantanado en la falta de valores.

Tres son los personajes principales de la historia: Alejandro, un autor maduro y desengañado al que acompaña un diagnóstico médico “poco optimista”; Ángel, un hombre bueno y algo ingenuo que abandona su pueblo y se alista en la policía metropolitana de Buenos Aires con la intención de ayudar a los demás (pronto descubre palabras como “sórdido”, “soborno”, “extorsión” o “estupro”); y Mariana, la hija de Alejandro, ya entrada en la treintena, que con el correr de los años explora conexiones y complicidades con su padre hasta entonces ignoradas.

Completan el cuadro la abuela de Ángel, una mujer de sabiduría ancestral que le enseña lo que un hombre necesita para protegerse en la vida, y el último novio de Mariana, un ingeniero aeronáutico experto en drones.

Una noche, Alejandro y Ángel se conocen por casualidad, cuando el primero ejecuta una venganza de forma aleatoria y el segundo le ayuda a salir airoso de la situación porque, como le dice, “usted hizo lo que yo tengo ganas de hacer y no me atrevo”. Es verano en el Cono Sur y el calor húmedo sofoca el ambiente e inflama los ánimos de los bonaerenses, sobre todo por la noche, cuando el asfalto recalienta el aire, la ciudad cambia de piel y se hace ostensible el insomnio.

La trama del libro está muy bien urdida y avanza de forma eficaz gracias a los cambios en el punto de vista y a numerosas elipsis

Edgardo Cozarinsky ha compuesto una fábula (el sentido del término es sustantivo) del presente que muestra su mensaje sin rodeos: nos hemos fabricado un mundo absurdo, alejado de la naturaleza y de los valores que nos hacen humanos, un espacio vital incoherente que funciona al revés. En él se dan situaciones tan paradójicas como que durante la pandemia se mantuvieran cerradas las escuelas públicas mientras se aprobaba la reapertura de bingos y casinos.

¿Qué se puede esperar de una sociedad que permite semejante desatino y en la que, por si esto no fuera suficiente, se excarcela a quienes cometen delitos contra la integridad de niños inocentes? ¿Cómo defenderse en un sistema que no garantiza una justicia elemental? ¿Cómo asimilar la violencia contra la gente sin recursos que malvive en la calle? ¿Cómo convivir con la desigualdad y con una falta de solidaridad endémica? Y finalmente, ¿cómo describir todo eso con vigor estético y desde un realismo aderezado con toques ligeramente irreales?

La trama del libro está muy bien urdida y avanza de forma eficaz (oportunamente se ralentiza en pequeños meandros) gracias a los cambios en el punto de vista y a numerosas elipsis que obligan al lector a mantenerse activo. Cielo sucio revela a un creador dotado de una sagacidad y de una sutileza sobresalientes, cuya prosa, muy sensitiva y cuajada de imágenes y componentes líricos, refleja su consciencia ante el acto de escribir. También su indudable compromiso con la realidad que habita.