La maniobra diplomática más arriesgada de la Segunda República durante la Guerra Civil nació enero de 1937 en París, en el despacho del embajador y veterano socialista Luis Araquistáin. Le escribió a Francisco Largo Caballero, entonces presidente del Gobierno, para convencerle de que Mussolini y Hitler no ayudaban a Franco por razones ideológicas, sino más bien por intereses económicos y coloniales. El diplomático consideraba que los dictadores fascistas dejarían de apoyar militarmente a los sublevados a cambio de un trozo de suelo español. "Hay que comprar la no intervención en España", escribió.
La Operación Schulmeister recibió luz verde el 9 de marzo. Araquistáin contactó con su homólogo italiano en Londres, Dino Grandi, y concertaron una reunión a la que asistirían dos de sus agentes de confianza. El espía español involucrado en el encuentro fue José Chapiro, un traductor, periodista y doctor en Filosofía judío nacido en Kiev cuyo alias, que dio nombre a la maniobra, lo había tomado de un agente doble a las órdenes de Napoleón. Del otro sujeto solo se sabe que era un hombre alto y calvo que conducía un Mercedes de matrícula suiza. Ambos intercambiaron posturas en un café de Mónaco.
Tres fueron las condiciones impuestas por el duce para aceptar la oferta de la República, que quería utilizar como moneda de pago el Marruecos español: recuperar los cien millones de dólares ya gastados en la contienda, ventajas comerciales y un plan de ocupación de Baleares con una colonia de cien mil italianos que también contemplaba la cesión de Mallorca como base aérea. En su informe de 24 páginas al presidente del Gobierno, Araquistáin aseguraba que la última de las propuestas era "la más inadmisible".
Los papeles que acreditan esa negociación y varios encuentros más en los que participó el agente Chapiro los encontró en 2005 en un archivo de la Universidad de Stanford el periodista e historiador Manuel Aguilera. Los aproximadamente cien folios, que atestiguaban la voluntad republicana de ceder territorios al fascismo para sortear la pasividad de las potencias democráticas, eran en realidad una copia de los originales que se conservan en el Archivo Histórico Nacional. Lo llamativo es que dichos informes solo habían sido mencionados con anterioridad en un libro de Javier Tusell publicado en 1983 y titulado Luis Araquistáin. Sobre la guerra civil y en la emigración —Ángel Viñas reproduciría otra pequeña parte en El escudo de la República (2007)—.
Ahí arrancó Aguilera una investigación de casi dos décadas por archivos de Estados Unidos, Reino Unido, Italia y España culminada ahora con la publicación de El oro de Mussolini (Arzaliza). Un libro breve pero donde desvela uno de los últimos episodios desconocidos de la Guerra Civil, así como la ambición territorial de Mussolini en las Islas Baleares con la que buscaba asegurarse una ventaja estratégica en el Mediterráneo occidental de cara a una futura guerra con Francia.
Finca de La Albufera
La situación de la República era tan desesperada que hasta se tanteó un pacto similar con la Alemania nazi, interesada en la producción agrícola y en las minas de hierro. Da prueba de ello una confesión de Federica Montseny, la exministra anarquista de Sanidad, en una carta enviada el 31 de mayo de 1950 al historiador Burnett Bolloten y que permanecía inédita en los fondos de la universidad estadounidense. En la misiva, en la que alertaba que "aún es demasiado pronto para escribir toda la historia", reconoció que su Gobierno, en una reunión del Consejo de Ministros se planteó "iniciar diálogo con el propio Hitler, cediéndole las Baleares o las Canarias, a cambio del cese de toda ayuda a Franco".
Los contactos con el führer se realizaron también a través de José Chapiro. El agente de Araquistáin se reunió dos veces, en marzo y abril de 1937, con el director del Reichsbank, Hjalmar Schacht. Un tercer encuentro tendría lugar en Estrasburgo poco antes del bombardeo de Guernica por la Legión Cóndor. Hitler envió a un agente llamado Gruber que exigió un documento oficial al Gobierno de Largo Caballero para saber si la propuesta iba en serio. Pero las conversaciones encallaron ya que Schulmeister no podía entregar pruebas que hundiesen el compromiso antifascista de la República.
¿Por qué fracasaron estos rocambolescos planes? "En mayo de 1937 la guerra ya estaba demasiado avanzada como para haber llegado a un acuerdo", responde Aguilera, recordando también el cambio en el Ejecutivo republicano, que pasaría a ser presidido por Juan Negrín y con un nuevo embajador en París: Ángel Ossorio. "Además, había sido la batalla de Guadalajara, que hirió mucho el orgullo de Mussolini, el ataque sobre Guernica y se estaban recrudeciendo los bombardeos de Barcelona o Valencia en los que participaba la aviación italiana".
Baleares formaba parte del "sueño imperial" del caudillo oriundo de Predappio. El periodista e investigador dedica varios capítulos de su libro a describir el aumento de la presencia humana y de la influencia cultural italianas en las islas de la mano de oscuros personajes como Arconovaldo Bonaccorsi, más conocido como el conde Aldo Rossi, un sanguinario escuadrista que quería convertir Mallorca en un laboratorio fascista. Los documentos desvelan que el mayor control político de la zona se registró al inicio de la contienda y desapareció progresivamente en 1937, optando por una "sigilosa penetración económica y social" para esquivar las operaciones de la inteligencia británica.
La mayor prueba de esa empresa de colonización la constituye la compra en mayo 1938, de manera secreta y a través del Ministerio de Hacienda, de la tercera finca más grande de Mallorca, La Albufera y Son Sant Martí, por cinco millones de pesetas de la época. Para sortear una ley que impedía a los extranjeros adquirir terrenos en la costa sin autorización militar expresa, Mussolini usó a su espía Carlo de Re para crear una empresa pantalla, Celulosa Hispánica, y recurrió a testaferros mallorquines. Su objetivo era construir un "centro de italianidad" que fuera creciendo con los años. Llegó a controlar cinco kilómetros del litoral, pero el estallido de la II Guerra Mundial malogró sus planes.
La investigación de Manuel Aguilera ha permitido desvelar "la historia de un engaño, de un secreto que se protegió con la mentira y la eliminación de documentos", sobre todo por parte italiana, cuya versión de la Operación Schulmeister se desconoce. "Si hubo actas, se destruyeron. Ni los historiadores romanos ni yo las hemos encontrado en los archivos romanos", explica. Otras piezas que no ha logrado encajar del todo son la identidad del espía de Mussolini que se reunió con José Chapiro en Mónaco, el número de italianos que se asentó en el archipiélago al término de la Guerra Civil y si compraron más propiedades con el beneplácito de Franco. Ahí aguarda otra pesquisa.