De alguna manera, las de Carmen Linares y María Pagés –Premio Nacional de Música y Danza, respectivamente, y ambas Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes– son vidas paralelas si tenemos en cuenta, por ejemplo, la coherencia ante el hecho creativo, la facultad de enfrentarse a él con la conciencia de una verdad ineludible, de una honestidad sin límites y una entereza que supera cualquier amago de desaliento.
Han construido su obra con una pasión inabarcable, pero también con la contrapartida de haberlo hecho desde el equilibrio inteligente, domando las turbulentas necesidades expresivas, su arrollador impulso volcánico, hasta convertirlas en un lenguaje armónico en el que los distintos elementos se desarrollan y van tomando forma cada uno de ellos hasta adquirir el nivel justo.
En sus actuaciones alcanzan una vigorosa cota emocional, siempre latente y con una poderosa capacidad de transmisión, pero sin que se desborde y expanda inútilmente su contenido, sino dosificándolo con maestría y desde el corazón innovador en un ejercicio de efusión contenida hasta conseguir unos sonidos o unos gestos dancísticos elaborados con la exquisitez de un virtuoso.
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Cada uno busca su camino o, en último caso, lo elige, pero a veces, por la fuerza del destino o por afinidades no calculadas, coinciden o se cruzan, y en este caso Carmen Linares (Linares, 1951) y María Pagés (Sevilla, 1963) ya compartieron escenario en Diquela de La Alhambra, cuyo estreno tuvo lugar en Granada con posterior gira en Italia. Esto fue en 1984, pero en 1994 se reencuentran en el Maestranza de Sevilla con el espectáculo De la luna al viento. Se miran una a otra: Carmen canta al baile de María y María baila el cante de Carmen.
En el espacio del inmenso coliseo está latente el compromiso, la responsabilidad. María, que vive para su arte y que trata en cada actuación de profundizar en su esencia a través de un laborioso trabajo de investigación intelectual, está colmada de lecturas previas, de análisis rigurosos al compás de Mario Benedetti, Rumi, Margaret Atwood, José Agustín Goytisolo o Marguerite Yourcenar, cuyos textos van colándose por sus diferentes propuestas: Yo, Carmen, Óyeme con los ojos, Una oda al tiempo o Paraíso de los negros.
Ambas han compartido escenario en los espectáculos 'Diquela de La Alhambra' y 'De la luna al viento'
Por otro lado, y de manera simultánea, Carmen convoca y lleva a la estructura flamenca, con el lema de la dignidad, los versos de Borges, Miguel Hernández, García Lorca, Juan Ramón Jiménez o José Ángel Valente, que los incluye en Raíces y alas, Un ramito de locura, Remembranzas o Locura de brisa y trino.
María pagés libera a otra Carmen de los tópicos y del envoltorio romántico de Mérimée, para proponer un yo colectivo y reivindicativo y, además, convierte a Scheherazade en un ser poliédrico que cambia las cosas a través de la palabra, y que representa lo mismo a Safo que a Medea o a Bernarda Alba. Y Carmen Linares, en un concienzudo ejercicio de indagación, rescata del fondo de la historia a La Mejorana, La Serneta, Pepa Oro o La Niña de los Peines y les otorga flamante vida en su antología La mujer en el cante.
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Nuevas estructuras en el baile y en la voz flamencas, de pasos decisivos no solo de dos intérpretes de prestigio internacional sino de dos autoras de estilos originales que abren las puertas a imaginativas e inéditas fórmulas de alta manifestación artística. Testimonio y vínculos de dos mujeres imprescindibles en la música y en la danza de nuestro tiempo.
Han pasado muchos años y parece que no existen fronteras en el tiempo, ya que ahora se alían una vez más y vuelven a compartir espacio escénico en el Campoamor de Oviedo donde reciben, al unísono cante y baile, el Premio Princesa de Asturias.
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