Gramáticas de la creación
Este libro aporta novedades significativas en relación al Steiner más conocido. A su tránsito desde la filología hacia la metafísica se añade ahora una impronta sociológica que le lleva a dar su respuesta a algunos de los enigmas de la nueva sociedad de la información
Este libro procede de las “Gifford Lectures” que George Steiner impartió en la Universidad de Glasgow en 1990, cuando era reciente la aparición de otra de sus obras más polémicas, Presencias Reales. Pervive en estas Gramáticas de la creación el Steiner crítico y maestro de la Literatura comparada, con análisis puntuales de textos de Shakespeare, Celan, Emily Dickinson o René Char, o el fenomenólogo que postula la íntima conexión entre el momento creador y el lector para la cabal existencia de la obra de arte literaria. Pero desde esta tarima académica Steiner no renuncia a ejercer su condición de intelectual que representa la excelencia de un humanismo cada vez más raro, y su implicación ética tanto en los grandes dramas de nuestro tiempo como en las incertidumbres del porvenir.
Se me figura que Gramáticas de la creación aporta algunas novedades significativas en relación al Steiner más conocido. Por una parte, a su tránsito desde la filología hacia la metafísica o la teología se añade ahora una impronta sociológica que le lleva a dar su respuesta a algunos de los enigmas de la nueva sociedad de la información y la comunicación. Igualmente, el autor se incorpora a los humanistas partidarios de la integración de las dos culturas de que hablaba Lord Snow, y así este libro contiene páginas admirables donde el Steiner antiguo estudiante de Física y Matemáticas relaciona ambos saberes con los propiamente humanísticos hasta reconocer, incluso, la “congruencia profunda entre lo estético y lo matemático”.
También se introducen perspectivas interesantes que alivian el pesimismo característico del autor, fundado en una imagen talmúdica. Los males del mundo dependerían, así, de una sola transcripción equivocada de las Escrituras, y por ello Steiner tituló Errata su autobiografía de 1998, plena de un pesimismo finisecular que el pasado 11 de septiembre se ha actualizado trágicamente. Por último, se palía igualmente aquí su olvido de la cultura española, que no parecía contar casi nada en la nación espiritual de Steiner.
Sigue, por supuesto, viva su admiración hacia Borges, pero aparece en lugar destacado un cumplido repertorio de nuestras artes plásticas, y junto a Cervantes o Tirso de Molina merecen una atención especial otros dos escritores españoles. Steiner, al modo de las siete formas de ambigüedad de Empson, desarrolla aquí la teoría de los cinco tipos de “estrategias de soledad” que la creación artística y literaria necesita. Una de ellas, la que propicia el encuentro con lo trascendente, se ejemplifica con los poemas de San Juan, y la soledad se asocia genuinamente a la poesía de Góngora, presente en la biblioteca de Spinoza.
Soledad y singularidad son esenciales para la creación artística, y aparentemente no se dan en términos favorables en la nueva cultura que, por otra parte, ya no tiene nada que decir. Después de un siglo mortífero parecen no quedar ya “más comienzos” y Steiner recupera el impulso apocalíptico de Karl Kraus cuando al final de la Primera Guerra Mundial anunció la “irreparable extinción de todo lo que había de humano en la civilización occidental” (pág. 274). Sin embargo, a medida que las páginas de este libro progresan, el autor va abriendo algunas ventanas a la esperanza de una nueva creatividad colectiva, agnóstica y minimalista, capaz de inaugurar un nuevo ciclo que nos rescate de una inexorable muerte de la creación, hoy suplantada por la invención.
Steiner es partícipe de la crisis posmoderna en cuanto ha postulado reiteradamente la incapacidad de alcanzar el conocimiento racional de la obra de arte en general, y de la literaria en particular, si no se admite que toda creación está tocada “por el fuego o el hielo de Dios”, pero a la vez es contrario a la posmodernidad por su denuncia de lo vacío y vicario de sus aportes. Desde la posición paradójica de un intelectual laico que reafirma su tesis de que la única creación posible es la de Dios, y que su producto -lo real- solo puede ser “inventado” por los artistas, Steiner parece resignarse a admitir que existe algún futuro para la creatividad.
Si sólo Dios puede crear desde la nada, en artistas como Duchamp, Schwitters o Jean Tinguely se cumple que “la invención es identificada como la forma primaria de creación en el mundo moderno” (pág. 336). A la estética de los collages, los objets trouvés y los ready-mades, se debe añadir la de happenings tan terriblemente premonitorios como el de Tinguely en el que acaso pensara Penderecki cuando sus polémicas declaraciones de septiembre pasado. Hacía 41 años que Tinguely había prendido fuego, en el atrio del MOMA, a su escultura metálica titulada “Hommage à New York”, cuyas piezas se retorcieron hasta la calcinación en medio de un resplandor como caído del cielo.