No ha existido una teoría de la conspiración moderna sin que se haya atribuido a la masonería un papel protagonista. Pero el primero en inaugurar las hostilidades fue el abad Agustin de Barruel. En su obra Memorias para servir a la historia del jacobinismo, publicada en 1797 y compuesta por cinco volúmenes, argumentaba con información retorcida que la Revolución francesa había sido resultado de un complot de los masones. "Todo fue causado por la maldad más profunda, pues todo fue preparado y dirigido por hombres que sostenían por sí solos el hilo que unía las intrigas hilvanadas hacía largo tiempo en las sociedades secretas", escribió.
Para Barruel, los orígenes de la conspiración eran ancestrales y se remontaban a los albores de la campaña de Satán contra la Iglesia de Cristo en la Babilonia del siglo III. En su narración, los continuadores de la diabólica herejía fueron los "monstruosos" e "impíos" templarios, mientras que los revolucionarios galos se habían aliado con los philosophes ilustrados en su empresa de derrocar la monarquía. Sin embargo, muchísimos masones sufrieron la ira de la revolución, como el marqués de Lafayette, que había sido un héroe de la Guerra de Independencia de Estados Unidos.
Desde entonces, la masonería se ha convertido en la diana predilecta de los reaccionarios europeos, como muestra el historiador británico John Dickie en su obra La orden. Una historia global del poder de los masones (Debate). "Las teorías conspiranoicas, la idea de una élite oculta que está controlando los asuntos globales desde la sombra, son algo muy moderno", explica el autor a este periódico. "Esta idea nació por la paranoia que existía hacia la masonería sobre todo desde la Iglesia católica. La catástrofe de la Revolución francesa necesitaba una explicación: que solo se pudo producir a través de una conspiración. Y los postulados de Barruel se transformaron en la ideología oficial de la Iglesia en el siglo XIX".
El embrión de la sociedad —"una hermandad unida por rituales y con objetivos éticos, una religión de segundo orden", resume el investigador— se encuentra en las logias que emergieron en Escocia a finales del siglo XVI y que se extendieron por Inglaterra al fragor de las guerras civiles de mediados de la centuria siguiente. Sin embargo, el momento fundacional fue una reunión celebrada el 24 de junio de 1717 en la cervecería londinense The Goose and Gridiron, donde los representantes de cuatro asociaciones distintas constituyeron una Gran Logia. Sus landmarks fueron la igualdad, el respeto a los poderes fácticos, la tolerancia religiosa y étnica o la obligación de guardar los secretos de la hermandad.
"El mito fundamental de la masonería es el secretismo, un mecanismo fascinante y complejo", subraya Dickie. "El movimiento nació en el contexto de un conflicto religioso y tenía como objetivo reunir a la gente con un propósito ético, pero no podía incluir ningún contenido teológico porque el resultado hubiera sido una represión externa y una confrontación interna. Entonces el secretismo fue adoptado para brindar un aura de lo sagrado, de religiosidad. Y aquí es donde aparece la primera gran paradoja: los masones hacen unos juramentos terribles, como que les cortarán la garganta si traicionan sus secretos —ser un tío majo, intentar comprender el mundo mejor y que la muerte es un tema importante y debería hacernos reflexionar—, con los que nadie podría estar en desacuerdo".
"Es una situación en la que se trata del ritual en el sentido de lo sagrado y no del contenido", continúa el autor. "Es parecido a la misa católica: la gente bebe y come carne humana, pero nadie consideraría a un católico un caníbal. Y es solamente porque los rituales masónicos nos parecen algo alienígenas debido al hecho de haber crecido en una sociedad con mentalidad occidental cristiana. El culto secreto siempre ha creado sospechas políticas, o religiosa por parte de la Iglesia católica, que estaba convencida desde el principio que eran herejes… En el presente, como cada vez esperamos más transparencia de nuestros líderes, el secretismo masónico parece algo peligroso, y eso es muy entendible".
Paranoia franquista
Su libro, que recostruye de forma brillante la historia y los misterios de una hermandad que ha seducido a figuras de la talla de Mozart, Washington, Churchill, o Kipling, tiene un origen curioso. Dickie, que es uno de los mayores expertos del mundo en la mafia italiana, fue reclamado en el verano de 2013 por todas las televisiones y radios británicas para analizar la detención en Londres de un capo que llevaba dos décadas fugado. Su titular fue que la mafia es "la masonería para criminales". Al abrir su bandeja de entrada, encontró un mail de un representante de la Gran Logia Unida de Inglaterra para debatir su controvertida idea.
"Me di cuenta de que había una historia extraordinaria: por un lado están los masones, que cuentan su historia haciendo hincapié en la nobleza, la hermandad o la caridad; y por otro lado, el resto, que pensamos que los masones son una secta oscura cuyos miembros se reparten trabajos y se hacen favores", detalla el profesor de Estudios Italianos en el University College. "Las dos visiones tienen algo de verdad, pero en el medio hay otra gran historia que pensé que formaría parte de un libro muy interesante".
La orden está llena de rituales escatológicos, propagandistas radicales y episodios dantescos. Uno de estos lo protagonizó el conocido escritor ateo Léo Taxil. En 1885, anunció su conversión a la fe católica y se dispuso, a través de una serie de publicaciones, a desenmascarar los rituales "grotescos y odiosos" para reducir la humanidad a formas bestiales de carnalidad y prostitución que no se veían desde la antigua Babilonia de la que hasta el momento había sido su hermandad. Aseguró que el Gran Arquitecto del Universo era una clave masónica para el diablo y se ganó el afecto del papa León XIII.
Sin embargo, en una conferencia en la Société de Géographie de París celebrada en abril de 1897, Taxil reveló que todo había sido una farsa. Los masones no eran adoradores del diablo, sino personas decentes, exclamó. El tildado como "el fraude más fantástico de los tiempos modernos" había abanderado la teoría de la conspiración masónica simplemente para hacer un poco de dinero y como diversión de los librepensadores.
Dickie también dedica un capítulo entero a la relación de Franco y su régimen con la masonería ¿Fue el mayor enemigo histórico de los masones? "Sí", responde Dickie sin dudar. "No se me ocurre ningún otro ejemplo donde la represión fuese tan paranoica y sangrienta. Incluso después de la Guerra Civil se creó un tribunal especial. Mussolini fue el primero en abolir la masonería, pero una vez lo hizo no fue detrás de individuos; y Hitler igual. Pero en el caso de Franco, hasta sus últimas apariciones [se refiere a la intervención del 1 de octubre de 1975 desde el balcón del Palacio Real], siguió con el tema de la masonería. Fue el heredero de esa larga tradición de paranoia católica".