Se puede decir sin rubor que toda obra de Enrique Moradiellos (Oviedo, 1961) es ya un acontecimiento historiográfico y literario. Su profundidad de análisis, su ecuanimidad y su inteligencia para descifrar el pasado más reciente y trágico le han convertido en uno de los historiadores más admirados del país, tanto por los lectores como por los círculos académicos. Ganó en 2017 el Premio Nacional de Historia con una breve, demoledora e imprescindible síntesis de la Guerra Civil y hace un par meses ingresó en la Real Academia de la Historia con un discurso sobre la postura que mantuvo Reino Unido, y en concreto el premier Wiston Churchill, respecto al conflicto español.
Ahora, junto a dos de sus colegas en la Universidad de Extremadura, los profesores Santiago López Rodríguez y César Rina Simón, indagan en un nuevo ensayo en una cuestión espinosa, como ya aventura el título: El Holocausto y la España de Franco (Turner). El libro, que arroja una visión compleja y llena de matices, busca explicar primero la Shoah, la raíz del odio histórico hacia la comunidad judía, y luego la actitud y las acciones del régimen franquista frente al exterminio de más seis millones de personas perpetrado por Hitler y los nazis.
Moradiellos, que a Franco y a su política camaleónica los conoce en profundidad, como evidenció en su magnífica biografía (Anatomía de un dictador, también en Turner), explica en una entrevista con este periódico que el comportamiento del régimen respecto al Holocausto "no fue una foto fija, sino una película en movimiento" llena de motivaciones contradictorias —"no hay fundamento real para esa leyenda de "Franco, salvador de los judíos", dice— y episodios tanto de colaboración flagrante con el nazismo como de ayuda eficaz a los perseguidos. Esa ambigüedad la resuma quizá a la perfección una cita confidencial de finales de 1943 del general Gómez-Jordana, entonces ministro de Asuntos Exteriores, donde señala que los judíos que lograron huir del genocidio a través de España —unos 35.000— tuvieron que pasar mayormente por el país "como la luz por el cristal, sin dejar rastro".
Pregunta. ¿Dónde se encuentra el embrión de esta investigación?
Respuesta. Queríamos estudiar qué relación guardaba el fenómeno del Holocausto, que aparentemente tiene que ver con Alemania y con la Europa ocupada y con las juderías, con España, que era parte de la Europa continental, el escenario geográfico donde se llevó adelante el proceso genocida. No hubo genocidio en España, no fue participante, pero es un fenómeno muy cercano a nosotros. En virtud de la evolución de la guerra, España se convirtió, a través de la frontera pirenaica, casi en la única puerta de salida de la Europa ocupada por donde podían huir los judíos y aquellos perseguidos por los nazis.
P. ¿El Holocausto desde España es un fenómeno poco tratado?
R. Sí. Siempre se consideró que no nos afectaba mucho, que no tuvimos ni arte ni parte, que la judería española no fue objeto de persecución por el régimen ni de entrega como en otros sitios (Francia, Italia) y, por tanto, era un fenómeno de "ellos" y no de "nosotros". Sin embargo, había muchos indicios de que la España de Franco sí tuvo una relación con el Holocausto, a veces compleja a veces no claramente difusa.
Algunos han dicho que Franco fue cómplice del Holocausto y que compartiendo la doctrina antisemita racial de Hitler hizo todo lo posible para entregar a judíos. Otra parte de la literatura, en particular la oficial franquista después de 1945, proyectó la imagen de Franco como salvador de los judíos. España, de manera callada, sin que se supiera mucho para no ofender al poderoso aliado alemán, se dedicó a través de sus diplomáticos, de manera soterrada y continuada, a salvar judíos.
P. Pero la realidad es mucho más compleja, como bien demuestran en el libro.
R. La relación tanto personal de Franco como la de la diplomacia del régimen creemos que revela una serie de características que se reflejaron tanto en las cosmovisiones íntimas de Franco sobre el papel de los judíos en la historia, y en la de España en particular, como en la conducta que adoptó el régimen durante el sexenio de la II Guerra Mundial. Como en otras facetas de la vida de Franco y su obra política hay elementos de ambigüedad. El historiador Bernd Rother, su libro Franco y el Holocausto es casi canónico, señala una "ambivalencia". Hubo ocasiones de contradicciones —la investigadora Isabelle Rohr dice "actitudes paradójicas"— y siempre oscilaciones adaptativas al contexto imperante. Son los elementos que definen esa política, sobre todo en el momento crucial en que emprende Hitler la campaña de exterminio.
Hay por parte del régimen y de Franco una acomodación cómplice a esas pulsiones antisemitas del racismo biológico
P. ¿Cuáles fueron las concepciones íntimas de Franco sobre la "cuestión judía"?
El repaso a sus discursos, sus notas privadas y públicas y a lo que manda hacer o deja hacer nos permite conocerlas. Diría que están determinadas por tres factores que entran en relación, a veces un poco tensa. Primero y ante todo, obedece a una instintiva judeofobia de matriz religiosa y cultural a tono con lo que tradicionalmente se llama "la enseñanza del desprecio", en palabras de Jules Isaac, que la Iglesia triunfante sobre la sinagoga, ya en el siglo V d.C., va produciendo para la marginación de la judería en el contexto de la competencia de las dos religiones desde finales del Imperio romano.
Ahora bien, en Franco, como en parte de la élite cultural española a lo largo de finales del siglo XIX y principios del XX se va extendiendo un filosefardismo. Lo que impresiona a los españoles cuando llegan al norte de África en las campañas de Tetuán de 1860 y luego en las guerras a partir de 1909 es el encuentro con los sefardíes. Fue un movimiento cultural que trascendió derechas e izquierdas. Pero un elemento muy importante fueron los militares. Los que combaten en África a un enemigo atroz, el de Annual, el moro musulmán irreductible, encuentran el apoyo de las comunidades sefardíes, quienes los reciben como salvadores. Son exploradores y traductores, les acogen en sus casas… Los judíos sefardíes apoyan la acción colonial española y son aliados frente a la resistencia que oponen los musulmanes a la implantación del Protectorado. En Franco este sentimiento es bastante perceptible.
P. ¿Y el tercer elemento?
R. La judeofobia religiosa y cultural a lo largo del siglo XIX en Centroeuropa, particularmente en el mundo de habla germánica, da paso a una hostilidad judía sobre otras bases y con otros fundamentos. Lo llamamos el antisemitismo racial, derivado de esas concepciones biologicistas que van a ser tan fuertes de la mano del descubrimiento de la selección natural, y que considera que los judíos no son hombres, sino el subhumano, y que además son peligrosos para el desarrollo de la humanidad. Hay cuatro etapas: prejuicio, discriminación, segregación y exterminio. Ese tercer elemento, en España llega de alguna manera con las fuerzas que tienen más inspiración de los movimientos fascistas y nazi. Hay por parte del régimen y de Franco una acomodación cómplice a esas pulsiones antisemitas del racismo biológico.
La actitud de Franco hacia la "cuestión judía" estuvo dominada mucho más por la instintiva judeofobia de origen católico-tradicional que por las vetas antagónicas de pulsión filosefardita o de pasión antisemita. Franco parece que reflejó los tres componentes doctrinales que le definían a él ideológicamente y al régimen franquista en gran medida: un fondo político ideológico que viene derivado del catolicismo político-integrista, pero combinado con el decisivo influjo del militarismo pretoriano que aprendió en África, que incluía esa pulsión filosefardita, y ambos coloreados por proclamas del nuevo pensamiento racial más presente en la Falange y el filofascismo que en otros componentes de la colación franquista.
P. Entonces, ¿cuál se podría concluir que fue la conducta del régimen con los judíos en el marco de la guerra mundial?
R. No fue el ejemplo de altruismo humanitario y generoso que el franquismo difundió a partir de 1945 con un interés propagandístico y como vía para superar la condena al ostracismo que superaron los aliados por su proximidad hacia el eje germano-italiano. No hay fundamento real para esa leyenda de "Franco, salvador de los judíos". Nosotros, incidiendo en los estudios de José Antonio Lisbona, Alejandro Baer o de Rother, creemos que el régimen no fue el salvador de los judíos omnipresente y humanitario porque, cito a Lisbona, "no agotó todas las posibilidades en su mano", y si verdaderamente hubiera sido así, la cifra de judíos salvados por el franquismo se habría multiplicado por varios dígitos.
En la primera etapa, además, cuando Ramón Serrano Suñer, ministro de Exteriores y cuñado de Franco, fue el factótum de la diplomacia española, tenemos constancia por documentación de que se decretó lo que él llamaba "una actitud pasiva" ante la legislación discriminatoria que las autoridades alemanas o sus aliadas dictaron contra los judíos en toda Europa. Y eso incluía a los nacionalizados españoles. Es decir, había una dejación de funciones clara. Esto es cierto, pero no cabe afirmar el otro extremo: que la conducta llevada a cabo, ni siquiera en la época de Serrano Suñer, fuera una muestra de colaboración plena, meditada, consciente.
P. Entre ambos extremos está la verdad...
R. La política franquista ante el Holocausto tuvo estas motivaciones contradictorias, fue muy variable y reflejó también expresiones contrapuestas que recibió del bando alemán y del aliado. Por eso se registran episodios de flagrante cooperación por pasividad con las autoridades genocidas, pero de repente aparecen coyunturas de inesperada ayuda eficaz hacia los judíos sefardíes y no sefardíes.
Hubo una política de inmigración en la frontera de acogida y permiso de tránsito por España que fue ventajosa y crucial en algún momento, sobre todo a partir de 1942, cuando ya se sabe que el Holocausto está en marcha. Finalmente hubo, y eso es lo que más discutimos, un amplio margen de maniobra para la actuación personal de los diplomáticos en cada uno de sus destinos. El resultado de todo esto es que al menos 35.000 judíos escaparon de la muerte pasando por la frontera española, y como mínimo otros 8.000 salvaron la vida en Europa gracias a la tutela diplomática. Son cifras enormes que con mucho superan las de cualquier otro país, incluidos los aliados.
Franco conocía el Holocausto desde su inicio, pero nunca barajó legislar contra los judíos
P. ¿Franco estaba al tanto o se hizo sin su consentimiento?
R. Nosotros creemos que es verdaderamente imposible que esa política multiforme contraviniera las órdenes que dictaba Franco. En una dictadura tan jerarquizada y personalizada, y más en los años inmediatos de la posguerra, Franco se reservaba la última palabra sobre cuestiones decisorias de política exterior. Esta pluralidad de acciones encaja muy bien con un perfil de conducta habitual de Franco: el pragmatismo. Su voluntad de dejar hacer siempre que fuera conveniente para el régimen y su posición de poder, aunque pareciera contradictorio.
P. Resultan significativas las confesiones de algunos diplomáticos, como Federico de Oliván, que habló en 1943 de "lavarnos las manos como Pilatos"; o Fernando María Castiella, que en un informe confidencial de 1961 reconocía que "una acción más rápida y decidida hubiera salvado más" judíos. ¿Se avergonzaron por ser cómplices indirectos del Holocausto?
R. La actitud de los diplomáticos varió mucho. Hubo algunos que estaban horrorizados con lo que veían y creo que avergonzados de la pasividad, de la falta de reacción, a veces de la comprensión por parte del Gobierno en Madrid. Otros forzaron los límites de las órdenes e hicieron más allá de lo que reclamaba su deber como diplomáticos. Los de Berlín hasta adoptaron a niños para salvarlos. Hay una panoplia de actitudes muy diversa. Pero lo curioso es que Franco permitió ese margen, formaba parte también de su juego.
No se puede decir que fue una política consciente de salvar a todos los judíos, pero que les parecía bárbaro lo que hacían los alemanes se demuestra en un documento que cito en el libro. Cuando Hitler da el salto en la Noche de los Cristales Rotos, el marqués de Magaz, un militar amigo de Franco, le escribe una carta confidencial, una crítica brutal a los nazis. Dice que está viendo con sus propios ojos "una regresión de un pueblo civilizado a las costumbres y sentimientos de las épocas más remotas".
P. ¿Se puede atenuar la responsabilidad de las negativas de repatriación de muchos judíos por el desconocimiento de los gobernantes españoles sobre lo que realmente les esperaba en manos de los nazis? ¿O eran plenamente conscientes de los campos de exterminio?
R. Los españoles tenían conocimiento directo de cómo iba acumulándose y radicalizándose la política antisemita. Cuando llega en 1941 el inicio del Holocausto verdaderamente, los españoles también lo conocen, por varias vías. Una muy importante son los miembros de la División Azul, que asisten a algunas de estas operaciones de limpieza en los frentes bálticos. Algunos asustados, algunos complacidos, lo cuentan en cartas y memorias.
También lo saben por los diplomáticos españoles que están en el lugar, en Berlín por ejemplo. Y a partir de finales de 1941, a través de capellanes castrenses de la Iglesia, porque es de las primeras en conocer la realidad del Holocausto. En el caso del franquismo cito un texto de cuando el duque de Alba es llamado por Churchill porque los aliados están haciendo sus labores, y le advierte de que ojo con devolver judíos que lleguen a la frontera francesa para pasar a España porque si se les da la vuelta significa su condena a muerte y ser cómplices. El general Franco sabe entonces lo que está pasando.
P. ¿Fue Franco menos judeófobo que su régimen?
R. Sí. Como en todas las cosas, es claramente el mínimo común denominador. Hay sectores más radicales y antisemitas, normalmente en torno a la Falange, los más admiradores del Tercer Reich; y hay sectores católicos, más tradicionales, de los autoritarios pero de tradición liberal en su anterior vida, que son bastante menos antisemitas porque vamos muy a la par de la Iglesia, del Vaticano, y sus pronunciamientos, que era judeófoba, pero no antisemita, y progresivamente más temerosa de esa idolatría del Estado que quería implantar el nacionalsocialismo. El antisemitismo racial exterminador se considera anticristiano porque impugna el principio de que todos somos hijos de Adán.
El elemento definitorio de la conducta de Franco son sus abiertas contradicciones
P. En este sentido hay una curiosa paradoja: siendo la judeofobia española religiosa y no racial, en la posguerra se usó precisamente la pasión y caridad cristianas para desligarse del Holocausto.
R. Esa política manifiesta muchos rasgos del régimen, los tres elementos que hablábamos antes. Son componentes también de la coalición franquista: republicanos conservadores, católicos políticos, falangistas, monárquicos tradicionales… y Franco como el caudillo que está por encima de todos pero que a todos vigila y que equilibra la fuerza de unos y de otros. Eso permita que haya un Ángel Sanz Briz y un Lequerica [embajador de España en Francia] furibundamente antisemita.
P. Es muy interesante la radiografía que hace de las declaraciones públicas y reservadas de Franco desde el principio de la Guerra Civil hasta la posguerra mundial. Y sorprende ese enorme contraste entre la mesura inicial, evitando discursos antisemitas, las referencias a "una raza maldita" el mismo día de la Victoria y otra vez el posterior silencio. ¿Por qué se contuvo tanto entre 1936-1939?
R. Creo que eso demuestra ese elemento definitorio de la conducta de Franco que son sus abiertas contradicciones. Es llamativísimo para todo el mundo que Franco no diga nada contra los judíos a lo largo de la Guerra Civil, pero la propaganda de lo que empieza a ser su régimen los incluye como enemigos junto a los masones, comunistas y demás. En sus entrevistas con la prensa portuguesa, italiana, alemana o francesa subraya mucho que no hay un problema racial en España, lo que era evidente —había seis mil judíos—.
Hay razones de prudencia, de adaptación al medio, de cálculo político y de permiso para que una de las pulsiones predomine o atenúe a las otras. Cuando llega el final de la guerra, con Alemania muy potente e Italia secundando las leyes raciales, Franco no baraja jamás ese paso de legislación aunque se le pide. No puede darlo porque entiende lo que significaría: decantarse excesivamente por la fascistización frente a los otros elementos en un momento en que la Falange compite con el Ejército, que es su base fundamental de poder, por el control del orden público y de las armas en España.
P. ¿No son todavía más sorprendentes esas contradicciones viendo el juego de Franco con sus pseudónimos: escribe el guion de Raza e incluye en una escena una visión ciertamente positiva de los judíos, mientras que los artículos que firma como Jakim Boor revelan todo lo contrario?
R. Lo que es llamativo son los discursos a finales de los 40. Volvemos a ver a Franco en su veta judeofóbica, les está acusando de ser traidores, de no reconocer la ayuda que les prestó. Está más indignado con Israel por no votar a favor de la entrada de España en la ONU que con cualquier otro. Esos artículos son enormemente judeofóbicos, pero ojo, también anticomunistas y enormemente antiliberales. Esto no es binario. Franco era fervientemente anticomunista, pero odiaba tanto o más a la democracia y al liberalismo porque lo veía como el padre putativo del comunismo.
Y como dato interesante: las denuncias de Israel, cuando termina siendo producto del Holocausto —uno de cada dos israelíes que lo fundan ha escapado o tiene muertos por el exterminio—, no fueran furibundamente antiespañolas. Abba Eban, su representante en la ONU, dijo que no apoyaban a Franco no porque fuera un enemigo del pueblo judío, sino por ser amigo del régimen nazi.
P. ¿Qué revela el caso microhistórico de Extremadura sobre el Holocausto y la España franquista?
Es un estudio que demuestra algunas de las tesis que hemos mantenido. Primero la diferencia nítida entre lo que es una doctrina y discurso de hostilidad a los judíos de base judeofóbica y otro de base antisemita. En Extremadura, la mayoría de la producción que hay —escrita, folclórica, toponímica—, es de tradición religiosa y cultural que sobrevive a la existencia propia de judíos. Tiene muchísima fuerza y sin embargo no hay judíos. La otra parte tuvo una presencia bastante menor.
César acaba diciendo que el antijudaísmo era muy efectivo en la región porque entroncaba con esa tradición publicística católica, con esos imaginarios presentes en la cultura popular que muestran al judío como avaro. Era una figura fácilmente reconocible, no requería de mucha intelectualización; además no estaba sometida a la prueba empírica de la falsificación. Lo que piensa es que la judeofobia dejó espacio también a motivos antisemitas que fueron muy importantes en las primeras épocas del régimen y que luego se fueron resquebrajando a medida que la fuerza de las armas decantó quién iba a ganar. Y luego otra cosa que trata es el descubrimiento del Holocausto: cuando la prensa empieza a hablar de ello, obligó a una rapidísima adaptación semántica, eliminando cualquier elemento antisemita y dejando solo los nacionalcatólicos.