Periodista, historiador y ensayista, Adam Michnik se muestra exultante ante el Premio Princesa de Asturias: “Desde luego, este premio supone la culminación del trabajo de toda una vida para cualquier persona de letras. Es sumamente prestigioso, un verdadero honor, aunque veo en él no tanto un reconocimiento a mi persona, como a Gazeta Wyborcza, a la que estoy unido desde hace 33 años”.
Confiesa también Michnik que lo valora especialmente porque España ha tenido una enorme importancia en su vida y que durante años su generación vivió alrededor del mito de la guerra civil española, “en la que las fuerzas apoyadas por los regímenes de Mussolini y de Hitler se levantaron contra la República, apoyada por Stalin.
Muchos no entendíamos sus ocultos significados. No sería sino después de leer algunas obras maestras de la literatura española y releyendo a Orwell o a Hemingway que entenderíamos que en ese momento se estaban dirimiendo los destinos de nuestro continente para las próximas décadas”.
Pregunta. ¿Y el franquismo?
Respuesta. Cuando analizamos la manera en la que la sociedad española intentaba hacer frente a la dictadura, lo que sucedía allí sirvió de inspiración para muchos de mis compañeros y para mí mismo. Se trataba tanto de la actitud de los intelectuales como de la actitud de la oposición política, pues crearon por una parte Comisiones Obreras y por otra construyeron los bastiones de una literatura española independiente. Al mismo tiempo prestamos gran atención a lo que sucedía en los círculos del catolicismo español en el que importantes sectores habían ido evolucionando del apoyo a la dictadura al apoyo a la oposición democrática.
Democracias en peligro
P. ¿Y nuestra transición?
R. Nos fascinó todo el proceso, cuando las élites del poder y de la oposición ansiosas de una modernización fueron construyendo paso a paso la democracia parlamentaria española y le abrieron el camino a España hacia las estructuras de la Comunidad Europea y de la OTAN. Además, a partir de 1989, cuando la dictadura cayó en Polonia, tuve la oportunidad de viajar a menudo a España y de hablar con muchos amigos españoles, y eso me permite seguir pensando hoy que España es para nosotros los polacos una escuela superior de pensamiento sobre la democracia, sobre la historia, sobre la propia identidad. Y es por eso que observamos con preocupación los peligros que amenazan la identidad democrática española.
P. Hace algún tiempo usted diagnosticó que la vieja división entre izquierda y derecha ya no existía y que ha sido sustituida por una división entre los que apoyan una sociedad abierta y los partidarios de una sociedad cerrada...
R. Verá, el orden democrático europeo, occidental, está siendo minado, por expresarlo de alguna manera, desde dos lados. Por una parte tenemos a las fuerzas de la extrema derecha, o no tanto de la derecha sino de un populismo extremo, que hace suyo el lenguaje de la derecha pero que en el fondo es el lenguaje de una revolución de derechas que ha de destruir los estados democráticos; por otra parte, tenemos un fenómeno parecido en la izquierda, en la que hay algunas fuerzas que rechazan de plano el orden basado en la democracia parlamentaria y la economía de mercado. Es difícil hablar aquí de derechas y de izquierdas. Se trata de enemigos de las sociedades abiertas.
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»Lo que hay que defender a toda costa es el orden democrático y, en ese contexto, en algún momento se puede llegar a una coalición de una izquierda democrática liberal y una derecha democrática liberal. En defensa de aquello que tienen en común: una democracia constitucional. Cuando echamos un vistazo a la Francia de hoy, descubrimos que tanto Mélenchon como Marine Le Pen exigen el rechazo absoluto de la democracia parlamentaria histórica. Es algo muy peligroso porque el lugar de ese rechazo lo puede ocupar o una dictadura o un caos que traiga consigo la dictadura.
“España es para los polacos una escuela superior de pensamiento sobre la democracia, la historia y sobre nuestra identidad”
P. ¿La invasión de Ucrania se debe al convencimiento de Putin de la debilidad de Estados Unidos y Europa?
R. Yo creo que si Putin no hubiera estado convencido de esa debilidad, no se habría decidido a entrar en guerra. A mí me parece que él estaba seguro de que las cosas serían tan fáciles como con Crimea, que en cuatro días controlaría toda Ucrania y que impondría su propio gobierno, y además que la reacción de los estados democráticos occidentales sería solo verbal, débil e inconsecuente. Resultó, afortunadamente, que estaba equivocado y que en su intento de aniquilar a Ucrania había dado los primeros pasos para la aniquilación de la Rusia imperial.
P. ¿Y podría estar dispuesto a rectificar?
R. Es difícil decir cuáles son sus verdaderos planes, porque los que tenía hasta ahora no se han cumplido. Está perdiendo esta guerra. Está perdiéndola desde el punto de vista de la imagen y también ética y militarmente. Por eso no sé qué va a pasar y hasta dónde está dispuesto a llegar, pero Putin me recuerda a un gánster que se encuentra bajo los efectos de las drogas y realiza toda una serie de actos, movimientos y gestos impredecibles. De ahí también que todas las opciones, incluso las más absurdas y funestas estén abiertas. Hoy Putin es capaz de todo, por eso no se puede ceder ante él.
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P. ¿Por qué la libertad parece estar ahora mismo en peligro en todo el mundo?
R. Estamos en un momento en el que la democracia tradicional ha caído en cierta rutina, se ha teatralizado, se ha corrompido un poco y necesita un nuevo soplo de aire fresco, pero eso significa que hay que reformarla, no rechazarla. Y cuanto más tiempo continúe la filosofía de no cambiar nada, tanto más combustible tendrán las fuerzas extremistas y antidemocráticas.
P. ¿Qué puede hacer un periodista en esta realidad?
R. Nosotros no podremos apagar el incendio con la tinta, pero tenemos que ser como aquellos gansos del Capitolio que con sus graznidos alertaron a toda la ciudad y de esa manera la salvaron. Ese es nuestro papel.
P. Con todo, ¿tenemos motivos para la esperanza?
R. Mientras sigamos con vida existe la esperanza de que resistamos el embate. Es algo en lo que he creído toda mi vida, y mi biografía, la de una persona que pasó varios años en las cárceles de una dictadura y que hoy trabaja en un gran periódico europeo, no me permite ser pesimista. Tampoco me permite ser pesimista el magnífico Premio Princesa de Asturias.
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