Adam Zagajewski

Adam Zagajewski

Letras

Una leve exageración

Adam Zagajewski publica una autobiografía espiritual, testimonio de que no es posible vivir humanamente sin preguntarse con temor qué es la verdad y qué es la muerte

21 octubre, 2019 02:50

Adam Zagajewski

Traducción de A. Rubió y J. Slawomirski Acantilado. Barcelona, 2019. 352 páginas. 22 €

Nómada entre exiliados y desterrados, voz independiente entre disidentes, poeta esencial entre poetas comprometidos, Adam Zagajewski (Lwów, 1943) siempre ha ocupado una posición excéntrica, lejos de cualquier dogma u ortodoxia. Su autobiografía, Una leve exageración, refleja fielmente esa trayectoria, rebelándose incluso contra la forma canónica de las narraciones que recrean la propia vida.

De entrada, nos advierte que no va a contarlo todo, porque considera que la discreción es un imperativo moral y estético. Nos habla de su familia, sí, expulsada de las tierras fronterizas que se anexionó la Unión Soviética después de la Segunda Guerra Mundial, pero omite cuestiones demasiado íntimas, como divorcios o suicidios. Desterrado porque ser hombre significa vivir lejos del origen, extraviado entre dudas. Voz independiente porque se ha enfrentado a las dictaduras comunistas, pero sin suscribir ninguna ideología alternativa, salvo la libertad y la democracia. Poeta esencial porque nunca ha perdido la inquietud espiritual por el sentido de la vida y la existencia de Dios.

Zagajewski afirma que la poesía es su verdadero hogar, pero sólo fugazmente, pues nadie puede permanecer demasiado tiempo en un espacio de exaltación y ensueño. “El poema es como el rostro humano”, escribe. Nos convoca, nos llama para consumar un encuentro. La poesía es un chispazo, sí, pero también una vocación de fraternidad. A diferencia del científico, “el poeta es un loco en Cristo que de vez en cuando se exhibe al mundo”, volcando su vida interior en un mosaico de palabras. Un poeta polaco es un milagro, pues brota en un país pobre “alimentado de sueños”. Hostigada por las grandes potencias, Polonia es una anomalía que se ha forjado entre “el ligero soplo de la música” y “el jadeo de la historia”. Hijo de un ingeniero y catedrático, Zagajewski creció en una familia que sufrió la dominación alemana y la dominación soviética. El sufrimiento no afectó al pudor. En su entorno, “se callaba todo”, pese a soportar las peores tempestades de la historia: dos guerras mundiales, la Shoah, las deportaciones forzosas. Muchos de sus parientes llevan “la guerra en su interior”, devastados por los recuerdos.

Una leve exageración es una autobiografía espiritual, testimonio de que no es posible vivir humanamente sin preguntarse con temor y temblor qué es la verdad y qué es la muerte

Zagajewski no se considera un desterrado, ni un sedentario. No conoce el desgarro del que ha sido expulsado de su hogar, ni la serenidad del que ha echado raíces. Simplemente, es un hombre en tránsito, un hijo de la postguerra, con la inseguridad del mañana y la “semilla de irrealidad” del que ha soportado el nihilismo de un tiempo enemistado con las certezas. Lector de Schopenhauer, Nietzsche y Cioran, reivindica la fe cristiana, pero se muestra crítico con la iglesia católica polaca, reacia al diálogo con la modernidad. Piensa que la música nos acerca a un mundo intangible, pero real. El alma de Europa está contenida en el aria nº 39 de la Pasión Según San Mateo, de Bach. “Erbarme dich, mein Gott” es una plegaria que reconcilia a los pueblos en un horizonte de esperanza y trascendencia. La muerte no es el final.

Poco después del fallecimiento de su padre, Zagajewski visita el Zwinger de Dresde, el palacio barroco que contiene obras de Vermeer, Tiziano y Giorgione. Cuadros que en otro tiempo le conmovieron, ahora sólo le producen apatía, pero cuando se topa con un retrato de Rembrandt que representa a un hombre viejo y cansado, su sensibilidad se despierta. Aparentemente, la obra transmite desesperación y tedio, pero las perlas esparcidas por un amplio y suave sombrero de terciopelo desprenden “un resplandor delicado”. Son “el alma y la luz” del anciano abatido y decrépito. Zagajewski entiende que su padre aún vive. En sus palabras, como el viejo del retrato de Rembrandt en esas perlas que insinúan la eternidad.

Una leve exageración es una autobiografía espiritual, una especie de camino de perfección que sortea los abismos por medio de la ascesis espiritual y la depuración estética. Zagajewski no tiene miedo a las grandes palabras como Dios, el Arte o la Verdad. Lejos del relativismo y el escepticismo, proclama su fe en la belleza, la ternura y la solidaridad. No elabora un discurso teórico, sino un largo poema en prosa que elude la solemnidad y el hermetismo. Su autobiografía es un testimonio de esa búsqueda insaciable que nos acompaña desde la irrupción de la conciencia. No es posible vivir humanamente sin preguntarse con temor y temblor qué es la verdad, qué es el amor, qué es la muerte.