Image: A que no hay huevos

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Letras

A que no hay huevos

David Gistau

22 julio, 2004 02:00

David Gistau. Foto: Luis Díaz

Temascinco. Madrid, 2004. 168 páginas, 18 euros

Bien conocido como columnista que ha ido acrecentando su prestigio durante los últimos años, David Gistau ha dado con esta obra, siguiendo la estela de otros notables periodistas, el salto a la narrativa de ficción.

Una ficción -conviene añadir de inmediato- muy cercana a la realidad histórica. Las andanzas de un reportero novato y madridista en Afganistán apenas encubren experiencias vividas por el autor, levemente transformadas, y hasta el autorretrato del narrador-personaje que se desprende de estas páginas, incluidos algunos rasgos físicos, permitiría identificar sin demasiado riesgo a este óscar Galván con el nombre que figura en la portada del libro, a pesar de que el reportero mencione irónicamente los artículos elogiosos que le dedica en el periódico David Gistau, "un columnista del periódico, no demasiado bueno para mi gusto, que es también muy futbolero" (pág. 30; véanse también págs. 104, 134 y 157). Hay en el relato dos historias paralelas que confluyen: la del periodista oscuro que decide, sin saber muy bien por qué, convertirse en corresponsal de guerra, y, por otro lado, la de Claudia Lavagna, una reportera argentina que acaba coincidiendo con él en Afganistán. La presentación de ambos personajes está encomendada en buena medida a una serie de cartas, a menudo jocosas, que, por medio del correo electrónico, intercambia cada uno de ellos con amigos distantes y, en el caso de Galván, con el subdirector del periódico. La resolución epistolar de casi toda la primera parte permite al autor exhibir la vivacidad, la gracia verbal y la facilidad para hallar formulaciones y símiles inesperados que a menudo salpican sus columnas, y también para recrear el lenguaje coloquial porteño de Claudia con absoluta propiedad. La escasez de la invención se ve compensada por la brillantez elocutiva. El prosista -y, más específicamente, el columnista- se encuentra aquí muy por encima del novelador.

En la segunda mitad, la narración epistolar deja paso a un relato de corte tradicional, organizado en breves secuencias con la alternancia de tiempo presente y pasado, y el tono cambia. Sin renunciar por completo a las bromas y agudezas verbales, la miseria, la destrucción y la muerte entran en la historia y la llenan de gravedad. También el amor, surgido como un juego y diluido finalmente en un agudo sentimiento de nostalgia. Es en el desarrollo novelesco de este motivo, sin desenlace definido, donde Gistau alcanza sus mejores momentos como narrador de contenida sobriedad, precisamente cuando la historia podía inclinarse a la blandenguería y el tópico. Treinta o cuarenta páginas de esta segunda parte -con hitos como el engaño que acaba trágicamente, el apresamiento por los talibanes, el fútbol improvisado con ellos o la carta a Claudia- muestran a las claras lo que el autor podría hacer si persevera en escribir novelas abandonando en parte el "estilo de columnista" que casi nunca conviene a las obras narrativas de aliento. Esto no supone invitar al autor a desarrollar una doble personalidad como la del doctor Jekyll. Es, sencillamente, que los gestos, la voz y los ademanes de un buen actor que en el escenario resultan adecuados pueden parecer desmedidos en la pantalla cinematográfica si el director no frena ciertos hábitos escénicos. Y hay excelentes actores de cine que son también sobresalientes en el teatro. Gistau tiene magníficas condiciones de narrador. Habrá que comprobar si las aprovecha.