Leiva publica 'Gigante', su sexto álbum. Foto: Sony Music España

Leiva publica 'Gigante', su sexto álbum. Foto: Sony Music España

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Leiva echa la vista atrás sin complacencias en 'Gigante', un autorretrato de madurez

El cantante madrileño hace un ejercicio de revisión personal en su sexto álbum de estudio, después de varios meses alejado de los escenarios.

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Hace unas semanas, Leiva subía al escenario del Movistar Arena (el antiguo Wizink) para acompañar a su amigo Coque Malla. Entonces, pedía disculpas por el estado de su voz, aquejada de graves problemas debido a una dolencia en las cuerdas vocales. Esa aparición se puede interpretar como el fin de un viaje.

Un camino que inició cuando se bajó de ese mismo escenario en 2023, después de reunir a 45.000 personas en tres jornadas consecutivas, y que ahora muestra sus frutos. El músico madrileño publica este viernes, 4 de abril, Gigante, su sexto disco de estudio. En él ofrece 14 pistas donde marca su estilo más medular y, a la vez, es capaz de experimentar hacia algunas de las nuevas aristas que ha ido atesorando en los últimos años.

Pero si algo sobresale en este trabajo es la introspección. La manera que tiene Miguel Conejo Torres, su verdadero nombre, de revisar su trayectoria y, sobre todo, de revisarse a sí mismo. Sin complacencia, aunque sin hacer demasiada sangre, el cantante echa la vista atrás y saca algunos de sus fantasmas: miedo escénico, ataques de ansiedad, hipocondría, oportunidades perdidas… Leiva alcanza una madurez labrada después de más de dos décadas de oficio.

El vecino de Alameda de Osuna, ese barrio de Madrid donde han surgido varios músicos con lazos comunes, cuida cada tema y explora tímidamente nuevos territorios después de esos inicios más gamberros con Pereza y de enfrentarse a sus dudas en solitario. Una incertidumbre que, a punto de cumplir los 45 años, le ha llevado al éxito con una discografía sólida, a ejercer de compositor oficial para otros y a ganar dos premios Goya por dos canciones originales.

Leiva empieza con ese Gigante que da el título al disco y que parece, desde sus primeros segundos, una reinterpretación de "El caso de la rubia platino", esa crónica de sucesos cantada por Sabina. Aquí, eso sí, pierde la atmósfera nocturna y canalla que imprimía el de Úbeda, a pesar de haber trabajado codo con codo. En ella acude a su lado más nihilista, con arrebatos como "no me verás poner nunca la mano en el fuego, solamente por mis hermanos". Esa seguridad se pierde en Bajo presión. Leiva tira aquí a lo que ahora es un leit motiv habitual: la salud mental.

Con una enumeración que incluye palabras como "indecisión", "anfetamina", "autocontrol", "autoboicot" o "adrenalina", se introduce en ese universo tan común en tiempos de distracciones, precariedad y angustia por el futuro. Situaciones que repite en Ángulo muerto, donde es más claro su protagonismo, narrando una historia más íntima de su pasado: "El camión me pasó por encima" o "esa chica me quiso de verdad". Ese coqueteo con el desamor vuelve en Ácido, vertiendo su indecisión: "No quiero que te aplasten mis barreras, no quiero que te arrastren mis cadenas".

El single definitivo

Y alcanza el punto álgido con Caída libre. La diferencia con el resto del disco es Robe Iniesta, que no sólo engrandece esta letra mejor hilvanada y de estrofas más largas, sino que imprime su huella más reciente, la de trovador sensible y libérrimo. Es el single indiscutible, marcado por ese tándem que mejora el nivel de reflexión y hondura musical, quizás gracias a la pluma callejera y ajada del antiguo líder de Extremoduro.

"Hoy hasta las moscas me pasan de largo. Será que algo les huele mal: el griterío de mis pensamientos", entonan, "todo tiene luz de probador, ya no me reconozco".
No se queda corto con El polvo de los días raros. Otra de las creaciones que había publicado previamente y que se contrapone en ese arrullo oculto tras las guitarras o los teclados.

Le acompañan esas melodías sin pellizcar hasta Leivinha, donde saca su arsenal autobiográfico: "Me siento un farsante, siempre detrás de este rígido disfraz", "me muero por tener las sensaciones de antes", "maniaco, obsesivo, currante, hiperaprensivo, nunca me sentí a la altura de esos focos deslumbrantes".

Tal desnudez cambia de bando en Mi nueva misión. En esta composición expone sus vacilaciones —"Tú no eres como yo, eres peor", "he copiado tu manera de andar, he tomado medicina eficaz"— antes de seguir con Cometas y estrellas, donde amplía esa lectura de sí mismo: "Soy un extraño a tiempo completo, sigo atrapado y aferrado a mis límites, exactamente igual que a los 15; no me parezco en nada a lo que pensáis".

 "No hay un 'Terriblemente cruel' ni un 'Como si fueras a morir mañana', que se corean a gritos, pero tampoco hay naufragios"

Poniéndose más guitarrero, con un rasgueo que recuerda a Sweet Jane de Lou Reed, encara el final con Shock y adrenalina, retomando los asuntos de amor y nostalgia.

Dos sentimientos sobre los que orbita en Cuarenta mil, Barrio, Cortar por la línea de puntos o Nevermind, las últimas canciones. "Ahora me muero por volver a un pedacito del cielo de su boca. He cambiado de nombre una vez más y he dejado de creer en mí. He probado una terapia eficaz y he contado hasta cuarenta mil las veces que debí volcar mis demonios sobre ti", canta en la primera, antes de rememorar a los "raperos, jipis y punkis" de su adolescencia "sacando riffs de Zeppelin con los muchachos". También habla con aquel chaval que escuchaba Nirvana y que vivió todo "tan rápido" que no le dio "tiempo de extrañarle".

Ocasionalmente áspero, buscando ecos del rock americano y olvidando su pop desenfadado, Leiva se mira por dentro y azuza algunos fantasmas que le acechan ("como animales al matadero, vas a reventar tu maldito ego. Mira siempre el mundo desde abajo. No sabes si es real ni lo sabrás. Nadie te va a conocer jamás").

Intercalando momentos más bailables y otros más reflexivos, el artista logra que Gigante sea una obra equilibrada. No hay un Terriblemente cruel ni un Como si fueras a morir mañana, que se corean a gritos, pero tampoco hay naufragios. Un autorretrato de madurez, con lo que eso supone: mayor grado de estabilidad y experiencia, menos acercamientos al precipicio.