Image: Julian Barnes: Solemos juzgar a los otros con demasiada facilidad

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Letras

Julian Barnes: "Solemos juzgar a los otros con demasiada facilidad"

13 mayo, 2016 02:00

Julian Barnes. Foto: Archivo

Hace tiempo que Julian Barnes dejó de ser uno de los chicos de oro de la armada literaria inglesa para consolidarse como uno de los grandes renovadores de la novela de nuestro tiempo. El sentido de un final (2011) y Niveles de vida (2014) apuntalaron una trayectoria que no sabe de géneros ni censuras, y que ha alcanzado un nuevo éxito mundial con su última novela, El ruido del tiempo, que Anagrama lanza estos días en España. El autor, poco amigo a conceder entrevistas desde hace años, ha conversado con The Bookseller en la sede de su editorial inglesa. Además, publicamos un artículo inédito en el que revela el cómo y el cuándo de su relación con Shostakóvich.

El ruido del tiempo, la última novela de Julian Barnes (Leicester, 1946), comienza en Leningrado en 1937, con el compositor Dmitri Shostakóvich de pie, frente al ascensor de su apartamento, fumando cigarrillos. Ha molestado a las autoridades con su última composición, la ópera Lady Macbeth Mtsensk, y espera ser arrestado por el NKVD soviético y llevado a la Casa Grande, de donde pocos regresan. Tiene la esperanza de que, si se queda en el rellano, evitará la indignidad de ser sacado de su cama, y ahorrará a su mujer y a su hijo el terror de ser testigos del momento en que los agentes del Comisariado del Pueblo para Asuntos Internos se lo lleven.

Al encontrarme con Julian Barnes en la oficina de su editorial, le pregunto si cree que su novela sobre la vida de Shostakóvich pertenece al género de la biografía ficcional. "No, yo lo llamaría ficción", responde sin duda alguna. "Creo que es una novela. Para mí la novela es un género increíblemente generoso. Siempre lo ha sido, especialmente en el mundo anglosajón".

Una ficción sobre una vida real

Hablamos de su investigación, de las diferencias entre el novelista y el biógrafo, y de lo que cada uno tiene que aprender del otro: "Gran parte del material que reuní es póstumo y procede de una sola fuente, así que no sé si Shostakóvich estaba en ese rellano, no sé en qué pensaba en ese rellano ni qué recordaba cuando estaba en ese rellano. Por eso no creo que ésta sea una biografía de ficción. Es una ficción sobre una vida real. La ficción ha tratado a menudo sobre la vida real. En realidad, no me importa cómo lo llame la gente".

No creo que esta sea una biografía de ficción. Es una ficción sobre una vida real. No me importa cómo lo llame la gente"

Barnes se siente responsable ante la verdad -en la medida en que la pueda encontrar-, tanto en los detalles -cuando escribe en la novela que Shostakóvich ha vomitado veintidós veces, o que acaba de ganar trescientos rublos en una partida, los números son escrupulosamente reales- como en la representación general: "Admiro profundamente su música y también lo admiro, lo he admirado siempre como ser humano. Siento la responsabilidad de retratarlo con tanta precisión como sea capaz, a la espera de que la gente se conmueva, se entristezca o se entusiasme con su vida".

Barnes consideró al principio la posibilidad de inventarse a un compositor con un destino similar al de Shostakóvich, alguien que viviera en la estructura histórica y política que soportó el músico, pero al final creyó que sería menos verosímil. Se confiesa realmente satisfecho con el resultado: "Shostakóvich fue el compositor más sometido a amenazas y persecución por parte del Estado; en la vida privada de ningún otro compositor la presión del Estado fue tan fuerte. Así que pensé: démosle lo que se merece, démosle lo que le corresponde por su supervivencia".

La pasión rusa de Barnes

El interés de Julian Barnes por Rusia comenzó en 1961, cuando su escuela contrató a un profesor ruso por primera vez. Ahora, el autor de El loro de Flaubert recuerda cómo "pensamos: ‘un ruso, parece atractivo'". Estudió a un nivel básico el idioma, y más tarde lo siguió aprendiendo durante dos trimestres en la universidad. Además, cuenta, es la literatura rusa la que más ama, junto a la francesa.

Siento la responsabilidad de que la gente se conmueva, se entristezca o se entusiasme con la vida de Shostakóvich"

El escritor lleva escuchando a Shostakóvitch desde que tenía dieciocho años. "Fui a Moscú a esa edad, y regresé con varios LP rusos con carátulas de papel que entonces parecían sofisticadas… Todavía los tengo. Después, en cierto momento, leí Testimonio, que es una versión de sus memorias [Shostakóvich se las dictó al musicólogo Solomon Volkov y fue especialmente despiadado en ellas con algunos músicos soviéticos mediocres], y me di cuenta de la posición política y humana que había tenido a lo largo de su vida. Y he ahí el momento en que Shostakóvich, de pie, con la pequeña maleta del brazo, espera a que se lo lleven, y casi tiene la certeza de que será conducido a la muerte. Los músicos con los que he hablado a menudo mencionan esto: si eres un escritor o un artista, tienes la capacidad de ponerte en lo peor, más si un estado tiene el poder y el control sobre los ciudadanos que tenía la Unión Soviética, esa capacidad para juzgarte arbitrariamente y condenarte".

De entre todas las reacciones que ha suscitado el libro, a Barnes le agrada especialmente el hecho de que mucha gente que pensaba que Shostakóvich colaboró impunemente con las autoridades, ahora descubre lo complicado que fue en realidad todo aquello. "Solemos juzgar a otros países -especialmente cuando hablamos de la Guerra Fría- con demasiada facilidad", sostiene el novelista.

Disfrutar la publicación

El ruido del tiempo es la duodécima novela de Julian Barnes -ha escrito también novelas policíacas con el seudónimo de Dan Kavanagh- y todavía disfruta mucho durante el proceso de publicación. Escucha las sugerencias de sus editores ingleses, americanos y canadienses al mismo tiempo. "En realidad -afirma contundente- nunca tienes que dejar que te ocurra como a Iris Murdoch o Kingsley Amis, que pensaban que era imposible que alguien mejorase su prosa. Uno está muy unido a lo que escribe y sabe lo que ha escrito mejor que nadie, no hay duda, pero nunca debe pensar que no puede ser mejorado".

Una muestra de lo meticuloso que Barnes es con su trabajo la vemos en su preocupación por todos los detalles, lo que incluye también las portadas. Suzanne Dean, directora creativa de Random House, ha diseñado las cubiertas de las obras del autor británico durante los últimos veinte años. "Estoy siempre deseando ese momento", dice Barnes. "Cuando entro con ella en una reunión para decidir la portada, le digo: ‘Este es el momento más divertido de la escritura'. Ella propone bastantes cubiertas y las discutimos. Siempre le pido un margen de 48 horas y me las llevo a casa, se las enseño a mis amigos y me quedo con sus reacciones".

En la vida privada de ningún otro compositor la presión del estado estalinista fue tan fuerte"

Esta es la segunda novela de el escritor desde que ganó el Man Booker Prize con El sentido de un final en 2011. Es bastante conocido que Barnes fue el inventor de la frase "posh bingo" [para referirse al premio], que incluyó en un artículo del London Review of Books publicado en los ochenta -pero del que nadie tuvo noticia hasta que los contenidos fueron digitalizados-. "Yo había estado en una lista reducida de candidatos tres veces antes de ganar, y lo más peligroso es creer -y he hablado con otros novelistas de esto mismo- que decepcionarás a tu editor si no ganas. Recuerdo un año que estaba intentando animar a otros escritores, y entonces pensé: ‘Un momento, ¡son ellos los que deberían estar animándome a mí!'".

Dedicado a su esposa Pat

Ganar supuso para él un alivio, pero el triunfo trajo consigo emociones complejas. "Fue tres años después de que mi mujer [Pat Kavanagh, la agente literaria de Ruth Rendell, Arthur Koestler o el propio Barnes] muriera. Ella había concurrido al Premio Booker una docena de ocasiones -tres veces conmigo- y ninguno de sus autores había ganado. Así que ganar fue triste también por eso, aunque después viniera la euforia. Pensé que hubiera sido bonito ganar con mi tercera novela, aunque cuando lo conquistas a los sesenta años, piensas: "Esto significa que mi fondo editorial va a adquirir otro impulso, lo cual me va a ayudar en este último tramo de mi carrera".

El ruido del tiempo está dedicado a Pat Kavanagh, que murió de un tumor cerebral: "Le he dedicado todos mis libros desde que la conocí, y los que haga son todavía para ella, sí. Tengo la esperanza de que este le habría gustado".

Otros grandes genios represaliados por Stalin

A los nueve años Shostakóvich fue testigo de la muerte de un niño reventado a puntapiés por la policía zarista porque repartía propaganda revolucionaria. Como él, miles de escritores se sumaron con entusiasmo a la revolución que les convertiría en sus víctimas.

Anna Ajmátova (1899-1966) vio cómo su primer marido, Nikolái Gumiliov, fue acusado de conspiración y fusilado; su hijo fue deportado a Siberia y su último marido, Punin, murió en un campo de concentración en 1938. Sus propios poemas fueron prohibidos, y ella, acusada de traición y deportada.
Isaak Bábel (1894-1940). Arrestado en 1939, fue torturado, acusado de espía por sus contactos con Malraux, declarado enemigo del pueblo y fusilado el 27 de enero de 1940.
Ósip Mandelshtam (1891-1938). Fue denunciado y arrestado en mayo de 1934 por escribir un poema contra Stalin, por el que fue desterrado tres años en los Urales. Deportado de nuevo en 1938, murió en un campo de tránsito cerca de Vladivostok.
Boris Pasternak (1890-1960). Logró eludir el gulag en los años 30 , pero la publicación de Doctor Zhivago en Italia recrudeció la persecución. En 1958, un dirigente soviético le acusó ante 14.000 personas de haber desacreditado a la URSS con sus calumnias.
Vladimir Mayakovski (1893-1930). Revolucionario de corazón, la llegada de Stalin acentuó su rebeldía, mientras sufría los ataques del partido, que le acusaba de elitista y burgués. En 1930, el diario Pravda le atacó ferozmente. Poco después se suicidó.
Marina Tsvietáieva. (1892-1941). Tras la revolución de octubre se exilio en Francia, pero regresó a la URSS para reunirse con su marido, Serguéi Efrón, que había regresado a Rusia, y con su hija, en 1939. Ese mismo año, Efrón y su hija Ariadna fueron arrestados, y Serguéi fue fusilado en 1941. Sin casa ni trabajo, y acosada por el Estado, se suicidó en 1941.