Nina Simone durante un concierto
Indómita, incomprendida y rebelde, Nina Simone sobrevivió a amores ardientes, maridos abyectos, comportamientos erráticos, exilios, desaires... Esta vida dramática y desordenada, narrada por la cantante en Víctima de mi hechizo (Kultrum), no le impidió entregarse al activismo y componer algunos de los himnos de la tan desigual lucha por la defensa de los derechos civiles de la población negra afroamericana. Canciones que iban a sacudir los hasta entonces apacibles cimientos de la acomodaticia industria discográfica norteamericana y a provocar una auténtica revolución.
"Más cerca de la felicidad" de lo que podía estar "sin un marido al que amar". Así se retrataba Eunice Weymon, más conocida como Nina Simone (Tryon, Estados Unidos, 1933-Carry-le-Rouet, Francia, 2003) al terminar sus memorias,
Víctima de mi hechizo (Kultrum). Las había comenzado treinta años antes, y para escribirlas se puso a rememorar toda su vida sin encontrar nada de lo que arrepentirse, a pesar de "una incontable cantidad de errores, no pocos días malos, y, lo más regocijante de todo, años de alegría -duros, pero también entrañables- en los que luché por los derechos de mis hermanos y hermanas en todas partes [...], años en los que se mezclaron el placer y el dolor". El resultado es un volumen apasionante que lanza el 28 de noviembre una editorial recién nacida, Kultrum, y que
traza el retrato de una personalidad atormentada, que se soñó la primera concertista negra de música clásica y se convirtió en una estrella del jazz. Una mujer valiente y temperamental que luchó por los derechos civiles de los negros y tuvo que huir de Estados Unidos para evitar se encarcelada por no haber pagado sus impuestos. Que buscó desesperadamente la aprobación de su familia y el amor de un hombre y que sólo encontró sinvergüenzas y abusadores de todo tipo.Y que triunfó casi a su pesar y vivió a manos llenas, incluso con desesperación.
Eunice era la sexta de los ocho hijos de Mary Kate y John Weymon, ambos descendientes de generaciones de esclavos y muy religiosos (la madre era una devota predicadora que hacía que la pequeña la acompañase al piano cada domingo de iglesia en iglesia). La familia conoció momentos de cierta prosperidad, pero
el Crack del 29 y una grave enfermedad del padre les arruinó al punto que necesitaron que un puñado de prósperos vecinos blancos pagase los estudios musicales de la niña, dotada de un indudable talento natural para el piano. Así descubrió a Bach, y no tardó en adorarlo: "Técnicamente es perfecto. Cuando tocas la música de
Bach tienes que entender que es un matemático y que todas las notas añaden algo, tienen sentido. Siempre te llevan a un clímax, como olas cada vez más grandes que se acumulan y forman una gran tormenta", escribirá.
Tras estudiar un año en la célebre Academia Juilliard de Nueva York, gracias a un fondo financiado por los ciudadanos más acaudalados del pueblo, intentó lograr una beca en otro centro mundialmente conocido, el Instituto Curtis de Filadelfia, pero fue rechazada "porque no era lo bastante buena [...]
Fue como si todas las promesas que me habían hecho Dios, mi familia, y mi comunidad se hubieran roto y como si me hubieran mentido toda mi vida [….] Era el final de todo". Más tarde comprendería que la razón no era su falta de talento sino su color.
Decidida a no rendirse, siguió preparándose para presentarse a la beca Curtis al año siguiente, y para financiar los estudios comenzó a dar clases particulares. De ahí a tocar en clubes nocturnos, que pagaban mucho mejor que un puñado de jóvenes con más pretensiones que talento,
solo había un paso, y la joven Eunice lo dio, tras cambiarse el nombre para que su madre, que despreciaba la "música mundana", no descubriese que su hija trabajaba por las noches en tugurios atestados de irredentos borrachuzos. El siguiente paso, pues, era obligado, cambiar de nombre, y hacerlo además con
glamour.
Nina Simone con su hija Lisa Celeste y su marido Andrew Stroud en la década de los 60
El seudónimo de Nina Simone nació de dos amores: "Niña" era como la llamaba Chico, un noviete hispano, y Simone, el nombre de una de sus actrices favoritas, Simone Signoret.
Nina Simone debutó en el Midtown Bar and Grill de Atlantic City a cambio de 90 dólares a la semana y toda la leche que pudiera tomar (entonces no probaba el alcohol). La primera noche sólo tocó el piano, combinando piezas de música clásica con canciones populares y algo de jazz. La segunda debutó como cantante para no ser despedida, y el viejo bar comenzó a abarrotarse de estudiantes que la escuchaban en silencio casi religioso.
Su fama comenzó a extenderse, grabó un disco sin leer la letra pequeña (con lo que perdió millones de dólares) y sufrió infinidad de grabaciones piratas porque ninguna noche interpretaba las mismas canciones ni de la misma manera.
Comenzaba así una carrera turbulenta, llena de altibajos, amores infelices, conciertos únicos y mucho dolor. "Detestaba esa vida: los sinvergüenzas tacaños, las audiencias irrespetuosas, la forma en que la gente quedaba satisfecha tan fácilmente con las melodías más simplonas y estúpidas", escribirá en sus memorias.
Tras un primer y brevísimo matrimonio con Don, un joven admirador blanco más amigo de las drogas que del trabajo, Nina Simone se convirtió en la reina del Village neoyorquino: amiga de James Baldwin, compartió escenario con Bill Cosby y
Woody Allen, vio leer a
Allen Ginsberg en un
loft, contrató de telonero a un debutante llamado Richard Pryor y conoció a
Lauren Bacall, Natalie Wood, Rod Steiger...
Y se volvió a casar, con un policía muy agresivo, Andy, que se convirtió en su agente y su administrador. También en el padre de su única hija, Lisa, y en el responsable de su ruina financiera y de mil problemas con la hacienda norteamericana que casi la llevaron a la cárcel y al exilio. Sin embargo, lo que la hizo huir del país no fueron los impuestos, sino la lucha racial.
Consciente de que la lucha por la defensa de los derechos civiles no hundía sus raíces en las movilizaciones de Martin Luther King ni en el boicot a los autobuses de Montgomery, sino en tiempos de la esclavitud, primero revisó el pasado "y las razones por las que debía enorgullecerme de mi propia cultura". Estudió las grandes naciones negras (Benín, Egipto, Nigeria, Liberia), y
aprendió que "muchas de esas civilizaciones se habían desarrollado mientras Europa seguía sumida en el oscurantismo". Leyó todo lo que pudo, se significó en numerosas declaraciones públicas y fue radicalizándose hasta concluir que la paz a cualquier precio era imposible, que la población negra tenía el derecho y el deber de defenderse incluso violentamente, y que "la idea de una nación negra separada tenía sentido".
Nina Simone junto a Malcolm X
El asesinato de Malcolm X confirmó sus peores temores. Eso, unido a las estafas que a lo largo de toda su carrera sufrió por parte de todas las discográficas con las que trabajó o que la piratearon, y a sus problemas con el fisco la empujaron
a abandonar, con su hija, Estados Unidos en septiembre de 1970 rumbo a Barbados. Allí, a finales de la década, comenzó una de las épocas más turbulentas, escandalosas y felices de su vida, cuando se enamoró desesperadamente del primer ministro Errol Barrow, que la instaló en una mansión y cumplió todos sus caprichos menos uno: jamás abandonó a su familia, ni se divorció para casarse con ella. Agobiado por las presiones de la diva, catorce meses después de conocerla Barrow puso fin al idilio, escondió sus pertenencias en un trastero y le pidió que abandonara el lugar.
Tras una estancia fugaz por Europa dando conciertos, atravesó otra etapa agitada en Liberia, y después de un nuevo revés sentimental se estableció en Suiza para que su hija Lisa pudiera continuar sus estudios.
Holanda, Inglaterra y Francia fueron testigos de sus problemas económicos, de sus luchas con el fisco americano, de conciertos en los que, por primera vez en su carrera, se adueñaba de ella una asombrosa inseguridad y un pésimo talante.
El abismo estaba tan cerca que reaccionó con un nuevo giro radical: desde la serenidad, segura de que era más feliz sin parásitos sentimentales ni económicos cerca, logró reconciliarse con el fisco "
lo que significaba que podría vivir, viajar y actuar en Estados Unidos sin correr el riesgo de que volvieran a enjuiciarme. También viajó a Barbados y Liberia y desenterró "a los diversos fantasmas" que le habían acosado amantes como Barrow, Imojah (un amor imposible), "tristes recuerdos, pero recuerdos al fin y al cabo, no fantasmas que me distraían de la vida real".
Herida pero jamás vencida, y feliz al fin, fue entonces cuando decidió hacer memoria y recopilar sus recuerdos en
Víctima de mi hechizo. Lo publicó en 1992 y comenzó a disfrutar plenamente de su reconquistada fama mundial, gracias, por ejemplo a que
las nuevas generaciones internautas habían convertido canciones como "My Baby Just Cares for Me" y "To Be Young, Gifted and Black" en verdaderos himnos. Además, se reconcilió con su hija (testigo de sus muchos desmanes y con la que siempre había mantenido una relación "complicada y difícil") y actuó con ella en el Guinness Blues Festival de Dublín de 1999 cantando algunos dúos. Desde entonces no le faltaron reconocimientos y galardones: incluso el Instituto Curtis, que la había rechazado como estudiante en su juventud, le concedió un doctorado "Honoris causa" "en reconocimiento a su contribución al arte de la música".
Murió mientras dormía en Carry-le-Rouet, una ciudad balneario cercana a Marsella en 2003. Quince años después, su música, sus canciones, su inconfundible voz, siguen sonando.
Lee aquí unas páginas seleccionadas de las memorias de Nina Simone