El profesor Jeremy Popkin (Iowa, 1948) es un estudioso de la Revolución Francesa y de los cambios trascendentales que provocó, hasta el punto de que esos cambios han configurado el sistema de valores de nuestras sociedades occidentales actuales, sociedades laicas, igualitarias, libres y democráticas. Este manual, bien escrito y escrupulosamente traducido por Ana Bustelo, será de gran utilidad para quienes quieran adentrarse en los recovecos de ese período tan convulso de la historia de Francia y de Europa, período que comienza con la coronación de Luis XVI y que terminará con la caída de Napoleón. Por sus páginas aparecen y desaparecen los personajes más importantes del periodo revolucionario y, también, algunos secundarios, lo cual sirve para dar vida a la historia. Pues la historia no solo la hacen los grandes hombres sino, también, personajes como Ménetra, el vidriero, amigo y confidente de Rousseau, un sans-culotte avant la lettre.
Saint-Just, guillotinado junto a Robespierre, fue uno de los artífices de esa época denominada el Terror. Diría, y con razón, que “la fuerza de los acontecimientos nos ha llevado, quizá, a hacer cosas que no habíamos previsto”. Robespierre y Saint-Just, ¿eran unos asesinos en serie como algunos los pintan? Desde luego que no. Pretendían la aplicación de la justicia a través del terror, infundiendo miedo a los ciudadanos que no acatasen los principios y leyes de la revolución. Pero todo el entramado que organizaron, como se ve con amena claridad a través de las páginas de esta obra, se les fue de las manos y cuando quisieron darse cuenta ya no tenían la cabeza, físicamente, sobre sus hombros. El curso imparable de la Revolución devoraba inmisericordemente a sus propios hijos. La guillotina cayó sobre el cuello de Luis XVI, como afirmó Saint-Just, no por lo que había hecho sino solamente por el hecho de ser Rey.
“Si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie”, escribió Giuseppe Tomasi di Lampedusa en El Gatopardo, esa novela que deben leer todos los estudiosos de los cambios que introducen las revoluciones. La francesa de 1789, fraguada durante el reinado de Luis XVI y en muchas ocasiones con acciones promovidas por el propio monarca como la convocatoria de los Estados Generales, introdujo cambios trascendentales que todavía perviven. Como dijo Goethe: “Aquí y ahora comienza una nueva época del Mundo”.
Amena y bien articulada para el estudioso de las revoluciones, la obra de Popkin ilumina un periodo convulso
Se instauró el Registro Civil; el Código Civil, también llamado Code Napoleon, de 1807, es la base de la sociedad francesa actual y también de la nuestra. La ley del divorcio es, nada menos, que de 1792 (la nuestra tendría que esperar más de un siglo, la primera en 1932 y la última en 1981). Se desmanteló el poder político de la Iglesia Católica, llegándose, al fin, en 1801 a la firma de un Concordato que declaraba que la religión católica era la de la mayoría de los franceses, pero que no era la religión oficial del Estado. Se abolió la esclavitud —aunque luego fuera restablecida por Napoleón— proclamándose la igualdad racial en 1794; y se propició la revolución haitiana y el nacimiento de la primera nación negra de la mano de su caudillo el general Toussaint Louverture.
Pero, como Popkin señala a lo largo de su obra, quizás el cambio más trascendental que introdujo la Revolución Francesa fue la proclamación de la Nación como sujeto de derechos. El abate Sieyès, eclesiástico exclaustrado como tantos otros durante este periodo, fue su gran artífice. Presidió la Convención, y perteneció al Directorio hasta que Napoleón se hizo con el poder absoluto de la Nación. Vio con claridad que las provincias constituían un obstáculo psicológico para la creación de una nación unificada de ciudadanos libres e iguales. Su objetivo era “fundir los diversos pueblos de Francia en uno solo y las diversas provincias en un solo Imperio”. Y así es como las tradicionales unidades políticas, jurídicas y religiosas fueron sustituidas por los Departamentos y por una nueva estructura administrativa muy jerarquizada y centralizada cuyos rasgos generales aún perviven.
Durante este periodo de la historia de Francia la prensa se hizo libre, como el periódico Père Duchêsne, que comenzó a publicarse en 1790 reinando todavía Luis XVI, y se mantuvo hasta 1794, año en el que su editor, Hebèrt fue guillotinado. Se le aplicó, en fin, la misma medicina que él recetaba contra sus oponentes desde las páginas de su publicación.
La obra de Popkin resalta, por último, un hecho de extraordinaria importancia que supuso un primer paso para la emancipación de las mujeres. Por un lado, los salones en los que se reunieron los principales actores del antiguo régimen y del nuevo, todos mezclados. Y, por otro, la participación de las mujeres apoyando, y tantas veces empujando, a sus maridos, los sans-culottes, a que tomaran las calles de París. Una obra, pues, amena y bien articulada para el estudioso de las revoluciones y, en concreto, de la francesa de 1789.