En Idealistas bajo las balas (2007), su gran obra sobre los corresponsales extranjeros en la Guerra Civil, el hispanista Paul Preston apenas menciona los nombres y las peripecias de un puñado de mujeres, principalmente británicas y estadounidenses, que con sus crónicas también informaron sobre lo que estaba pasando en España: Marta Gellhorn, Virginia Cowles, Milly Bennett, Kitty Bowler, Josephine Herbst, Ilse Kulcsar, Kate Mangan, María Osten y poco más. Ni si quiera Gerda Taro. Además, parece como si estas intrépidas periodistas fuesen un anexo, el telón de fondo de la historia floridesca de los Hemingway, Koltsov, Philby y compañía.
En realidad, al menos 183 mujeres —periodistas, fotoperiodistas, colaboradoras de prensa y radio y autoras de memorias— procedentes de más de 25 países de todo el mundo fueron testigo directo y contaron de forma escrita o gráfica la guerra que dividió España entre 1936 y 1939. Ese es el cómputo alcanzado por el investigador Bernardo Díaz Nosty tras revisar una veintena de hemerotecas digitales y la abultada biografía sobre la contienda. El resultado de su trabajo, reflejado en breves semblanzas biográficas de las protagonistas, se recoge ahora en el volumen Periodistas extranjeras en la Guerra Civil (Renacimiento).
Subraya el autor que rescatar del olvido a estas mujeres y sus relatos permite "construir una visión alternativa, distinta" de la contienda, dominada por una sensibilidad más humana que la de sus compañeros varones. "La historiografía de la guerra tiene anomalías, ahora vemos que se puede alcanzar otra dimensión de la narración del drama integrando las visiones de las mujeres", explica Díaz Nosty a este periódico. También lamenta el anglocentrismo que hasta ahora había imperado en este tipo de estudios: "Hubo una gran aportación, una voz coral con un discurso más cercano a la cultura de la paz. Casi todas las corresponsales, de ambos bandos, coincidieron en ello".
Un tema que centró especialmente su atención fueron los bombardeos sobra la población civil. "Esto rompía la 'épica de la guerra', de los combates de primera línea. En general, se detecta una mayor empatía con la sociedad española, especialmente con mujeres y niños, una mayor empatía que contrasta con esa visión un poco arrogante de algunos periodistas anglosajones que en sus comentarios hacían valoraciones de errores militares o políticos", resume el investigador, autor también de Voces de mujeres. Periodistas españolas del siglo XX.
La noruega Gerda Grepp, por ejemplo, escribía en el diario Arbeiderbladet que "los bombardeos de Madrid no son una guerra, sino un asesinato". La sueca Barbro Alving, del Dagens Nyheter, en solo 18 días en España, se dio cuenta de que la imagen clásica de las largas filas de cruces blancas en los campos de batalla ya no explicaba la realidad bélica. Encontró en las morgues el nuevo símbolo de la humanidad quebrantada: "Lo más dramático no son las heridas, las mutilaciones y la sangre. Es la ropa andrajosa de mujeres que no tienen nada que ver con la guerra. Mujeres que podían estar fregando el suelo, lavando los platos, acariciando a un niño, chismorreando; nada que se merezca una muerte tan espantosa".
"La transmisión de este espanto sensibiliza a la población europea: las periodistas dicen que esto es lo que nos va a pasar a nosotros como no paremos la guerra", resume Díaz Nosty. Cuenta, además, que los textos de estas féminas están llenos de una emotividad ausente en los de los periodistas hombres, como la escena en la que a la rusa Elsa Triolet se le parte el alma al no poder llevarse consigo a una niñita exiliada de cuatro años; o cuando Melanie Pflaum narró en estos términos la normalidad de los bombardeos en Madrid: "Los obuses cayeron cada vez más cerca, pero [las mujeres que estaban en un salón de belleza] continuaron con sus masajes, champús y manicuras. Estas mismas mujeres habrían gritado si una avispa hubiese entrado en el salón".
De la casi bicentenaria lista, tres perdieron la vida en suelo peninsular: la célebre Gerda Taro, compañera de Robert Capa; la veterana francesa Renée Lafont (Le Populaire), fusilada en Córdoba por los sublevados antes de poder enviar la primera crónica; y la británica Felicia Browne, que colaboraba con la Left Review, caída en el frente de Aragón tras alistarse en las milicias del PSUC.
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Cómputo conservador
De las 183 autoras de información, crónicas, reportajes, fotografías y memorias identificadas en una obra que además está excelentemente editada, con decenas de imágenes que complementan los perfiles individuales, el 91 por ciento (163) viajó a la zona republicana. Lo hicieron por afinidad hacia las políticas más feministas del bando gubernamental y por la mayor sensibilidad. En Madrid o Valencia, los responsables de prensa eran mujeres, como Constancia de la Mora, y no militares como en territorio franquista.
"También hay que tener en cuenta que a favor de la República aparecen 50.000 jóvenes de todo el mundo que integraron las Brigadas Internacionales, y eso constituye en todos sus países de origen un interés en saber lo que pasaba con esos muchachos que luchan contra el fascismo en España", añade Díaz Nosty. "Muchas de las periodistas eran amigas de combatientes, pero en general fueron mujeres progresistas, sorprendentemente la mayoría había cursado estudios superiores; muchas además eran judías o estaban vinculadas a movimientos culturales e intelectuales y adscritas a la izquierda, el comunismo o el anarquismo". En última instancia, algunas llegaron a trabajar o colaborar con la propaganda de instituciones y organizaciones políticas como el POUM o la CNT.
De las veinte restantes, trece estuvieron únicamente en la zona rebelde, identificadas en sus escritos y manifestaciones con la causa de los sublevados, como la portuguesa Hilda de Toledano, en realidad María Pía de Sajonia-Coburgo Gotha y Bragança, hija bastarda del rey Carlos I de Portugal e identificada con la "apocalíptica epopeya de la nueva España"; dos más cubrieron la información desde esta zona sin adhesión política —Frances Davis (Chicago Daily News), que desempeñó una meritoria labor "en la tierra de los generales"; y Eleanor Packard (United Press), que aportó testimonios relevantes sobre la implicación de Alemania e Italia en la contienda—; y cuatro simultanearon, en distintos momentos, la cobertura de ambas zonas.
Se trató de la francesa Clara Candiani, una católica que reportó detalles sobre los paseos en Madrid y la quema de conventos y acabaría criticando al "Estado cristiano que dice ser la España rebelde, [que] falsea con trágico cinismo criminal la realidad de la España republicana"; las estadounidenses Virginia Cowles, enviada por el grupo Hearst, y Olga Kaltenborn, y la sueca Anna Elgström, una de las pocas que entrevistó a Carmen Polo, la esposa de Franco, de quien dijo que "tenía una pobre estampa militar, porque es bastante pequeño, con una barriga pronunciada y las piernas cortas". La londinense Shiela Grant Duff iría más allá del periodismo: estuvo en la zona rebelde en una doble misión de información y espionaje.
El número, no obstante, es conservador: en las primeras páginas de la obra, Díaz Nosty ya desliza que seguramente fueron más, como la inglesa Maud Rogerson, de quien se conserva una imagen en el frente de Madrid tomando notas pero cuya biografía no ha podido ser reconstruida. El autor señala que a partir de las crónicas de estas mujeres se puede hacer un recorrido completo de los tres años de guerra, desde la Olimpiada Popular de Barcelona de julio de 1936 hasta el exilio de cientos de miles de personas hacia los campos de refugiados de Francia. Porque ellas también estuvieron presentes, y en un sorprendente volumen, en la guerra más mediática hasta entonces, en "la gran época del corresponsal extranjero", como la definiría Hugh Thomas.