Letras

Don Juan (contado por él mismo)

30 noviembre, 2006 01:00

Peter Handke. Foto: Archivo

Peter Handke

Traducción de Eustaquio Barjau. Alianza. Madrid, 2006. 184 páginas, 14’42 euros

Peter Handke (1942) pertenece a un grupo de escritores austriacos poseedores de un enorme talento literario y de una sensibilidad política difícil de compartir. Elfriede Jelinek, amiga y compañera de generación, dijo cuando ganó el Nobel (2004) que Handke hubiera sido un galardonado más digno que ella. Quizás. Lo cierto es que las actuaciones políticas de ambos contaminan la lectura de sus obras. Inolvidable resulta la noticia sobre la visita de Handke al juicio contra Milosevich en La Haya o su asistencia al funeral del dictador serbio.

Una gran generación de escritores, Heinrich Büll, Grass y Max Frisch, recuperó al lectorado alemán de posguerra en los años 50 publicando novelas realistas y de alto compromiso social. En la década siguiente, los autores de la Alemania occidental, austriacos y suizos siguieron una trayectoria más experimental, y uno de los que descollaron fue Handke. Debutó en el escenario internacional con una pieza teatral, Insultos al público (1966), presentada en Princeton (Estados Unidos). Los actores confrontaron al público, burlándose del deseo tácito del espectador de entender lo que ocurre en la escena. Podemos decir que Handke invierte la obra literaria, pues los juegos verbales sustituyen a las descripciones y a los contenidos tradicionales. Su enorme talento verbal le salva casi siempre de la banalidad y, por el contrario, sus obras consiguen hacer de la resonancia verbal una experiencia lectorial o de audiencia muy interesante.

Esta obra cuenta una peculiar versión del don Juan, aunque, en verdad, constituye una especie de aquelarre narrativo. El autor se propuso establecer contacto con la esencia literaria del personaje, valiéndose de un recuento de las circunstancias de la figura del seductor por excelencia, pero como siempre en Handke las especulaciones sobre el acto de narrar priman sobre el contenido, las seducciones amorosas.

La historia relata siete días de aventuras en la vida del ilustre caballero, que tienen lugar en diferentes lugares del mundo, Tiblisi, Damasco, Noruega, Países Bajos... El famoso galán irrumpe a modo de un personaje de Chesterton, “dando una voltereta por encima del muro”, en un edificio anexo al convento de Port Royal, donde el narrador se dedica a cocinar. De hecho, tenía allí establecido un negocio, una hospedería con restaurante, que cerró por falta de clientes. Un buen día, mientras el ex cocinero se dedicaba a su ocupación predilecta, leer, aparece don Juan. Llega huyendo de una pareja de amantes a quienes espió durante su entrega mutua y que al verle le persiguieron en una moto. Allí se instalará el ser de leyenda y comerá platos preparados por el narrador, que es quien nos cuenta la historia, no el propio don Juan (como reza en el título del libro). Son siete días y sendas historias.

Lo original de la obra reside en la manera en que Handke sitúa la narración, el acto de contar, en el centro de la obra, mientras lo relatado resulta siempre intercambiable, como si la particularidad de lo descrito no importara. Por ejemplo, comienza la obra en esta campiña alrededor de las ruinas del convento de Port Royal, que le parece un lugar adecuado para su historia, como los desgastados muros de los edificios de la periferia urbana resultan apropiados para las películas de Antonioni. El paisaje, el escenario, aunque sea diferente es siempre el mismo. Igual sucede con el tiempo, que se disuelve en el fluir atemporal. Lo mismo ocurre incluso con el propio don Juan, que en lugar de usar el “yo” usaba el “uno”, porque las experiencias tienen una validez general más que individual.

El hombre concebido por un novelista como Grass es una víctima de la opresión social, de la historia, mientras que tratado por un experimentalista a lo Handke resulta algo bien distinto. Frente a la opresión no esgrime una ideología o una argumentación racional, sino que intenta descubrir las trampas, las vueltas del lenguaje, que nos llevan a pensar lo que pensamos. Por cierto, el Nobel de Grass sí fue merecido.