De Ulises y Penélope a nuestros días: ¿cómo ha cambiado el amor a lo largo de la Historia?
La historiadora medieval Barbara H. Rosenwein analiza en 'Amor. Una historia en cinco fantasías' la evolución de este sentimiento a partir de cinco patrones que se repiten constantemente en toda la literatura
30 octubre, 2022 01:50A Ulises ya no le esperan. Tras vagar por el mundo durante dos décadas y vivir varias aventuras amorosas, cuando al fin le es posible regresar al hogar el héroe griego se encuentra con que volver no es exactamente como él había imaginado. Esa es la premisa de una de las canciones que canta la intérprete Miren Iza de Tulsa en su último álbum: “Quiero confesarte que no te he esperado / que me he casado con un hombre de aquí / que yo no soy Penélope / que yo no puedo esperar veinte años / a que vuelvas a casa a dormir”.
Y es que el amor, como cualquier sentimiento, no es una emoción inmutable que viva ajena a nuestra cultura. Aunque hoy conservamos muchos de nuestros afectos de la Antigüedad, desde Homero hasta nuestros días hemos aprendido a experimentar el amor de maneras muy diversas.
Para entenderlo, la historiadora medieval, Barbara H. Rosenwein, ha buceado en los grandes clásicos de la literatura universal, y ha compuesto la genealogía de este sentimiento en Amor. Una historia en cinco fantasías (Alianza). Un recorrido que abarca desde Platón, Aristóteles o Cicerón hasta algunas películas o series de televisión actuales y que, a partir de los textos de los primeros mártires cristianos, monjes y trovadores, o de autores clásicos como Dante, Hume, Goethe, Byron o Casanova, pone en evidencia cómo a lo largo de todos estos años se repiten una serie de historias, de fantasías, que durante siglos han dado forma a nuestros sentimientos, ayudándonos a afrontar una realidad abrumadora.
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Experta e impulsora de la Historia de las emociones, Rosenwein, que nos recibe en la Residencia de Estudiantes de Madrid, donde se ha alojado durante su visita a España, sostiene que el amor es el sentimiento más difícil y complejo de analizar, por encima, por ejemplo, de la ira, motivo de su anterior ensayo. Esto es así porque el querer “tiene múltiples significados y sentidos dentro de nuestra sociedad y la ira casi siempre tiene sólo connotaciones negativas, aunque a veces también pueda verse como algo positivo –explica–. Esto hace que sea más fácil organizar un libro sobre la rabia que sobre el amor, porque, ¿qué haces con el amor?”, se pregunta.
“Además –añade– se ha escrito muchísimo menos sobre la ira que sobre el amor. Todo el mundo escribe sobre él y si no lo hace directamente siempre acaba abordando ese sentimiento en algún punto, así que era muy complicado pensar cómo escribir un libro que no fuera excesivamente largo y que aún así pudiera expresar la complejidad de esta emoción sin que al mismo tiempo se convirtiera en un texto que abrumara al lector con todos los detalles, sutilezas y matices que suele generar”, señala.
El espejo de la literatura
Así, hasta la llegada de los medios de comunicación masivos modernos, como la televisión, la radio, el cine, y ahora internet, la literatura era el espacio donde los autores planteaban sus pensamientos y reflexiones de las distintas nociones que se conocían sobre el amor. “Hasta cierto punto –sostiene la autora– , la literatura se convertía en un campo de experimentación en el que la gente podía explorar sus propias emociones".
"Desde muy antiguo —prosigue— la poesía de los trovadores y de los juglares, de las grandes épicas medievales, los romances, incluso las obras eróticas que podemos ver también en las obras monásticas, por ejemplo en las de San Bernardo, todo eso irrumpió como una explosión. No sé bien de donde viene, dónde estaba, pero es un periodo en el que se incrementó la literatura que exploraba estos conceptos y el significado del amor”, cuenta.
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No obstante, advierte, "particularmente a partir del siglo XII, la Iglesia ha intentado dominar este debate, si bien la literatura medieval previa al siglo XII ya estaba ahí". En ese sentido, Rosenwein sostiene que “los propios clérigos exploraron también el concepto del amor, pero para un público muy limitado de otras personas que formaban parte del clero. Mientras que los poetas del siglo XII hablaban a todo el mundo, en lengua vernácula de tal manera que cualquiera podía entenderles, y se enfocaban al entretenimiento”.
Todos ellos, tanto clérigos como trovadores, los autores de la Antigüedad, los románticos y los más contemporáneos repetían, eso sí, algunos tópicos sobre el amor. Rosenwein pronto descubrió que había cinco ideas que se evocaban a lo largo de los siglos y que todas ellas, de algún modo, mostraban nuestra forma de vivir el amor hoy. “Quería escribir un libro sobre la historia del amor porque existen miles de estudios sobre las ideas del amor, pero, más allá de lo que nos han dicho los filósofos: que no hay certezas. Quería reflejar una historia literaria y me di cuenta de que existen ciertos temas comunes que podemos ver a lo largo de casi todos los periodos temporales, que van y vienen, de una manera más o menos relevante, pero siempre están presentes. Yo encontré estos cinco”.
El amor en tiempos modernos
Las cinco fantasías que la historiadora encontró fueron: la unión entre afines, la trascendencia, la entrega desinteresada, el anhelo obsesivo y el deseo insaciable. Y de entre todas ellas, opina, la que más peso tiene en la actualidad para la mayoría sea quizás la insaciabilidad. “No estoy del todo segura. Creo que tiene mucha publicidad, pero no sé si es necesariamente el aspecto que tiene mayor influencia. Los sociólogos se la dan, sin duda. Pero creo que muchas personas siguen obsesionadas con las personas a las que aman. Además, hay mucha gente que mantiene un matrimonio muy feliz con una persona y no se plantean otras opciones, pero otros muchos no son felices y querrían encontrar a la persona correcta para cambiar de pareja. A eso yo no lo llamaría insaciabilidad, al contrario, eso es también buscar estabilidad”, matiza.
Bien es verdad que, como comparte en su libro, el amor en su faceta insaciable es quizás la fantasía menos sentimental de todas. “Muchos de nosotros nos centramos más en la emoción de este deseo insaciable, pasamos de un amante al siguiente sucesivamente. Nunca basta, nunca es el correcto, buscamos y buscamos con voracidad. Queremos encontrar el perfecto, el único, el verdadero amor. Pero es que no existe esa única noción del amor, aunque es posible que esa sea la idea que transmiten las personas con mayor influencia –actores, escritores, personajes televisivos, ¡incluso adolescentes!– que dominan nuestro discurso cultural”.
Y es que el amor, explica, no concibe un único modo de relacionarse o de vivirlo. “No existe una respuesta absoluta, clara y concisa de lo que es hoy en día el amor, porque hay una multitud de conceptos”. Igual que están quienes buscan y buscan, “otros muchos quieren casarse y tener niños y encontrar ese concepto de amor estable. Pero al mismo tiempo tenemos otras personas en esta misma sociedad, sobre todo los jóvenes, que se enamoran, pero no lo superan, porque crean un anhelo obsesivo que genera muchísimo dolor. Espero que mi libro haga algo maravilloso que es mostrar el hecho de que el dolor y el placer son ambas parte del espectro del amor y que por lo tanto es posible ver el dolor, no como una herida mortal, sino como una parte de la propia experiencia de estar enamorado”.
Algo nuevo y algo prestado
Volviendo a Penélope y a Ulises, la historiadora concede que vivimos en una época donde, por suerte, se está redefiniendo el concepto de amor y a menudo se identifican con más facilidad las actitudes nocivas. Ahora bien, advierte, “como historiadora no puedo decir lo que entendemos realmente como una relación tóxica. Ni si quiera podría decir ahora mismo si veo de forma clara lo que era una relación tóxica en el pasado".
Aunque rectifica. "Bueno, poder… Sí que podría decirlo, obviamente. Podría condenar a Ulises porque estuvo veinte años fuera de casa, incluso tuvo un par de aventuras con otras mujeres, siete años por aquí, cuatro por allá, y luego volvió a su hogar, regresó a Penélope esperando que ella le diera la bienvenida como hizo y que además le diera la bienvenida en su cama. Podría decir que está mal y que es tóxico, pero no voy a decirlo porque lo veo como un ideal –sostiene–. No es un ideal que yo buscaría, pero era un ideal del amor y quizás ayuda a explicar algunas de estas relaciones tóxicas que hemos tenido las mujeres a lo largo de la historia. Mujeres que aceptaban y aceptan que estas cosas sucedan sabiendo que están ocurriendo porque hay todo un modelo cultural que ya está establecido”.
“Esa es la parte que me interesa a mí –añade-. Pero espero que la mujer moderna que se haya visto inspirada por Penélope, así como por otras muchas mujeres de las que se ha abusado un poco en el sentido de que se les ha pedido más de lo que se debería, se plantee si es esto lo que ella quiere tener en su vida”.
El encanto de las almas gemelas
Pero no solo las relaciones tóxicas hunden sus raíces en el Antigüedad, nociones como el mal de amores o la idea misma de la existencia de un alma gemela se encuentran ya en la Odisea de Homero. “Ulises y Penélope son el modelo. Ellos tienen una relación de afines que son almas gemelas. Esto hoy no sería suficiente porque aunque lo son es con un objetivo que está relacionado con el hogar. No son almas gemelas desde el punto de vista de cómo se entienden el uno al otro, de cómo empatizan entre ellos, sino que lo son porque saben cuál es su papel dentro de la relación y han acordado que lo importante es mantener ese hogar vivo", explica Rosenwein.
Avanzando unos siglos, si pasamos de ahí a una noción más propia del romano Cicerón, nos encontramos con una idea más vinculada con la afinidad. "Cicerón también habló de almas gemelas entre dos hombres. Para él tenía que ver con la búsqueda de la virtud. Y aunque quería mucho a su mujer, con ella no encontraba esa virtud que sí encontró con su mejor amigo, llamémosle así”. Sin embargo, amplía, “la evolución de este concepto hasta la actualidad es muy diferente, porque en el presente no pedimos un alma gemela para buscar la virtud y desde luego no buscamos un alma gemela para estar de acuerdo en cuáles son las tareas que hay que hacer para mantener el hogar funcionando, sino que lo que buscamos tiene mucho más que ver con las emociones. Esa es la evolución”, analiza.
Donde advierte Rosenwein que hemos involucionado un poco, no obstante, es en el tratamiento de las relaciones entre personas del mismo sexo. Como ella misma cuenta en su libro, ya antes de mediados del siglo XIX, estas amistades podían ser románticas sin llamar especialmente la atención. “Durante siglos los hombres jóvenes aceptaban unas relaciones muy estrechas entre hombres, pero también entre mujeres. Se veían como almas gemelas y había una relación de amor muy profunda –explica–, pero no se utilizaba para nada el término homosexualidad, porque no tenían la necesidad de etiquetarlo y no lo hacían, por lo tanto. Lo veían como una fase más de la vida que, una vez finalizada, encontrarían una pareja del otro sexo, se casarían y tendrían hijos, pero no había una condena como tal de esta etapa previa al matrimonio”.
La pobreza de las etiquetas sexuales
Así que, ¿qué es lo que cambió en ese punto de la historia? “Se empezó a escribir sobre las desviaciones sexuales y se comenzó a hablar de sexualidad. Hasta entonces, por ejemplo, existía la palabra sodomía, era un término que utilizaba la Iglesia, pero antes de esta definición eclesiástica de la sodomía la sexualidad entre los hombres era una parte importante, incluso muy admirada, de la vida de cualquier hombre. Sobre las relaciones entre dos mujeres no sé si la situación era exactamente igual, no lo tengo claro porque los textos no son tan específicos", afirma.
"En cualquier caso, nuestra sensibilidad más moderna es la que etiqueta los distintos tipos de sexualidad. Esto a veces estorba porque no nos permite disfrutar distintos tipos de relaciones al tener que catalogarlas. En la actualidad creemos que estamos muy liberados, pero en cierto modo tenemos demasiadas etiquetas para todas nuestras opciones sexuales, para todos los intereses u obsesiones, y eso nos hace menos tolerantes, aunque intentamos serlo. Bueno, quizás no en Estados Unidos, pero en otros países lo intentan”, bromea a modo de autocrítica.
Centrada en el estudio de las emociones a lo largo del tiempo, del amor, Rosenwein comparte que tras su estudio siente que tiene las cosas más claras. “Siempre me había preguntado por qué sentía lo que sentía sobre ciertas personas en ciertos momentos en mi vida. Y ahora tengo la sensación de que lo entiendo mejor. Entiendo quién era yo en el pasado y qué es lo que quiero ahora como mujer de más edad. En cierto modo quería que en el libro fuera eso. Una exploración de tus propias emociones y tus propios conceptos. Como si al descubrir lo que otros han sentido o pensado te estuvieras planteando tus propios pensamientos que tienen que ver con tus propias relaciones, con tus historias de amor y tus deseos personales”, concluye.